“Las Poquianchis”, retrato de las asesinas más despiadadas de México
Hablar de asesinos seriales siempre resulta interesante, pues nos demuestra que el ser humano no sólo es verdaderamente perverso –ya sea por naturaleza o por experiencia-, sino que también estos personajes dejan al descubierto los diferentes puntos de vista de la sociedad, ya que mientras algunos aseguran que los psicópatas nacen, otros piensan que se crean debido al entorno en que se desarrollaron. Sin embargo también existen otro tipo de seres, más diabólicos quizá, que prefieren usar su maldad para destrozar y rebajar el espíritu humano a tal grado de obligar a otros a cometer las peores atrocidades por ellos, tal y como es el caso de las hermanas Gonzáles Valenzuela, cuyos crímenes fueron retratados en la cinta Las Poquianchis (1976), del director Felipe Cazals.
Eva (Ana Ofelia Murgia), Delfa (Leonor Llausás) y Chuy (Malena Doria) son tres hermanas que buscan ganarse la vida de una manera fácil, por lo cual, se aprovechan de la pobreza de diversas familias de campo y de la inocencia de las mujeres para venderles falsas ilusiones. Es por ello que deciden ir con el señor Rosario (Jorge Martínez de Hoyos) para comprarle a sus hijas María (Tina Romero) y Adelina (Diana Bracho) con el engaño de llevárselas a trabajar en un restaurante; sin embargo, la verdad es que serán usadas como prostitutas que serán violadas día y noche sin recibir nada a cambio más que un trato peor que si fueran bestias.
Hablar de Las Poquianchis es hablar quizá de las mujeres más sádicas y pervertidas de México; y si mencionamos el “quizá” es debido a que esa es una afirmación que nunca sabremos pero, ¿por qué? Simple y sencillamente porque su caso fue tan asombroso que gracias a los medios de comunicación, las leyendas urbanas, los chismes y el morbo en sí, es difícil saber qué es lo que en verdad ocurrió y qué tanto de lo que se cuenta es verídico y qué ficción. Así, antes de hablar de la película comencemos por dar un breve contexto para aquellos que no estén relacionados con estas criminales.
Rituales satánicos, canibalismo, sodomía, torturas, zoofilia…
De entre todo lo que se ha dicho de las hermanas Gonzáles Valenzuela, alias Las Poquianchis, quizá la prostitución es el delito menos grave que cometieron e incluso el menos perverso. Así, lo único que es 100% verdad de todo lo que leerán a continuación es el hecho de que estas tres mujeres engañaron a diversas familias para que les permitieran llevarse a sus hijas, todo ello con la mentira de que serían trabajadoras domésticas o atenderían algunos locales como empleadas y así podrían mandarles dinero para ayudar con los gastos de la casa; sin embargo, la verdadera razón por la cual se las llevaban era para prostituirlas día y noche. Por supuesto, las jóvenes -por no decir las niñas- que se negaban a ello eran víctimas de increíbles abusos físicos y psicológicos, muchos de los cuales terminaban en asesinatos.
Es aquí cuando comienza la terrible incertidumbre de no saber qué es cierto y qué es mentira, pues luego de que una de las muchachas logró escapar y al fin pudo dar aviso a la policía, las autoridades encontraron que el burdel era una verdadera casa de los horrores. Para comenzar, tanto en el patio como en un pequeño cementerio se encontraron varios cadáveres de mujeres y fetos (se dice que eran alrededor de 150 cuerpos e incontables no natos), pues con la finalidad de seguir explotando a las chicas, cada vez que alguna de ellas quedaba embarazada era obligada a abortar clandestinamente, lo que derivaba en infecciones y no en pocas ocasiones el deceso de alguna de ellas.
Los abortos dieron pie a que se corriera el rumor de que los bebés que sobrevivían eran vendidos a pedófilos para que éstos mantuvieran relaciones sexuales con los recién nacidos. Por otra parte, hay quienes dicen que cuando la policía entró a la casa de las criminales, la carne de las mujeres fallecidas estaba empaquetada y lista para ser vendida para el consumo humano.
Por si fuera poco comenzó a circular la creencia de que Las Poquianchis llevaban a cabo rituales satánicos que culminaban en una orgía en la que algunas de las secuestradas eran obligadas practicar la zoofilia con un macho cabrío; incluso se dice que una de las tres hermanas mantenía relaciones sexuales con un perro, lo cual le habría causado una fuerte infección estomacal que habría obligado a otra de ellas a matarla a palos ora por vergüenza, ora por piedad. Sin embargo y como dijimos antes, volvemos a recalcar el hecho de que la mayoría de estas cosas fueron cosas que la prensa amarillista y la misma gente comenzó a contar alrededor de este crimen, pues aún hoy en día no se podría comprobar qué sí y qué no es verdad de todo lo que se dijo sobre estas mujeres. Vayamos, pues, a la película.
