La quietud: perturbadora historia intimista y femenina
En las afueras de Buenos Aires, una gran y lujosa vivienda llamada La quietud está erguida y cobija a una familia acomodada. Pero la cualidad que le da el nombre al hogar, escasea desde que al padre lo inmovilizó un ACV. Un reencuentro agitará las aguas de un río que a primera vista parecía sereno.
La quietud (2018) de Pablo Trapero, trae a la pantalla una historia femenina, sensual, intensa, y hasta polémica. Se centra en la complejidad de relaciones familiares desde la perspectiva de las mujeres, pero además toca otras temáticas de interés sociopolítico, y algunas tantas intimistas, que añaden picor a una cinta lenta, pero estéticamente hermosa.
Pero no hay quietud
Eugenia (Bérénice Bejo) regresa a su casa materna tras enterarse del accidente del que fue víctima su padre, y allí se encuentra con su hermana menor Mía (Martina Gusman) y su madre Esmeralda (Graciela Borges). Tantos años en Francia no han servido, en realidad, para quebrar las predilecciones establecidas desde pequeñas: Eugenia siempre ha sido la preferida de madre, mientras que Mía del padre. Con su vuelta, vuelven también los problemas oxidados.
A pesar de estas riñas, las hermanas han entablado una íntima y profunda relación que la distancia temporal-espacial, solo ha fortalecido. En los problemas, esta vinculación se crece y la aparición de figuras masculinas parece complicarlo todo aún más. Es por ello que cuando arriba el esposo de Eugenia (Edgar Ramírez) a la ciudad, las pasiones se aceleran y estallan.
Pero todo esto ocurre bajo la mirada inquisidora de Esmeralda, una madre que ha luchado por que su familia no deje de pertenecer, de aparentar y de brillar, pero que se topa con dos hijas pasionales, que se han buscado labrar la felicidad alejada de las presiones de una familia adinerada. La histórica actriz argentina, Graciela Borges, hace de Esmeralda Montemayor un personaje odiado pero memorable.
En La quietud, intencionalmente, el director logra que el espectador se descoloque. Es, una historia perturbadora, pero que analizada con atención devela tantas problemáticas comunes que se vuelve comedida. Para lograr esta aura, la música es una herramienta clave, sobre todo la canción Amor completo, de Mon Laferte, que parece dirigir la trama.