Nebraska: De la vejez y el abandono
En una toma abierta vemos una vía rápida en los Estados Unidos, hacia el fondo se distingue un anciano caminando por el acotamiento. Una patrulla se detiene junto a él, desciende un policía del vehículo. Los hombres conversan brevemente y abandonan juntos el lugar.
Podemos pensar que se trata de un viejo que, desconectado de la realidad, deambula perdido. Sin embargo, Woody Grant tiene muy claro el rumbo y la meta: llegar por cualquier medio de Billings, Montana, a Lincoln, Nebraska, para reclamar el millón de dólares que consta en un certificado de correo chatarra a su nombre. Ese sencillo planteamiento es Nebraska, de Alexander Payne (2013).
A primera impresión, Woody Grant parece sólo un hombre senil y terco. Su obsesión por llegar a su destino y cierta complicidad/lástima hacen que su hijo menor, David, un mediocre asalariado promedio americano con una vida monótona promedio americana, deje su trabajo por unos días para llevar a su padre a cumplir su misión o, al menos, escoltarlo hasta Nebraska.
El plan se ve trastocado por una caída de Woody. Se atraviesa el fin de semana y los Grant optan por detenerse en su pueblo natal, también en Nebraska, a fin de visitar a la familia y poner a Woody en reposo.
Se abre allí una ventana a la verdad sobre Woody, la que nunca compartió con sus hijos ni ellos procuraron conocer. Nebraska se vuelve entonces, más allá de la meta a alcanzar, en el agujero que los Grant decidieron abandonar en algún momento, en el que el tiempo sólo pasa para dejar huella en los rostros arrugados de sus contemporáneos.
El alcoholismo de Woody definió sus vida familiar y es resultado del trauma de guerra, tan común entre los veteranos norteamericanos y tan desestimado por la sociedad por la que combatieron, y de su decepción de sí mismo y del mundo que ha abusado siempre de su nobleza y su incapacidad para decir “no”. Sabedores de esto, familia y amigos se vuelven buitres en torno a quien creen el afortunado “hijo pródigo” que ha vuelto.
Inspirado en The Last Picture Show (Peter Bogdanovich, 1971), Payne filmó Nebraska en blanco y negro, con Phedon Papamichael tras la lente. Celebrada por la crítica internacional, ésta es la única cinta hasta el momento en la que Payne no ha tenido injerencia en el guión, ha dicho que el libreto de Bob Nelson es el único ajeno que le ha convencido, por eso lo llevó a la pantalla. También ha declarado que no sólo fue el vínculo con su natal Nebraska lo que le atrajo de la historia, sino la idea de que un hijo quiera ofrecer a su padre anciano un momento de dignidad.
El trabajo de Bruce Dern como el viejo obstinado fue galardonado en el Festival de Cannes. Es tan convincente que uno se olvida de que sólo está actuando, es tan desesperante como conmovedor. Mientras que June Squibb, la señora Grant, es el elemento que equilibra a Woody, y a la trama en general con sus agrias intervenciones. Por su parte, Will Forte, salido de las filas de Saturday Night Live, sorprende como David al ser capaz de sostener un “mano a mano” con el veterano Dern a lo largo de la trama.
Más que un road movie, Nebraska es una introspección de la sociedad de una nación tan poderosa como enajenada. Es un retrato de las relaciones humanas en esa clase media norteamericana más interesada en el televisor y otros vicios que en el prójimo, especialmente cuanto éste ya no resulta productivo para la sociedad. Con Nebraska, Alexander Payne volvió a regalarnos una cinta que parece sencilla en narrativa y formato, y que es poderosa en reflexión.