Lo que quizá sucedió…
Felipe Cazals cuenta en su película Las Poquianchis una historia bastante ligera a comparación de lo que se cuenta sobre estas criminales. Para empezar, el director se enfoca únicamente (y por fortuna, diríamos nosotros) a la prostitución, ya que sólo relata cómo es que las hermanas engañaban a las mujeres para tenerlas como esclavas sexuales. Sin embargo, el que el cineasta sólo se centre en esto no quiere decir que la película sea menos cruda de lo que se escucha.
Al contrario, pues aunque de una forma que pareciera bastante escueta luego de todo lo que se ha leído sobre estas criminales, Cazals retrata muy bien el martirio que las hermanas María y Adelina deben vivir luego de que su padre Rosario -un campesino que vive en la pobreza- prácticamente las venda a Las Poquianchis. Así, tras ser engañadas con una oferta de trabajo, ambas serán obligadas a prostituirse, pero no sólo esto, sino que prácticamente serán rehenes -junto con varias decenas de mujeres más- que día a día deben luchar por su vida, ya que todas ellas viven en un prostíbulo con las mínimas condiciones sanitarias, lo cual les causará variadas enfermedades (incluso, la cinta se sirve de unas cuantas escenas escatológicas para resaltar esto último) y trastornos.
Además, si bien la película no aborda demasiado en la personalidad de María y Adelina, ni de ninguna otra de las mujeres cautivas, sí expone muy bien la locura en la que las desdichadas van cayendo debido a los maltratos que sufren. Es por esto que conforme la trama avanza se nos presentará no sólo el cómo las dos jovencitas acceden poco a poco a prostituirse, sino que también pasarán a convertirse de víctimas a criminales (aunque por supuesto, no por elección propia); pues gracias a las torturas físicas y psicológicas que reciben por parte de sus captoras, para estas últimas es fácil manipularlas y obligarlas a que castiguen (y en ocasiones asesinen) a sus compañeras bajo la ley del “si no la castigas tú a ella, todas las demás te castigan a ti”; en pocas palabras: lo que hace una, la pagan todas.
Por supuesto la cinta no sólo sirve como retrato de estos crímenes, sino también como una crítica hacia la sociedad mexicana (y quizá de cualquier sociedad), ya que no sólo veremos que el burdel es visitado por simples hombres que buscan sexo fácil, sino también por policías, abogados y demás funcionarios que se sirven de su poder para obtener favores sexuales a cambio de “hacerse de la vista gorda para mantener el changarro abierto”, como dirían por acá. Asimismo, resulta una denuncia hacia las autoridades que abusan cruelmente de los campesinos, ya que el director se sirve de flashbacks y una marcada paleta de colores no sólo para contar la historia de María y Adelina, sino también la de su padre Rosario, quien junto con otros trabajadores del campo debe enfrentarse a corruptos empresarios y autoridades que a toda costa planean quitarles sus tierras. Claro, tampoco está de más mencionar la crítica hacia la prensa de aquel entonces, quienes se sirvieron de esta historia para aderezarla a su gusto y vender más periódicos con tal de seguir alimentando el morbo de la gente.
En pocas palabras, Las Poquianchis es una película que aún sin ser una gran cinta, logra exponer de buena manera parte de las atrocidades que este trío de mujeres cometió. Por supuesto, también hay que aclarar que el director Cazals se toma demasiadas libertades al contar la historia (como lo es el cambiar los nombres originales; o el incluir sólo a tres hermanas de las cuatro que fueron en realidad), pero que no por ello deja de exponer algo de la cruel y cruda realidad que se sabe de este caso.
Por último, un año después del estreno de esta cinta, en 1977, el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia sacó a la luz su libro Las muertas, el cual está inspirado en el mismo caso pero que esta vez relata la historia con un humor bastante negro, convirtiéndolo en una tragicomedia bastante mórbida por cuanto más real se sabe que fue. Asimismo, en 1980 Elisa Robledo publicó el libro Yo, la Poquianchis: ¡Por dios que así fue!, el cual quizá sea el relato más fiel a lo que en verdad ocurrió, pues para ello la escritora se sirvió de diversas entrevistas con una de estas hermanas.