Festival de cine de Lima 2020: Tres ficciones argentinas

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“Emilia”, “El cuidado de los otros” y “Las mil y una” son las representantes de Argentina en la Competencia de Ficción limeña. Coincidentemente, las tres tienen un punto de vista femenino en propuestas que corren por caminos diferentes, dejando un saldo positivo al darle voz a personajes que buscan afirmar su propia autonomía en contra de la incomprensión social.  

EMILIA de César Sodero:

Tras una ruptura sentimental, Emilia (Sofía Palomino) regresa a su pueblo natal en la Patagonia. Ya instalada en casa de su madre (Claudia Cantero), la muchacha llega invadida por una sensación de vacío material, ya que las verdaderas cargas que trae consigo son las emocionales. Confiada más en parchar las dudas y los sentimientos irresueltos que la acompañan, su devenir no pasa por el deseo de organizar una nueva vida y crecer desde un empleo.

El empeño por resolverse a sí misma mientras deambula como un ente a la deriva, la enfrenta constantemente con fantasmas del pasado, a la vez que encuentra su reflejo en aquellos incomprendidos con los que comulga en su condición de alma errante. Pero aquel camino también le revela lo fácil que es romper códigos, lealtades y toda suerte de convenciones que atentan contra la afirmación de su propio espíritu.

Visión intimista de un personaje que es un misterio y un umbral a la vez. La opción del director en centrarse en Emilia para ir revelando sutilmente su propio discurso, nos sumerge en una atmósfera por momentos asfixiante y claustrofóbica. La chica no solo se manifiesta como una incomprendida desde su frustrada necesidad de afecto, también refleja un rechazo hacia un entorno en el que el juego de roles es el lugar de unos, pero también el punto de quiebre en lo que le toca. A los ojos de Emilia, la idea de una vida “normal” la apabulla y la anula, lo que hace de ella una suerte de outsider en lo emocional y pragmático.

La idea de romper con identidades de género en su búsqueda, es la confirmación del rechazo a una sociedad que ofrece pocas puertas a aquellos que se atreven a ir en pos de su autonomía. Y aunque la historia gana en la apuesta por ir desentrañando el mundo interior de su protagonista, también es cierto que su universo de sensaciones se va agotando para cerrar la crónica con una resolución algo cantada. Hay en Emilia una necesidad de dejar todo irresuelto para buscar una compenetración mayor con el espectador, y aunque su manera de abordar el conflicto principal fluye sin arbitrariedad, también deja la sensación de ser un ejercicio interesante al que le faltó un arrebato de contundencia que lo saque del marasmo que por momentos lo invade.   

EL CUIDADO DE LOS OTROS de Mariano González:

La estrechez económica lleva a Luisa (Sofía Gala) a trabajar en una informal fábrica de réplicas de Budas y artesanía china, a la par que cuida al pequeño Felipe (Jeremías Antún) para generar un ingreso extra. Pero un día se le cierra la puerta del departamento y el niño se queda solo adentro, viéndose obligada a llamar a su pareja, Miguel (Mariano González, director de la película), para que le traiga la llave que ha olvidado. Una vez que supera el impase, Felipe empieza a sentirse mal y ella lo lleva al hospital donde trabaja su madre.

El diagnóstico es contundente: el chico sufre una intoxicación por haber consumido algún tipo de droga. Las miradas se dirigen a Luisa, pero lo que pasó es que su novio olvidó la billetera y fue de ahí de donde el niño extrajo la sustancia. A partir del incidente todo se vuelve caótico e incierto, siendo la muchacha presa de un sentimiento de culpa que hará aflorar un irracional apego hacia quien debía cuidar celosamente.  

Si Sofía Gala ya había demostrado en la impactante Alanis (2017) su gran temple al adaptarse a las vivencias extremas de una joven prostituta, en el presente trabajo, confirma su capacidad actoral al ser el centro de un Tour de Force en el que la cámara en mano y los planos secuencia son el vehículo ideal para contagiar su confusión y angustia extrema.

Aunque su conflicto y todo lo que deviene de él pueda parecer una vivencia lineal, tiene más de una lectura que remite a un estado de insatisfacción fruto de la escasa movilidad social. Tanto ella como Miguel son una pareja de sobrevivientes y el hecho de que trabajen en una fábrica sin las licencias respectivas para, prácticamente, falsificar arte oriental, deja la pista acerca de la condición de clase y la falta de oportunidades que les impide escalar a algo mejor de lo que les toca vivir.

Mientras Miguel vive en una condición de ensimismamiento que lo aísla del entorno como un mecanismo de defensa, Luisa ha asumido su existencia con resignación en medio del desgano y la apatía. Es a partir del incidente con el niño, que surge de ella una suerte de sentimiento maternal que la obnubila al descubrir en sus momentos con Felipe, una suerte de valor puro y sagrado que le da un refugio frente a su ingrata realidad del día a día. En ese empeño, El cuidado de los otros deja en el saldo a una historia que supera su propia simpleza para encontrar desde el intimismo a una protagonista que no es una heroína, pero si de alguna manera la depositaria de un universo de desigualdad económica que la hace representativa de un sentimiento colectivo.

LAS MIL Y UNA de Clarisa Navas:

Iris (Sofía Cabrera) es una joven basquetbolista de un barrio periférico de Corrientes. En un entorno que se debate entre el machismo puro y duro y la compenetración con muchos amigos de la comunidad LGTB, ella quiere afirmar su identidad al escoger como pareja a Renata (Ana Carolina García), una conflictiva muchacha que la llevará al límite entre su transición a una posible emancipación de su intolerable medio y el temor a asumirse sin tapujos.

Ya desde su Ópera Prima, Hoy partido a las 3 (2017), la directora Clarisa Navas había hecho manifiesta su vocación por exponer las problemáticas de género pero con una mirada distendida y apuntando a la crónica desprejuiciada y espontánea. Esta vez, su perspectiva deviene en una propuesta más reflexiva e interior, tomándole el pulso a su protagonista desde la interacción con el barrio desde una acumulación de momentos que pintan una cotidianeidad que va desde lo pintoresco hasta lo crudo y dramático.

En ese afán, prevalece el punto de vista de un espectador furtivo que es testigo de sus momentos de evasión y escape, tratando que su narrativa no tenga el efecto de una “intervención” al esquivar los primeros planos y buscar la comunión con los personajes desde aquella mirada distante pero omnipresente que los observa entregados a un frenesí sexual, azuzado por la represión de quienes los señalan y los llevan a esa desenfrenada clandestinidad en la que conviven libertad y libertinaje.

Pero aunque esa búsqueda de naturalismo en el lenguaje se convierte en la constante y en el rasgo más resaltante visualmente, la cineasta se reserva un momento de fuga para cerrar la película con una metáfora visual que redondea la búsqueda de Iris, atrapada entre la intolerancia y sus propios sentimientos que quieren bullir. Sin duda, una de las cartas más fuertes de la Competencia de Ficción.