Kong: La Isla Calavera, el conflicto entre cultura y natura
El año pasado fuimos testigos del reinicio de la franquicia King Kong, mismo que coincide con el renacer de la franquicia Godzilla en lo que se planea como el crossover entre ambos monstruos. Kong: La Isla Calavera se basa en una historia escrita por John Gatins (Hardball, Dreamer: camino hacia la victoria, Juego de honor, Acero Puro, Power Rangers) y adaptada por los guionistas Dan Gilroy (The Fall, Acero Puro, El legado de Bourne, Nightcrawler, Roman J. Israel, Esq.) y Derek Connolly (Seguridad no garantizada, Jurassic World). La dirección corre a cargo de Jordan Vogt-Roberts conocido por haber dirigido Los reyes del verano (2013), un drama de llegada a la adultez bastante agradable que compitió por el Gran Premio del Jurado en Sundance, con la fotografía de Larry Fong (Perdidos, 300, Watchmen, Sucker Punch, Super 8) y las actuaciones de Tom Hiddleston, Samuel L. Jackson, Brie Larson, John C. Reilly y John Goodman, entre otros.
Aunque el constante estreno de remakes, precuelas y secuelas hace que la mayoría de las veces se nos antojen innecesarios, aportando más bien poco al enriquecimiento de la historia, Kong: La Isla Calavera no vacila en tomarse en serio; no pretende continuar el trabajo de Peter Jackson y toma su propio camino que la llevará andar sobre el camino de otros monstruos. La película, que actualmente compite por el Óscar a Mejores Efectos Visuales (categoría bastante peleada con la presencia de Blade Runner 2049, Guardianes de la Galaxia 2, Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi y La guerra del planeta de los simios), predice estos encuentros al enmarcar los créditos finales con pinturas rupestres que le dan amplitud al mito, introduciendo a monstruos como Godzilla, Rodan, Mothra y King Ghidora, en lo que se puede tomar como una advertencia de lo que viene por delante.
Una parábola del verdadero monstruo: la guerra
Con el posicionamiento inicial de la acción en un conflicto bélico, se prefigura el tratamiento global de la cinta: existen elementos fantásticos y la presencia de los monstruos es fuerte, pero Kong: La Isla Calavera es una película de guerra. Con este punto aclarado, la película se convierte en un cuestionamiento a la política bélica de los Estados Unidos, así como de la ideología de combate de los estadounidenses. Al llevar la historia desde la Segunda Guerra Mundial a la Guerra de Vietnam, se muestra la contradicción de un país que se hace llamar la nación de la libertad, pero siempre está en Guerra.
De hecho, cuando el equipo de científicos inicia su misión, la Guerra de Vietnam ha concluido y el equipo de soldados que los acompaña decide hacerlo sólo para no dejar de luchar. Sus deseos se cumplen muy pronto, pues Kong no tarda mucho en hacer su bestial entrada: a su lado, los helicópteros parecen mosquitos y como tales son destruidos. Desde sus primeras apariciones, resulta un deleite ver a Kong en el horizonte. La cámara empotrada en el helicóptero sirve para señalar la inmensidad del monstruo y de paso establecer sus primeros puentes intertextuales con una de las películas más aclamadas del cine de guerra: Apocalypse Now (1979).
Conforme supera a su segunda mitad, las escenas de acción se incrementan en una aceleración del ritmo que conduce al climático final. La belleza visual de Kong: La Isla Calavera llega a su cima en esta parte con la secuencia en el cementerio. Cuando el equipo decide buscar a Chapman, se introduce en un valle lleno de niebla que sólo permite ver esqueletos gigantescos. El paso de nuestros personajes por este espacio sirve para una escena de acción entre gas, veneno y explosiones que complacerá a quienes disfrutan este tipo de escenas.
Finalmente hay una redención del guerrero que da un paso atrás en la batalla. Cuando las razones del Coronel Packard (Samuel L. Jackson) no bastan para convencer a su equipo, que se da cuenta del grado de locura de su superior, los soldados eligen desobedecer. Esta desobediencia significa una ruptura con una de las características más importantes del soldado: está entrenado para cumplir siempre las órdenes de su superior. Esta rebelión de la razón contra la violencia es vista por Packard como señal de cobardía, pues considera que Estados Unidos no perdió la Guerra de Vietnam, sólo se rindió.
