«Saint Maud»: el temor a Dios como una insana obsesión

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Maud (Morfydd Clark), la protagonista de esta película, cree tanto en su fe que ha decidido salvar el alma de quien sea posible. Su nuevo empleo, cuidando a una acaudalada exbailarina con poco o nulo interés por su “salvación”, significa la oportunidad perfecta para poner manos a la obra. Su empeño, por supuesto, se topa con las creencias de una atea que vive sus últimos días disfrutando de los banales pero ciertamente irresistibles placeres que el mundo tiene para ofrecer. Esta frustración se convierte en la principal preocupación para la debutante Rose Glass, quien delinea brillantemente la delicada línea entre el fanatismo religioso y la locura. En Saint Maud (2019), el temor a Dios se transforma en una insana obsesión.

A través de una agencia, Maud obtiene un trabajo como enfermera privada de Amanda (Jennifer Ehle), alguna vez una bailarina famosa que ahora vive sus últimos días debido al cáncer. A pesar de sus distintas creencias, la relación entre ambas parece encaminarse hacia una amistad; sin embargo, Maud no puede evitar sentirse con la autoridad de alejar a su “protegida” de las tentaciones y salvar así su alma. Pero cuando Amanda pone resistencia, una crisis de fe comienza a asolar a la joven, lo que la lleva a revivir un traumático incidente, así como a tomar una estrategia más agresiva.

Saint Maud
Crédito: Film4, BFI Film Fund, Escape Plan Productions, A24

En Saint Maud, Rose Glass crea un complejo personaje entregado a lo que parece ser una serie de principios religiosos arraigados desde siempre, pero que en realidad ha acogido recientemente. Desde el lúgubre prólogo, la joven directora y guionista británica hace alusión a un trágico suceso que podría ser la causa de esta conversión. Cuando nos encontramos por primera vez con la reformada Maud —antes conocida como Katie— su fe habla por sí sola. Pero conforme nos vamos adentrando en la mente de esta perturbada mujer, los indicios de un desorden en su persona salen a relucir. En la ópera prima de Glass, el castigo autoinfligido representa la única manera de paliar los efectos de un trauma.

Clark interpreta brillantemente a Maud explorando dos facetas totalmente opuestas del personaje. Aunque en un comienzo se trata de una “santurrona” que se priva de cualquier satisfacción terrenal, un lado salvaje y oscuro trata de escabullirse de sí. Que Amanda pase demasiado tiempo con una aparente prostituta le hierve la sangre, y cuando es momento de confrontar a esta última para que la deje en paz, las encomiendas se transforman en groserías, y el semblante amigable y casi divino se torna feroz y amenazante.

Clark no solo navega por los distintos estados de ánimo de su personaje, sino por la desintegración de su cordura. Su versatilidad queda manifiesta, principalmente, cuando Maud visita un pub tras vivir la peor crisis de su nueva fe. Ahí, las tentaciones se convierten en sufrimiento, y los recuerdos en el peor de los castigos. Clark manifiesta esa desesperación con gran acierto, haciéndonos desear que la chica encuentre pronto la salvación que necesita, y no necesariamente hablando en términos religiosos. La cámara, de igual manera, se somete a la dualidad de la protagonista con tomas desorientadoras que enfatizan su confusión.

Saint Maud
Crédito: Film4, BFI Film Fund, Escape Plan Productions, A24

Saint Maud es parte de esta nueva ola de terror con tintes sociales que el cine independiente ha propulsado desde la década pasada. Glass, así como Ari Aster (El Legado del Diablo) y David Robert Mitchell (Está Detrás de Ti), apela a un horror psicológico para adentrarse en la problemática de la salud mental. Visiblemente abandonada por todos, Maud debe afrontar su dolor sin soporte alguno; Dios, o al menos la entidad con la que establece una constante conversación durante toda la cinta, emerge como su único confidente. Problemáticas como esta han sido pretexto para que estos y otros cineastas desarrollen esta vertiente más humana del género. El trabajo de Glass representa una llamada de atención para ayudar a todo aquel que se encuentre confundido y al borde del abismo.

En su crítica para IndieWire, David Ehrlich afirma que la película es una cruza entre El Exorcista (The Exorcist, 1973) y First Reformed (2017). Aunque una estructura inversa a la de la emblemática cinta de terror devela una de las fuentes de inspiración de la cineasta, la conexión con la segunda es más clara. El reverendo del poco conocido filme de Paul Schrader se enfrenta a una crisis de fe muy parecida a la de Maud. Los castigos que se inflige por los pensamientos blasfemos que la inundan son igual o peor de brutales a los que la enfermera se somete. Pero la diferencia radica en el desenlace, en la salvación en forma de la comprensión, algo totalmente ausente en la vida de Maud.

Saint Maud
Crédito: Film4, BFI Film Fund, Escape Plan Productions, A24

Visualmente, al menos en las escenas donde interviene Amanda, Glass evoca el cine de Peter Strickland. Intencionalmente o no, la realizadora genera un ambiente muy similar al de The Duke of Burgundy (2014). En esta cinta, dos mujeres comparten sus deseos más íntimos mientras conviven en una casa que bien podría pertenecer a otra época. Si bien las temáticas son distintas, en la morada de la bailarina se percibe un aura femenina oscura muy parecida a la de aquella película.

“Nunca desperdicies tu dolor”, clama Maud durante su retorcida narración de los hechos. La frase cobra sentido no solo cuando la vemos diseñar los castigos físicos más dolorosos, sino cuando nos damos cuenta del camino que toma su existencia después de aquel fatídico incidente que le costó la cordura. Saint Maud impacta con un final que confirma toda sospecha: la joven enfermera, entregada a Dios (¿o a su enfermedad?) cumple contundentemente su cometido. La salvación nunca estuvo tan lejana.