La piel fría: sumergiéndose en el terror oceánico

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Nunca estamos demasiado lejos de aquellos a quienes odiamos. Por esta razón, nunca deberíamos estar verdaderamente cerca de aquellos a los que amamos.

La piel fría (Cold Skin) es una cinta española que se estrenó a finales de 2017. Está dirigida por el francés Xavier Gens, quien es mejor conocido por Hitman (2007), y cuenta con las actuaciones de David Oakes (The Borgias), Ray Stevenson (Punisher: War Zone), Aura Garrido (actriz española nominada en dos ocasiones al Goya), John Benfield, Iván González y Ben Temple.

El argumento nos sumerge en las profundidades del terror oceánico a tal grado que parece salido del imaginario de Lovecraft, uno de los pilares del terror literario, padre de Cthulhu; en efecto, el estilo de ambas obras es muy similar y, sin duda, la película recoge aspectos y ambientaciones de clásicos del terror universal. Un hombre, a quien conocemos como Friend, llega a una isla remota al borde del Círculo Antártico, sin más que aguas gélidas y paisajes neblinosos para hacerle compañía; ahí, deberá pasar un año en total aislamiento realizando un trabajo de observación meteorológica.

Al llegar a la isla, el protagonista de esta historia descubre que hay otro hombre habitándola; un ser ermitaño y de conducta extraña que vive dentro de un faro. Y a pesar de la animadversión inmediata que se da entre ellos, deberán unir fuerzas para sobrevivir a una horda de monstruos subacuáticos que, de manera inacabable, los atacarán noche tras noche. 

Hasta aquí podemos asegurar que se trata de una combinación de hilos que, casi inequívocamente, conducirán a un horror absoluto, o de paso a un quiebre psíquico para los dos personajes. De entrada, la idea de un hombre que debe pasar meses realizando un trabajo, casi en completa soledad, en un lugar tenebroso me parece sumamente atractiva; en mi caso, hizo que recordara el plot de El resplandor (1980). Pero hay más detalles que necesitamos abordar, pues la complejidad de esta trama es única.

Las bestias, los humanos, la otredad

Las «bestias» o «monstruos» son seres de forma semihumana. Su estructura es perfecta, casi atlética. Las manos están envueltas en membranas interdigitales Con pieles húmedas y frías, estos seres deambulan meramente por las noches. A pesar de comunicarse en un lenguaje indescifrable para los protagonistas, estos pronto se dan cuenta que sus adversarios son estrategas, observadores y osados.

Si bien una sola de estas criaturas podría ser terrorífica para nuestros ojos, imagínense miles y miles saliendo de los abismos acuáticos para congregarse y pelear. Ciertamente, este filme tiene una sensación claustofóbica de principio a fin. Y eso, a la mayoría de los amantes del cine de terror, nos encanta.

Los hombres, a su vez, se convierten en animales de costumbres: matar y sobrevivir una noche más, sus únicos dos objetivos. Un estado de salvajismo se implanta en sus espíritus y cuerpos. No son más humanos que las bestias. Como bien diría Nietzsche: Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. 

No obstante, esta historia cuenta con algunos giros de tuerca alucinantes. Uno de ellos, para mí el más importante, es la concepción de la otredad, especialmente en el personaje principal, así como su aceptación final. El hombre, al principio dispuesto a asesinar a cuantos monstruos se le aparecieran, terminará viendo en ellos su propio reflejo. Tanto o más, que llegará a considerarlos semejantes. Junto a esta noción viene otra más terrible: ¿Qué pasaría si lo que más tememos provenga de nuestro interior? ¿Y si el verdadero enemigo no son los otros, sino uno mismo?

Lo bueno

Una cosa es indubitable: la fotografía de La piel fría es soberbia. Los tonos fríos y brumosos de día, las noches llenas de un azul intenso, sangre y fuego. Los contrastes en esta película están muy bien pensados para transmitir la emocionalidad del momento, así como los estados anímicos de los protagonistas. El arte en el maquillaje, excelso. Al igual que la fotografía, el maquillaje es plausible en esta producción, quizá es «lo más atrayente» junto con el trabajo de digitalización.

Otro aspecto a favor: la humanización de los seres acuáticos, misma que es imposible no comparar con The Shape Of Water; incluso, esta producción tiene el ahora común ‘fish sex’.

