“Bao”, un vistazo sociocultural a través de un aperitivo
Bao ha dado de qué hablar por más de una razón. Convertirse en el ganador indiscutido a Mejor Cortometraje Animado en esta versión 91º de los Premios de la Academia es sólo un reconocimiento. Ser el primer exponente breve de Pixar dirigido por una mujer es un logro sin precedentes, pero no la base de la discusión.
Su historia se ha alzado como la síntesis conceptual de tópicos que si bien abarcan el sentimiento agridulce de la pérdida, también critican el abandono familiar hacia la mujer que se encarga en solitario del hogar. Asimismo, donde se expresa el sufrimiento del síndrome del nido vacío, también se contrapone la realidad excesivamente demandante que viven los jóvenes chinos.
En simultáneo, la producción nos deslumbra con un abanico variopinto de tradición asiática y exhibe sus heridas más profundas. Para no perder espacio en este debate su creadora, Domee Shi, esboza todos sus recursos y experiencias de vida, sin utilizar diálogos para que la comunicación sea transversal a la nacionalidad de la audiencia.
Por primera vez visto en junio de 2018 —como apertura de Los Increíbles 2 (Incredibles 2) —, la obra narra el duelo que vive una madre después de que su hijo se marcha del hogar. Esta separación le hará personificar su dolor en una de las preparaciones culinarias más folclóricas de China: un baozi (bollo de pan relleno).
Domee Shi
Cuando el camino hacia la diversidad cultural en la industria de la animación tuvo un soporte con el corto Sanjay’s Super Team (2015) y la película Coco (2017), la artista chino-canadiense Domee Shi supo que sería su oportunidad.
Sus comienzos en Pixar como practicante del área de guión en 2011 tuvieron, sin demora, resultados. El talento demostrado le consiguió un contrato —y un pedazo de Oscar —, al contribuir en la ganadora Intensa-mente (Inside Out, 2015). Lo anterior y la pasantía también le otorgaron la confianza para participar activamente en Los Increíbles 2 (Incredibles 2) y Toy Story 4 (2019).
Con estos antecedentes y un arduo trabajo, poco transcurrió para que su fuente de inspiración —Estudio Ghibli, el animé de los 90, la obra de Yasujiro Ozu, Ang Lee y Bong Joon-ho —, desbordara en éste, su primer trabajo en solitario.
Durante dos años, y con el apoyo en la producción de Becky Neiman-Cobb, Shi se dedicó a moldear el concepto del corto. Apenas recibió a un equipo que le asistiera, decidió que el relato prescindiría de conversaciones, centrándose sólo en la emoción transmitida por lo que hicieran los personajes. La elección coincidía con la ancestral creencia china de que “el amor es expresado a través de la acción y no de las palabras”.
De hecho, y a modo de trivia, el único diálogo que puede apreciarse es el proveniente de la televisión que mira el esposo de la protagonista, un homenaje que Shi realiza a su propia progenitora, con la que miraba viejas telenovelas cantonesas en su infancia. Años en que se crió en Canadá antes de trasladarse a California para iniciar su carrera profesional.
Su vida como una chica inmigrante —oriunda de la ciudad asiática de Chongqing —, fue la base narrativa para Bao. Ella misma asegura que sentía ser una especie de dumpling al que su madre defendía con ahínco mientras crecía.
“Siempre he amado los cuentos de hadas clásicos, como el ‘Hombre de Jengibre’ y quería hacer una versión china de eso”, aseguró a CGTN Digital.
Influencia étnica
La gastronomía es el alma de una familia, pueblo y nación. Gracias a ella podemos descubrir historias que no nos pertenecen, pero de las que podemos participar en una invitación auténtica de humanidad. Gracias a ella podemos comprender aspectos que quizá en un principio nos parecieron extravagantes o injustificados. Gracias a ella se genera un vínculo inefable y atemporal que va más allá de las diferencias que podamos tener como personas.
«La comida es unión», ese trasfondo está sellado en cada panel de dibujo de Bao. Una diáspora china, que nos muestra a la comunidad que habita en terrenos lejanos y lucha por no perderse.
