La perla: deseo, tragedia y cine de oro mexicano
En el agitado año de 1945, en el que concluiría la Segunda Guerra Mundial, el escritor estadounidense John Steinbeck, ganador del Nobel de Literatura en 1962, publicaría La perla, una novela corta situada en México. Tan sólo un año más tarde, Emilio “El indio” Fernández realizaría una versión cinematográfica de excelente factura. El mismo Steinbeck participó en la adaptación del guión, mientras que Gabriel Figueroa se encargó de la dirección fotográfica y Pedro Armendáriz y María Elena Marqués de los papeles protagónicos.
La historia de discriminación sufrida por Kino, un pescador humilde, y su familia, hace eco de las condiciones sociales de México. La trama se complica con el descubrimiento de una valiosa perla que despierta en Kino la esperanza de un mejor futuro, pero que será objeto de la codicia del pueblo en general, lo que conduce a una historia de violencia, sacrificios e injusticia que fue reconocida en México con cinco Premios Ariel, así como dos premios en el Festival de Venecia y un Globo de Oro.
Adaptación: traducción transmedia
Más de una vez he leído que la mayoría de las películas filmadas en la historia del cine son adaptadas o basadas de obras literarias. Generalmente no hay fuentes, ni estadísticas confiables, sólo se dice. Mi intención no es decantarme en el debate, sino señalar que, como dice el dicho (y eso que detesto los dichos): cuando el río suena, agua lleva. Es muy probable que esta percepción sea exagerada, pero sin duda influye el hecho de que muchas de las obras maestras del cine provienen de la literatura.
Esto implica que cuando vamos al cine o abrimos Netflix, consumimos historias que se pensaron en principio como un formato escrito y que han sido trasladadas al discurso visual. Al iniciar el proceso de adaptación, guionista y director enfrentan la misma decisión que un traductor: buscar la fidelidad absoluta a riesgo de crear un texto rígido o desactualizado o aventurarse en la interpretación y deconstrucción y dar flexibilidad al texto, con la exposición a la lincha de los fans del original.
Por más que se fomente una cultura de apreciación estética que valore la adaptación como un producto autónomo, rehacer una obra popular es como intervenir un mito. Detrás del aparente afán comparativo o de la imposibilidad de no referirse al texto origen se encuentra el encumbramiento de un símbolo por el imaginario colectivo como portador de un mensaje emocional, e incluso espiritualmente, valioso. A ello se debe que, cuando se trata de adaptaciones, la mayoría de las críticas se tornen en metáforas metafísicas y abunden en el uso de la palabra “esencia”. El fanático puede perdonar cambios en el personaje, la situación o el orden de la historia, pero si la obra apunta a un efecto emocional distinto del original, la película puede volverse blanco de la crítica.
Los años dorados del cine mexicano
A diferencia de la novela, la película de Fernández fue realizada con la intención de crear una joya del cine de oro mexicano que pudiera agradar al público europeo. No por nada, “El indio” fue el responsable de construir la imagen estereotípica que acudía a la mente del extranjero al pensar en México: nubes altas, cielos amplios, nopales, sarapes, haciendas e indios sombrerudos: todo en claroscuro.
Aunque cambia la forma en que se presenta el lenguaje, el trasfondo continúa siendo en esencia el mismo. Mientras que los sucesos de la novela suceden en La Paz, Baja California, en la película no se hace explicito el lugar para crear un ambiente indeterminado que pueda corresponder con cualquier costa de México, aunque para un ojo local que preste atención, la fiesta realizada en la película es más común de la zona sur, de hecho la película se filmó en Acapulco, que del norte del país.
La sencillez argumental de la novela, que presenta una sociedad en la que los sujetos están destinados a cumplir un rol y les imposible avanzar más allá de éste, se presenta como ideal para que “El Indio” cuente una historia sobre el tema más recurrente de su filmografía: el destino trágico. A “El indio” le gusta la tragedia porque no precisa de explorar el mundo ni sus posibilidades, sólo define la realidad del mundo, lo describe y formula sus reglas. Fernández y Steinbeck tienen en común que nunca se plantean la existencia de soluciones, porque no hay soluciones al destino que ha sido trazado de antemano.