Pero, particularmente, lo que más me gustó fueron los efectos de sonido: la voz de las criaturas me recordaban a  gorgoteos de agua, como si de sus gargantas emanara un torrente líquido, un pedazo de océano.

Asimismo, la película está ambientada en 1914, por lo que un ambiente de guerra en plenitud atraviesa la pantalla como una lanza. Esto es valiosísimo a la hora ver los enfrentamientos de estos dos hombres con la infinidad de citaucas.

¿Y lo malo?

Llegamos a la parte no tan positiva de esta película, y quizá es algo que no se podría maquillar tan bien como a los mismos monstruos, aunque así se deseara. Si bien el libro homónimo (de Penguin Random House) en el que está inspirado el filme es autoconcluyente y posee un giro de tuerca final digno de una larga ovación por parte de los más estrictos críticos del quinto y el séptimo arte, la película deja mucho que desear; peor aún, deja huecos a diestra y siniestra. 

En la cinta cinematográfica deciden de la noche a la mañana llamar a la mascota Aneris, mientras que en la novela de Piñol la escuchan cantar ese nombre antes de ser invadidos por los monstruos marinos; de igual forma, el protagonista de esta historia oye que Aneris entona su canción refiriéndose a las bestias como ‘citauca’. Hasta ahorita estos dos nombres podrían carecer de importancia, ¿cierto? Dos nombres más. Pero algo que sólo se explica en el libro -y que hubiera dado un valor totalmente diferente a la película, uno más místico y profundo- es que Aneris quiere decir ‘sirena’ al revés, y citauca ‘acuatic’. Si estos dos datos nos hubieran sido revelados en los más de cien minutos que dura el filme, hubiéramos entendido que probablemente no se trataba de aberraciones subacuáticas peleando sin motivo, sino de sirenos (más propiamente dicho: tritones) o deidades oceánicas defendiendo su territorio.

Imagen tomada del documental Pruebas científicas de que existen las sirenas

Y para los que están renuentes a aceptar esta especulación, no hace falta ver más allá de Aneris; en la novela es descrita como un ser precioso de piel fría y húmeda, de canto dulce y sonoro. En la película, el personaje de David Oakes claramente desarrolla una fascinación por ella y una atracción física y sexual (otro tema en el que debió ahondarse más, pues da significado a la trama).

Ésta podría ser la descripción de una sirena: un ser cuya belleza cautiva a los hombres que la admiran, su cantar dulce e hipnótico los encanta… ¿Queda con la descripción de Aneris?

Tanto en el libro como en la película, Aneris es el único espécimen femenino que se menciona. Además, en la obra literaria, el protagonista descubre que lo que los citauca anhelan, y por lo que combaten noche tras noche, es recuperar a Aneris. ¿Será ella algún tipo de princesa o diosa, única en su especie? ¿O sólo alguna fugitiva escondiéndose tras los muros del faro? Una traicionera, y nada más. Yo me quedo con la primera teoría.

En conclusión, uno necesitaría leer la novela para poderle dar significado a puntos que quedan sueltos o inconclusos en la película. Una vez haciéndolo, el panorama cambia, se expande.

Otro aspecto «negativo» de la película tiene que ver con los personajes, y esto no porque las actuaciones sean malas (de hecho son muy buenas), pero sí debido al guion. En el mundo creado por Piñol, quien además es antropólogo y posee una concepción del comportamiento humano envidiable, los personajes pasan por un proceso de transformación considerable; evolucionan e involucionan infatigablemente. Son personalidades casi tangibles; en cambio, en la película, es difícil comprender sus motivos.

Pero siendo el libro algo que no nos interesa en esta reseña, ya lo hemos citado en demasía, dejémoslo a un lado para continuar con la conclusión del análisis cinematográfico.

En su estreno, la película fue considerada la propuesta más ambiciosa de Xavier Gens. Pero es justo decir que tanto el director como los guionistas Jesús Olmo y Eron Sheean, quienes indudablemente tuvieron varios aciertos, dejaron de lado puntos clave en la historia, por lo que a ratos se percibe como «plana».

Para la mente detrás de The Divide y Frontiers, Cold Skin no dio el ancho. Aún así, es una buena opción para disfrutar en plan «dominguero» o por el puro gusto de apreciar su estilismo precioso.