El ejemplo más directo y sincero de lo expuesto fue la propia madre de Shi. Una extranjera creativa que elaboró sus propias recetas y formas de baozi, y que sirvió como la consultora del equipo a cargo de Domee.
La primera secuencia de cocina que vemos en el cortometraje se obtuvo luego de que ella visitara Pixar dos veces para hacerles clases de preparación culinaria. El cómo se hizo la forma de la masa y los dobleces en el corto fueron gracias a la referencia grabada que dejó para los animadores.
En otro aspecto, la rebeldía y actitud que demuestra el pequeño Bao en la trama es un reflejo del comportamiento que ha adoptado el inmigrante de segunda generación frente a sus padres. Una vistazo de cómo la sobreprotección puede resultar menos beneficiosa de lo que se cree.
Valor sociológico
Bao además de referirse al bocadillo, es un juego de palabras que en paralelo significa “bebé” o “tesoro”. Una connotación que hace más clara la dificultad de la emancipación que se desarrolla en la historia.
El uso del aperitivo se explica en un sueño alegórico, uno en que el bocado representa al hijo que se ha marchado buscando construir su vida autónoma. Una metáfora de cómo la frustración y tristeza de una madre le llevan a acaparar y enjaular a su bien más preciado. Y, cómo en el proceso, no escatima en ignorar lo que realmente ese bien más preciado necesita o desea para sí mismo.
Un pequeño baozi pasa a ser la personificación del anhelo materno, uno que al final lleva a que la mujer al extremo. O, en las propias palabras de Shi, “es el tipo de amor que destruirías para que no desapareciera y se alejara”.
Esto lo comprobamos en la escena en que Bao juega al fútbol con otros niños y su madre interrumpe la actividad con tal de prevenir que salga herido. Ese sentimiento se repite cuando ella siente que tiene todo el derecho de monopolizarlo cuando él se muda con su prometida.
Son varios los estudios que explican el fenómeno de la “madre tigre” de China. Uno que hace especial hincapié en sus orígenes es el del profesora de leyes, Amy Chua, quien asegura que “los padres chinos creen que sus niños les deben todo …que ellos saben qué es lo mejor para sus hijos y, por consiguiente, anulan todos los deseos y preferencias”, aseguró a Wall Street Journal.
Esta tendencia nace del valor asiático llamado “piedad filial”, un concepto que se basa en los principios del Confusionismo donde la obediencia y jerarquía son el núcleo de la sociedad del país asiático. En donde acatar lo que ordenan los padres es un deber. Y donde los padres también realizan un sacrificio unilateral por sus sucesores.
Dicha interdependencia podría explicar un hecho tan simple, como abrumador expresado por un internauta en WeChat: “El niño dejará de ser niño un día, pero los padres no saben cómo dejar de ser padres”.
Pero ese tipo de relación carece de balance y Bao lo expone. La madre no tiene una vida por sí misma, pasándose el día completo cocinando, atendiendo y cuidando de su hijo. Es tanta su devoción que termina sofocando al infante y haciendo que acumule cada vez más ansias de independencia cuando llegue el momento.
Ella se siente traicionada y ahogada por el desamparo, una emoción que no parece compartida del todo por un inexpresivo esposo. Lo que nos lleva a lo que se ha denominado como la crianza de estilo viuda.
En el corto la audiencia, a través de redes, ha señalado una y otra vez la ausencia del padre. Lo que se suma como un elemento primordial en la soledad que siente la protagonista. Él es indiferente a su familia en casi la totalidad de sus pocas apariciones. La verdad es que, aún regida por una estructura machista —en que el hombre trabaja para la familia y la mujer tiene como labor cuidar de los niños y la casa —, la sociedad china presenta una problemática común ante la resistencia de cambiar sus formas cuando los tiempos han demostrado que los roles no son arcaicamente irreversibles.
Frente a esto, la producción sirve como radiografía de lo mencionado y mucho más, resultando una lección de tolerancia y libertad hacia quienes más amamos.