Nuestro lugar en la tierra
En algún lugar remoto del Océano Pacífico, conocemos la temporalidad específica de la acción (Segunda Guerra Mundial y Guerra de Vietnam) pero no la ubicación, se librará pronto una guerra entre el hombre y la bestia. El giro argumental de Kong: La Isla Calavera, que la distingue de otras películas del monstruo, es que aquí el hombre pelea siempre de visita: Kong no es trasladado nunca a la civilización. Cuando tenemos la impresión de que esa monstruosa isla sólo está habitada por bestias, descubrimos que el hombre vive en ella como adorador de Kong. Entre su primitiva civilización y nuestros avances tecnológicos no parece haber tanta diferencia: para sobrevivir en ese paraíso mortal es preciso doblegarse ante Dios.
Pese a lo que pueda pensar el Coronel Packard, Kong es un Dios benévolo. Pese a su inmenso tamaño, fuerza y bestialidad, el simio gigante es en realidad un protector que guarda a los hombres de morir a manos de los monstruos reptiles. La imprudencia de Packard pone al descubierto la existencia de una contraparte de Kong que los nativos consideran algo así como el Diablo. Por último tenemos la unión de dos batallas en un mismo frente: a la pelea entre Packard y Kong, que representa el empecinamiento del soldado que combate lo que no es necesario combatir (analogía de la posición de los Estados Unidos combatiendo a Vietnam), se suma la lucha entre el reptil gigante y Kong.
La presencia del otro en la mirada propia
La primera imagen que tenemos de Kong en toda su inmensidad es a través de los ojos de otro personaje. La mirada especular, el reflejo, es importante en la película porque no tenemos otra forma de conocer y comprender a Kong. En ningún momento tenemos la perspectiva del monstruo, por lo que todos nuestros juicios sobre él se basan en cómo lo vemos a través de los demás: según los ojos desde donde lo queramos ver, Kong puede ser un monstruo maligno que debe ser castigado, un Dios benévolo que merece adoración o un animal incomprendido capaz de entender sentimientos complejos como el amor.
La evidencia de lo anterior la encontramos al iniciar y concluir la película (si no tenemos en cuenta el epilogo o la escena de créditos final): el filme se escabulle por el mismo punto de fuga por el que surgió: el ojo humano. En realidad, mi opinión es que Kong: La Isla Calavera debió haber finalizado ahí, pero la escena con los créditos finales era necesaria para dejar los hilos desde los que partirán las siguientes entregas de la franquicia. Lo que si me parece innecesario es el epilogo sentimentalista que concluye la historia de Hank Marlow (John C. Reilly) con el típico mensaje “y vivieron felices pa’ siempre”, que se une a una serie de clichés que restan puntos a la película (ejemplo de ello es que los personajes no dejan de ser simples estereotipos).
Cultura vs Natura
La introducción de Kong: La Isla Calavera llama la atención sobre las consecuencias negativas de desarrollo científico y tecnológico, mismo que servirá de poco para enfrentar a Kong. Desde la presentación de la misión, que sirve para darnos el contexto y presentar a los personajes, se plantea el futuro encuentro entre el orden de la cultura (en este caso representado por la ciencia) y el de la natura (más que Kong o alguno de los monstruos, la isla misma). El primer choque entre ambas fuerzas es previo a Kong y aparece en forma de tempestad climática, prefigurando la naturaleza violenta del encuentro.
Aunque nuestra primea impresión es que Kong no puede ser sino el monstruo, el juego especular de Kong: La Isla Calavera plantea la ambigüedad del papel del simio gigante y el simio pequeño (el hombre). El personaje de Marlow nos señala con precisión que el hombre es quien ha venido de fuera, quien ha viajado desde lejos para dañar y someter a Kong. La presencia de otros monstruos gigantes en la isla como búfalos, arañas y calamares, refuerza la impresión de que todos ellos no son sino animales inmensos ocupados en su rutina diaria de supervivencia.
Cuando el hombre da por concluida su pelea con Kong, a quien se une en la asombrosa contienda final contra el reptil gigante, se da una conciliación entre la cultura y la natura. La capacidad de perdón de Kong, quien pelea por su supervivencia, pero también por la de los hombres que lo habían intentado destruir, deja en claro que no se puede juzgar a ninguno de los dos órdenes como bueno o malo y que hay muchos matices entre la luz y la oscuridad.
Ahora sólo falta esperar la película que enfrentará a King Kong y Godzilla en el 2020. De momento hay poca información de la misma, pero se dice que será dirigida por Adam Wingard, conocido por el filme de horror You’re Next, así como la secuela Blair Witch y la espantosa adaptación live action que Netflix hizo el año pasado del manga Death Note. La expectativa puesta en esa película será grande, pues puede significar la unión exitosa de dos de los monstruos más grandes del cine o la suma de otro bodrio más que tiene como único fin vaciar la cartera de los aficionados al cine.