«In Fabric»: el embrujo del consumismo
Una película sobre un vestido maldito suena demasiado ridícula para ser cierta; sin embargo, como un producto de serie B de antaño suena más que plausible. Peter Strickland, quien posee un talento especial para hacer que sus obras parezcan de otra época, toma este disparatado concepto para concebir un filme de terror con un toque de comedia único.
In Fabric (2018) apela a una estética inconfundible y un discurso inesperado sobre el consumismo para literalmente hipnotizar al espectador y tomarlo por sorpresa.
Sheila (Marianne Jean-Baptiste) es una mujer madura recién divorciada en plena crisis de la mediana edad. Con un hijo que la juzga, unos jefes que le recomiendan estupicedes y una nuera (Gwendoline Christie) que la humilla, esta se siente frustrada.
Cuando decide ir a una cita a ciegas, Sheila visita una tienda departamental para aprovechar las rebajas y comprar algo lindo para la noche. Es ahí donde surge una inesperada oportunidad: un hermoso y entallado vestido rojo a buen precio. Persuadida por la vendedora, la señorita Luckmoore (Fatma Mohamed), para adquirirlo, Sheila se lleva la prenda a casa, sin sospechar la esencia maligna que alberga.
Con Berberian Sound Studio (2012) y The Duke of Burgundy (2014), Strickland se posicionó como uno de los directores más fascinantes fuera del mainstream. Su talento para manejar la tensión, el terror y el drama fue determinante para convertirlo en favorito de los críticos, quienes lo han señalado siempre como un heredero de diversas corrientes cinematográficas europeas prácticamente extintas.
In Fabric, probablemente su cinta más extraña hasta ahora, algo complicado de asimilar teniendo en cuenta la naturaleza de sus otros trabajos, ve al británico incorporar ahora elementos propios de la sátira y del slasher para construir un relato tan disparatado como absorbente.
La película está dividida en dos partes, y si bien el tono prácticamente es el mismo en ambas, una resulta bastante más interesante que otra. En la mitad inicial nos internamos en la vida de Sheila, una mujer en busca de sentirse deseada una vez más.
Jean-Baptiste rápidamente se gana nuestra simpatía al poner en su lugar a su insoportable hijo y al reclamar el derecho que tiene de ser feliz. Su afabilidad solo es superada por su soledad; pero cuando su hijo y la detestable Gwen (una casi irreconocible Christie) le restriegan su sexualidad, Sheila decide poner fin a su triste situación.
Es aquí donde Strickland se hace notar. Al acudir a una lujosa tienda departamental, aparentemente sugestionada por los mensajes subliminales de un tétrico comercial televisivo, Sheila se somete a uno más de los desconcertantes mundos del director. Oponiéndose a cualquier temporalidad, un aspecto no tan sencillo de definir a lo largo del filme, el lugar exhibe la singular estética de Strickland, la cual también suele guardar secretos oscuros.
La enigmática Luckmoore, representando a las asociadas de la tienda que visten como mujeres victorianas, surge de entre los pasillos para engatusar a la protagonista con un florido y críptico lenguaje. El susodicho vestido no tarda en aparecer a la vista, casi como producto de un hechizo de la vendedora. Ensimisada por su belleza, Sheila pronto cae seducida por su vistoso color y por promesas muy difíciles de olvidar por parte de Luckmoore.
Por primera vez, Strickland introduce una crítica social directa en una de sus obras. Aunque muy obvia, la conexión entre el lavado de cerebro y el consumo en masa le viene muy bien a la perturbadora historia.
Con el remake de Suspiria todavía fesco, la evidencia sobre algo macabro cocinándose en las entrañas de la tienda nos remite al aquelarre de Guadagnino; pero también a la esencia de la cinta original de Dario Argento y al giallo en general. Las intenciones de Luckmoore, sus compañeras y su tétrico jefe, el Sr. Lundy (Richard Bremmer) nunca quedan del todo claras; aunque no hace falta, el desconcertante poder que ejercen sobre sus clientes es suficiente para demostrar lo irresistible que resulta la oferta de algo innecesario.
Más adelante, Strickland se interna en un terreno desconocido. Las citas de Sheila proponen situaciones tan incómodas como graciosas. La sátira comienza a tomar forma, e In Fabric de pronto se convierte en un slasher con un vestido demoniaco como victimario. Las escenas en las que la prenda cobra vida, por supuesto, son totalmente ridículas; sin embargo, la seriedad se mantiene entre todos los afectados. El terror es real, pero igual de divertido.
Todo cambia en la segunda parte, donde el protagonismo recae ahora sobre Reg (Leo Bill), quien sale de la nada para quedarse con el vestido. Entregándose bastante más a la comedia durante esta mitad, donde sobresalen un par de escenas en las que Reg recita un monólogo técnico que hipnotiza de forma hilarante a los escuchas, Strickland pierde un poco la dirección.
Esta trama sobre un patético reparador de lavadoras presa de un trabajo monótono y un matrimonio aparentemente sin sentido, sí que refuerza ese sentimiento de inconformidad que también emana de Sheila, aunque aporta poco a la historia. Aunado a ello, cortando de tajo la participación de esta última, la falta de una posible realización final nos deja con una duda difícil de omitir.
De cualquier manera, In Fabric representa una buena entrada en la filmografía de Strickland. Evocando al cine de ayer e involucrando a sus personajes en circunstancias inverosímiles, el director hace referencia al embrujo del capitalismo, una magia negra que se ha aprovechado de aquellos menos favorecidos que desean retener sus aspiraciones; pero así como les resulta imposible a los personajes darse cuenta de la malignidad del vestido, tampoco podrán liberarse de las garras de un mísero sueldo por más que lo intenten. El encantamiento es demasiado potente como para romperlo.
In Fabric está disponible en Amazon Prime Video.