“La marca de la Pantera”, un brusco y salvaje despertar sexual
Sin duda alguna una de las experiencias más placenteras que hombres, mujeres y animales pueden experimentar es el sexo, con la gran diferencia de que mientras estos últimos (o al menos la mayoría de ellos) lo hacen con fines reproductivos, los humanos encuentran en las relaciones carnales una práctica no sólo procreativa, sino también un medio cuya finalidad es la satisfacción de la libido. Lamentablemente, aún hoy en día varios sectores de la sociedad continúan viendo en el sexo un acto impuro y hasta reprochable, cuando éste no es sino un instinto natural arraigado en lo más profundo de nuestras raíces; raíces que en ocasiones pueden llegar a ser bastante salvajes, tal y como lo demuestra la cinta Cat People (La marca de la Pantera, 1982) del director Paul Schrader.
En esta cinta, Irena Gallier (Nastassja Kinski) es una joven y sexualmente inmadura mujer que viaja a Nueva Orleans para reencontrarse con su hermano Paul (Malcolm McDowell) luego de estar separados durante años tras la muerte de sus padres. Sin embargo, aunque los unen lazos de sangre, entre ellos comienza a despertar un instinto casi animal que sólo puede ser calmado mediante el incesto, pues de no ser así y mantener frustrados sus deseos, sus cuerpos se transforman en enormes y feroces felinos.
La cinta prácticamente nos demuestra y deja en claro la naturalidad del acto sexual, pues si bien la raza humana no es sino una estirpe más de animales cuyo mayor dote es el “raciocinio”, no puede negar que dentro de cada hombre y mujer existen tendencias animales que necesitan satisfacerse, siendo el sexo una de ellas. Esto se nos expone mediante el papel de estos dos hermanos, pues mientras Irena es una mujer frágil e inexperta, su misma inocencia despierta una gran sensualidad que en ella no causa más que dolor, pues se ha jurado no calmar dichas ansias hasta que encuentre al hombre indicado. Sin embargo y en el extremo contrario, su hermano Paul es un hombre que no teme ni le importa calmar su libido con cualquier mujer, aunque esto signifique que termine asesinándolas.
No obstante, el que el hermano asesine a las mujeres no es por un acto de odio hacia ellas ni mucho menos, sino por una extraña y antigua maldición que lo hace convertirse, literalmente, en una furiosa pantera durante el sexo. Así, luego de que Irene conozca a Oliver Yates (John Heard), un zoólogo del que queda enamorada, en ella comienza a despertar un implacable deseo sexual, aunque se ve incapacitada de satisfacerlo, pues en el fondo y por una inexplicable razón, ella sabe que el acostarse con él ocurrirá algo horrible.
Es por ello que a partir de aquí se librará una lucha entre amante y hermano, pues mientras Oliver está decidido a conquistar a Irena, Paul tratará de detener dicha unión por dos razones: evitar que ella se transforme en un animal; y explicarle que aunque sean hermanos ambos necesitan tener sexo entre ellos para terminar con una oscura maldición. Ahora, la inexperta mujer deberá decidir si entregarse a sus instintos, o intentar llevar una relación con Oliver aunque termine por asesinarlo.
La película, aunque lenta en diversos momentos, es capaz de mantener un suspenso de principio a fin, pues si bien para el espectador es fácil deducir que la relación entre los asesinatos, la pantera y la inmadurez sexual de la mujer, así como el desenfreno de su hermano son todos actos relacionados entre sí, la verdadera sorpresa se encuentra en saber el porqué y cómo ocurre todo ello. Este secreto se ve revelado poco después de la mitad de la cinta, ocasionando que la película decaiga un poco después de ello, aunque vuelve a retomar el ritmo en los momentos finales gracias a la batalla interna que se presenta en Irena, convirtiéndola así en un personaje que sirve como recipiente de la dualidad del sexo, ya que mientras una parte de ella necesita entregarse a la perversión del incesto, la otra busca la satisfacción no sólo carnal, sino también sentimental.
Cat People termina por ser una cinta que nos demuestra tanto el salvajismo del sexo como su lado más común, lo que termina por ser un reflejo, como dijimos en un inicio, de la naturalidad del acto sexual, la cual puede ir desde la total perversidad hasta la completa normalidad.