“Jóvenes brujas”, sobre hechizos, maldiciones y rencores adolescentes
La brujería no es cosas para débiles, ni mucho menos para corazones rencorosos, pues como nos lo han indicado ya diversas historias, no existe ni magia negra ni blanca, sino únicamente seres bondadosos o perversos que hacen uso de ella para fines inocentes o atroces. Sin embargo, ¿qué sucede cuando poderes de este tipo recaen sobre personajes tan inestables como lo son los adolescentes? Para responder a esto sólo basta con mirar la ya clásica The Craft (Jóvenes brujas, 1996), del director Andrew Fleming.
Sarah (Robin Tunney) es una adolescente que acaba de mudarse con sus padres a Los Ángeles, y aunque en un principio sólo es tomada como la típica chica nueva en la ciudad, pronto llama la atención de un grupo de tres jóvenes y extrañas mujeres, quienes están seguras de que es la cuarta bruja que faltaba en su aquelarre. Sin embargo, cuando todas ellas comienzan a experimentar con una serie de hechizos y conjuros, más pronto que tarde se darán cuenta que la magia es un arma de doble filo capaz de otorgar pero también de arrebatar.
Hablar de The Craft no sólo es hablar de nostalgia, sino también de los pocos productos de «terror adolescente” que lograron sobrevivir con éxito a la década de los 90, una época que con nuevas propuestas como Scream, The Faculty o I Know What You Did Last Summer, trataron de apartarse del gore y las historias de monstruos para darle al género un aire nuevo.
Y por supuesto, la clave para que esta cinta protagonizada por Tunney, Fairuza Balk (la eterna Nancy), Neve Campbell y Rachel True tuviera éxito, es que a pesar de ser una película que en su tiempo estaba destinada a un público en específico, su increíble historia de terror sobrenatural logró atrapar no sólo a una nueva generación, sino también a las venideras y, más importante aún, a cierto sector de fanáticos del terror de antaño.
Esto ocurre porque la historia –junto con sus personajes- evoluciona poco a poco de forma sumamente interesante. Así, en un principio lo único que vemos y que pareciera sería lo único que podríamos esperar del filme, es el enorme cliché de mirar a un grupo de jóvenes “inadaptadas” enfrentarse a las burlas y los maltratos de los hombres más atléticos y las chicas más hermosas de su escuela.
Y aunque en efecto estos elementos están presentes durante gran parte de la trama, son muy bien trabajados para que la historia vaya adoptando tintes oscuros y hasta diabólicos.
Así, una vez que vemos llegar a Sarah a su nueva escuela también somos testigos de cómo gradualmente es protagonista de algunos cuantos actos sobrenaturales que llaman la atención de las brujas, un grupo de tres mujeres de quienes pronto se hace amiga y que cuentan con un enorme gusto y creencia por la hechicería.
Y aunque al inicio no parecieran ser más que cuatro niñas jugando a ser brujas, lo interesante comienza cuando comienzan a adentrarse en lecturas y pensamientos cada vez más oscuros, llevando a la práctica varios conjuros que las harán descubrir que, increíblemente, dentro de ellas realmente se albergan poderes más allá de toda comprensión humana.
Esto último es lo que convierte a The Craft en una película efectiva, pues como bien dijimos antes, la cinta sólo pareciera ser una historia más del montón con un terror bastante ligero pero que, en cambio, conforme la trama llega a su fin somos testigos de cómo los trastornos y problemas personales de estas brujas las conducen por un sendero que las transforma en seres sin remordimientos, narcisistas y totalmente faltos de escrúpulos…después de todo pasan de ser las inadaptadas, débiles, inseguras y maltratadas a ser todopoderosas e impunes ¿quién no abusaría de ello?
Claro, no todo es bueno en la cinta, ya que como dijimos antes cuenta con una gran variedad de lugares comunes presentes en cualquier película adolescente de los 90 (e incluso de hoy en día); por ejemplo, tenemos la pandilla de amigos –deportistas, obviamente- que sólo buscan presumir sus experiencias sexuales, al igual que las adolescentes con aires de superioridad que gustan de humillar a aquellas que no son tan femeninas o que simplemente consideran inferiores a ellas.
Ahora, si bien las protagonistas tampoco están exentas de clichés, la mayor debilidad que se le puede adjudicar a este grupo de wiccas es que no se profundiza mucho en su pasado –aunque tampoco es que esto sea necesario-, pues si bien todas ellas cuentan con severos problemas que van desde lo físico a lo mental –e incluso pasando por el racismo-, el ritmo rápido de la historia no permite que se muestre mucho de su vida, lo que genera que haya ciertos vacíos en la historia, sobre todo porque uno termina por preguntarse cómo es que un simple grupo de chicas hartas de las burlas se adentran tan velozmente y con una gran facilidad al peligroso mundo de las artes oscuras, al cual se pensaría que casi nadie es apto para ingresar, pero en cambio ellas lo hacen ver demasiado fácil.
Por otro lado esto último pudo haberse explotado un poco mejor cuando en la película se introduce la interesantísima presencia de Manon, una entidad que va más allá de Dios, del Diablo y de la naturaleza, y de quien sólo se nos cuenta muy superficialmente quién o qué es pero no sabemos cómo es que estas jóvenes brujas comenzaron su relación con él (o eso); después de todo este misterioso ser resulta el canal mediante el cual se introduce todo el terror en la trama.
Aun así, curiosamente es gracias a la superficialidad de las protagonistas que la cinta funciona, pues con ello se busca que el espectador simplemente acepte que está mirando una historia 100% de brujería, donde no hay lugar para los porqués, sino únicamente para los hechizos y los conjuros. Después de todo, a pesar de que la película parece ser un drama adolescente, termina por convertirse en una historia llena de locura, magia y terror sobrenatural.