“El escapulario”, entre leyendas, fantasmas y tradiciones mexicanas
Aunque leyendas hay en todo el mundo, pocas se comparan a las contadas en pueblos de México, un país cuya religiosidad y miedo a lo sagrado y lo sobrenatural le dan un toque especial a dichos relatos; más aún cuando éstos se cuentan alrededor de una fogata, mientras se toma un café caliente para aminorar el frío de la intemperie y se reza porque el escalofrío que se sienta sea producto de la temperatura y no de un fantasma que ande deambulando por allí. Ahora bien, si de películas hablamos, quizá la obra que más se acerca a recrear estas creencias y tradiciones es el filme de terror El escapulario (1968), del director Servando González.
Una mujer anciana está al límite de su vida, por lo que en su lecho de muerte pide ver a un sacerdote para confesarse, aunque en realidad lo único que desea es contarle la historia de un extraño escapulario que tiene el poder de salvaguardar la vida de quien lo porte. Para demostrárselo le contará la historia de dos de sus cuatro hijos, quienes fueron portadores de dicho objeto en cuya bendición también podría ocultarse una maldición…además de un oscuro secreto.
Esta película, filmada durante la época de oro del cine mexicano, se posiciona como una de las mejores cintas de terror que se hayan hecho en México, pues además de adentrarse de una forma maravillosa en las leyendas del país, utiliza técnicas cinematográficas que en su época eran bastante innovadoras para el cine nacional. Ejemplo de ello no sólo es la fotografía que presenta, sino una serie de planos subjetivos y montajes que logran introducir al espectador de lleno en la trama a lo largo de las dos historias que presenta.
Ambos relatos se nos cuentan mediante la confesión de María Pérez (Ofelia Guilmáin), quien le revela al Padre Andrés (Enrique Aguilar) la historia y el poder de un escapulario que le perteneció a dos de sus cuatro hijos. Por ello, la primera anécdota que vemos es la de Julián Fernández (Carlos Cardán).
Así, mediante un retroceso en el tiempo miramos a Julián, un militar en la época de la revolución mexicana y en cuyas venas corre no sólo sangre, sino también un enorme valor pero, sobre todo, un amor incondicional por su raza indígena. Por ello, cuando se entera que el gobierno tiene planeado asesinar a un gran número de sus paisanos, decide sabotear el tren que lleva las armas con las cuales los matarán, hecho que le vale ser capturado y puesto ante un pelotón de fusilamiento; sin embargo, lo último que le pide a su verdugos es que no disparen al escapulario que lleva alrededor del cuello, pues desea que este objeto sea entregado a su madre.
Ahora bien, aunque este primer relato presenta ciertas situaciones que dejan en claro el poder del escapulario como un talismán de protección, no podría considerarse como una historia de terror (elemento que llega hasta la segunda historia), pues si bien la anécdota presenta tintes sobrenaturales, no lo son tanto como para dar miedo, pero sí para conseguir generar una gran incertidumbre en el espectador.
En cambio, la segunda de las historias que la agonizante María cuenta al sacerdote sí ocurre en un panorama completamente de miedo, pues si bien comienza como un relato de amor, termina por ser convertirse en una leyenda diga de ser contada en una completa oscuridad.
Así, en el segundo caso se nos muestra a Pedro (Enrique Lizalde), un hombre honrado, gallardo y todo un caballero en el más estricto y completo sentido de la palabra, motivos por los cuales Rosario (Alicia Bonet) queda enamorada de él, aunque el tío de ella está dispuesto a hacer lo imposible porque este amor no se consuma. Y aunque hasta este momento el asunto podría mirarse como cualquier telenovela o cinta romántica, las cosas cambian cuando un misterioso hombre le otorga a Pedro el mismo escapulario que vimos en la primera historia; sólo que esta vez este talismán tendrá un rol más siniestro en la trama.
De esta forma es mediante la travesía que Pedro y Rosario deben superar para estar juntos cuando nos damos cuenta del verdadero poder del escapulario, ya que deja en claro que es capaz de ir contra todas las leyes naturales y de la razón con tal de proteger a su dueño. Esto da pie a que en la trama de este segundo relato se presenten elementos sobrenaturales al igual que en el primero, pero con la gran diferencia de que esta vez sí va incluido lo espectral y fantasmagórico, a la vez de que cuenta con situaciones que son muy comunes en las leyendas de México en lo que respecta a “los aparecidos”.
Ahora bien, aunque comentamos que la historia aborda el destino de dos de los hijos de la mujer moribunda, ambas funcionan mejor si se le agrega una tercera, la cual, es la que envuelve al personaje de María y del Padre Andrés, pues aunque pareciera que estos dos únicamente están allí para dar a conocer lo que sucedió con el par de hermanos, resulta que el escapulario poco a poco influye en ellos durante el tiempo que estuvieron juntos. Más importante aún es que es gracias a la relación que surge entre ambos la película encuentra su parte más interesante y macabra.
Y sí, cuando decimos “macabra” nos referimos a que si bien el talismán deja ver los extraños poderes con los que cuenta mediante la historia de Pedro y Rosario, no es sino hasta que este escapulario llega a las manos del Padre Andrés cuando en verdad desata todas sus fuerzas, las cuales, van más allá de toda comprensión humana y de cualquier explicación lógica. Y aunque podríamos decir qué es lo que acontece en esta parte de la cinta, revelar prácticamente cualquier cosa a partir de aquí arruinaría la trama.
Sin embargo, lo que sí podemos decir es que los últimos momentos del filme no sólo presentan un hermoso giro de tuerca, sino que para llegar a éste la película se vale de todos aquellos hechos sobrenaturales y espectrales que, estamos seguros, todos y cada uno de nosotros ha escuchado que ocurren en los pueblos más alejados de las ciudades; pues al final, es en estos pequeños territorios donde las leyendas y los mitos dejan de ser simples cuentos para convertirse en una extraña realidad.