Citizen Ruth nos muestra las caras del fanatismo entorno al aborto
Ruth Snoops es una joven adicta al alcohol y todo tipo de solventes. Si recibe dinero, lo destina a suministros para satisfacer sus vicios. Permuta sexo por un techo temporal. Ha sido aprehendida 16 veces por drogarse en la vía pública. Ha tenido cuatro hijos a los que no puede acercarse porque el Estado la ha pronunciado “madre no apta”. Durante su última detención se entera de que está embarazada. El juez, enervado por tanta irresponsabilidad, le sugiere que se someta a un aborto a cambio de mitigar su condena.
A pesar de todo esto, la historia de Ruth es una comedia, «Citizen Ruth» ó «Ruth, una chica sorprendente« (1996), ópera prima de Alexander Payne, es una sátira en torno a la discusión sobre el aborto en los Estados Unidos.
Una convincente Laura Dern da vida a Ruth, personaje que representa lo peor del white trash norteamericano -peyorativo del blanco en pobreza-. En algún momento, Ruth se ve en medio de una batalla entre bandos extremistas: pro-vida y pro-aborto. Ambos pretenden utilizar su caso mediáticamente para promover sus respectivas ideologías.
Aunque la intención de Payne no fue retratar el aborto en sí, sino el fanatismo en general al que, a su decir, la gente se convierte por motivos personales y de psicosis individual, no por los de la causa que acogen, le tomó cuatro años conseguir el financiamiento ante la negación de apoyo de diversos estudios que no querían abordar el tema, que a más de veinte años sigue siendo un tabú entre diversos sectores de este país.
Ruth pasa del desamparo absoluto a la sobreprotección. Pero la indignación le llega cuando entiende que está siendo utilizada por cada uno de los bandos. Ruth, quien es producto de la miseria monetaria y humana en que fue criada y abusada física, psicológica y sexualmente, entra en un estado de confusión, hasta que el factor dinero le es revelado.
En tanto perfila una decisión, no pierde oportunidad para emborracharse e inhalar cualquier químico que tenga a la mano. La pugna sube de tono, mientras Ruth y su feto se van desvaneciendo hasta volverse imperceptibles.
Hace un par de años leí cómo alguien acusaba que el abandono y la pobreza en que viven algunos niños en mi natal México se deben a la irresponsabilidad de los padres a quienes “le gana la calentura”, lo que refleja el pensar de una enorme masa y que me pareció tan insensato, prejuicioso y clasista como las infames imputaciones de la funcionaria federal contra mujeres pobres que a su parecer ven en el tener varios hijos la oportunidad de vivir de los míseros apoyos que su dependencia otorgaba.
Por esos mismos días y por casualidad, me topé con Citizen Ruth. Aunque en contextos diferentes, encontré vastas similitudes entre la anécdota y la película. En el fondo yacen nuestros prejuicios e irresponsabilidades, somos todos parte de un sistema globalizado que ha llevado al vulnerable a los límites de la pobreza y a extremos que, sin importarnos los motivos, juzgamos con frivolidad desde nuestra comodidad económica e ideológica, porque nos sentimos superiores, mas nunca empáticos, mucho menos causantes. Y esto, apreciables lectores, es a lo que Alexander Payne nos ha exhortado por dos décadas, a la reflexión a partir de una realidad que él sólo plasma en la pantalla con un poco de humor, y justo es éste el cine qué hay que celebrar, el que nos invita a pensar.