Tragedia determinista
Debido a que estamos frente a una tragedia, nadie cumplirá sus deseos, vaciados en el “objeto mágico” que es la perla. La tensión de rivalidad anulará la posibilidad de un beneficiario, pero ¿a qué obedece que Kino no pueda cumplir su deseo? ¿Hubiera pasado lo mismo si cualquier otra persona se hubiese encontrado la perla? ¿Cuál hubiera sido la resolución de la historia si la perla hubiera sido encontrada por un rico? Steinbeck y “El indio” parecen coincidir en que es la realidad social en la que vive la que evita que Kino pueda cumplir todos sus sueños.
La historia se desarrollada en el contexto histórico del colonialismo y la explotación del indígena que particulariza la trama en unas circunstancias determinadas; en un mundo que representa cierto orden social, un entorno conflictivo e injusto en el que no existe un reparto equitativo de las riquezas. La sociedad está formada por castas o grupos cerrados: los europeos, y sus descendientes, quienes poseen la riqueza y el poder por una parte; y los indígenas, quienes se ven sometidos a condiciones de explotación por los europeos.
La poca permeabilidad de una clase social a otra explica la visión maniquea que tienen del mundo Steinbeck y Fernández. La sociedad conoce sólo dos realidades: la de ricos y pobres, enormes mansiones y ruinosas cabañas, y esta organización se basa en un eje central que es el dinero. A ello se debe que Kino no tenga derecho a rebelarse o a aspirar a algo mejor; sus anhelos están siempre encaminados al mundo de las pesadillas. La tragedia que se avecina parece confirmar la idea de que los seres abyectos jamás encontrarán una puerta al porvenir porque el propio sistema social se los impide.
El objeto del deseo
Entre el pueblo y Kino se establece una oposición en torno a un objeto que se convierte en depositario de los deseos. La perla, el objeto de deseo, se transformará en la imagen del querer del sujeto. No es que la perla esté maldita, como asegura en varias ocasiones Juana, la esposa de Kino. La perla es un objeto neutro, lo que significa que la maldición no está en la perla, el objeto del deseo, sino en el deseo mismo. Incluso Juana parece saberlo cuando se da cuenta de su excitación y procura mirar a otra parte, convencida de que no es bueno desear algo con excesivo fervor.
Desde que obtiene la perla, Kino es capaz de imaginar un futuro que le era prohibido pensar para sí. Pero, lo más importante de todo, gracias a la perla, Kino puede ver un futuro diferente para su descendencia. En la perla, puede ver la oportunidad de darle a su hijo una educación que pueda subvertir su condición de marginado. La aparición de la perla supone, al menos idealmente, el empoderamiento del esclavo, lo que puede desestabilizar el sistema. Finalmente, los deseos de Kino se transfiguran en sucesos fatídicos. La imagen del rifle da paso a la del hombre muerto, la de su boda en la de Juana arrastrándose por la playa, lastimada, y, por último, la del brillante futuro de su hijo en la imagen de su cuerpo hinchado por la enfermedad.
Cuando se percata de la envidia que ha despertado, pues todos en el pueblo están celosos de su hallazgo, surge en Kino un sentimiento anverso al celo, el recelo, que no es otra cosa que el sentimiento de desconfianza que surge en el sujeto celado cuando teme ser superado por la circunstancia y el entorno. Este sentimiento de recelo convierte a los dos sujetos en celosos y los sitúa, momentáneamente, en un estado de igualdad, de lo que resultan dos celosos: el que sufre por ver al otro gozar del objeto deseado y el que sufre por temor a perder dicho objeto.
El guión resuelve muy bien el asunto de la extensión; la novela es muy breve y a uno le da la impresión de que no da para tanto tiempo. Sin embargo, la inclusión de algunos personajes como el avaro hermano del doctor o sus compinches, quienes tratan de robar a Kino en la cantina, dan un toque dramático que funciona muy bien. Además las escenas de la huida a través de los mangles y el desierto, escenas en que mueren el doctor y el hombre que había auxiliado a Kino, respectivamente, ayudan a incrementar el sentido fatal de la historia, pues el rastro de sangre dejado por el conflicto de la perla, es mayor que en la novela.
A manera de conclusión, recomiendo bastante La perla, tanto la estupenda novela corta de Steinbeck, como la magnífica adaptación que encontró. Dos obras maestras. La novela es considerada una de las joyas literarias del escritor ganador del nobel, la película es recordada como una de las mejores de la grandiosa época del cine de oro mexicano.