The Handmaid’s Tale: la monstruosidad de un futuro no lejano
<<Me imagino que eso es lo que posibilitó las cosas, el hecho de que lo hicieran de repente, sin que nadie lo supiera con antelación. Si aún hubiera existido el dinero en efectivo, habría resultado más difícil. Fue después de la catástrofe, cuando le dispararon al presidente y ametrallaron el Congreso, y el ejército declaró el estado de emergencia. En aquel momento culparon a los fanáticos islámicos. Hay que mantener la calma, aconsejaban por televisión. Todo está bajo control. Yo estaba anonadada. Como todo el mundo, ya lo sé>>.
Be fruitful, and multiply, and replenish the earth. Give me children, or else I die. Esta es la premisa principal, y una de las más repetidas a lo largo de la serie de The Handmaid’s Tale; sé fecunda y multiplícate, y repone la tierra. Ésa es una obligación, moral y espiritual, para con la sociedad, para con Dios, una condena y una bendición que deben perseguir absolutamente todas las mujeres que aún posean el milagro de la vida encerrado en ellas.
En la monstruosidad de un futuro distópico, y, ciertamente, no muy lejano, en la ficticia república de Gilead, las mujeres han dejado de concebir y los pocos niños que llegan a nacer en raras ocasiones sobreviven, o lo hacen con deformidades. Posteriormente, en la serie televisiva, espectacular adaptación de la aclamada novela homónima de Margaret Atwood (1985), nos será confesada una terrible verdad: Gilead no es el único lugar en el mundo que es asolado por una ola de infertilidad.
Ante esta crisis de infructuosidad y depravación (la libertad sexual y el sinfín de opciones para mujeres y hombres) que la originó, un grupo de políticos teócratas, llamados los Hijos de Jacob, llegan al poder en Estados Unidos para tratar de «invertir» el daño.
Las mujeres que aún son fértiles son capturadas por guardias y separadas de sus familias. Una vez secuestradas, son recluidas en centros especiales, para así dar comienzo a su reaprendizaje y, posteriormente, reinserción social. Las Tías son las encargadas de adoctrinarlas, y también de torturarlas en el proceso, como parte de su papel de crueles cuidadoras. Su labor: convertir a estas mujeres en criadas sexuales, o handmaids, las cuales serán entregadas a los Comandantes, hombres pudientes de Gilead, para fines de procreación.
Despojadas, hasta del nombre…
Es así como conocemos a nuestra protagonista, Offred (Defred, en español), interpretada por Elisabeth Moss, quien, convertida en una handmaid, nos cuenta la historia de su vida. A través de lo que ella ve, escucha y piensa, esto gracias a una voz en off constante, tenemos pequeños glimpses de su situación. Tras la reinserción, fue entregada a su Comandante (Joseph Fiennes), un hombre llamado Fred (de ahí que ella adquiriera su nombre); ahora es su propiedad, es Of-Fred.
A la par, conocemos a Ofglen (Deglen), papel encarnado por Alexis Bledel. Sí, la dulce e inocente Rory de Gilmore Girls, quien es la acompañante de Offred cuando necesita ir de compras para el comandante y su esposa. Entendemos, entonces, que una criada no puede caminar sola por las calles de Gilead, necesita de otra criada para hacerlo. No es su amiga, es su espía. Y como vigilante, puede señalarla en cualquier momento con las autoridades, e, incluso, causarle la muerte.
Aunque en esta reseña sólo hablemos de dos handmaids, la serie cuenta con un impresionante cast femenino; personajes tan entrañables como lo son Moira (Samira Wiley) u Ofwarren (Madeline Brewer), de quien no diremos más para no arruinar el giro de tuerca final.
El rostro del horror: violación y muerte
Pero la función principal de una handmaid es la de procrear para la familia que la acogió. Por lo que, una vez al mes, en su periodo más fértil, es violada durante un evento llamado La ceremonia. En el acto no sólo se involucra el comandante, sino la mujer de éste. Ambas se unen en una posición que recuerda a un solo cuerpo; la handmaid recostada sobre el regazo de la esposa, con las piernas abiertas, mientras es penetrada por el hombre del hogar, su amo. La esposa, sujetándole fuertemente los brazos.
De esta manera, Offred es sólo un objeto, del torso para abajo, y su cabeza y rostro son los de la cónyuge. Esta perversa unión de dos cuerpos también se da cuando una criada está por dar a luz, creando la retorcida ilusión de que quien realmente está pariendo es la esposa.
Este aspecto me pareció uno de los más perturbadores, tanto del libro como de la serie original de Hulu, y, ciertamente, también de los que más me agradaron. Porque lejos de crear una imagen morbosa y despiadada en la mente del espectador y agregar dramatismo a un argumento ya de por sí crudo, en la psicología de los personajes femeninos, esta tendencia a unirse en situaciones ambivalentes crea una dinámica atípica entre ellas: una relación amor-codependencia, pudiéndose malinterpretar ésta última como sororidad. La esposa del comandante Fred desprecia a Offred por motivos evidentes, pero en ocasiones, y frecuentemente por conveniencia propia, se siente unida a su dolor, incorporada a ella. «Estamos en esto juntas», llega a decirle.
Un relato feminista, una crítica a la objetivización
Desde que se publicó el libro, hace más de treinta años, Margaret Atwood, quien además de ser la autora de esta masterpiece tiene una aparición en el capítulo piloto de la serie, adoptando el papel de una despiadada Tía, se ha posicionado como la escritora feminista por antonomasia. La violencia de la objetivización, nadie la describe tan bien como ella.
Millones alrededor del mundo se han identificado con sus mujeres ficticias, ya sea Offred o Grace Marks, una criada bajo pena capital que protagoniza la novela Alias Grace, y eso es sólo por mencionar algunas. El trabajo de Margaret es prolífico y ambicioso, considerado de igual forma uno de los más relevantes dentro de la literatura del último siglo. Y sus causas justas han sido abanderadas por grupos feministas y de trabajo doméstico en todo el planeta.
En la actualidad, no es de extrañarse que en algunos estados norteamericanos se vean mujeres portando el atuendo tan característico de las criadas de Atwood, con los ropajes rojos como sangre y las cofias cubriendo sus rostros. «No somos simples reproductoras», es lo que dicen, mientras pelean por sus libertades reproductivas. Nolite te bastardes carborundorum…
Pero, volviendo al tema que nos compete, The Handmaid’s tale posee la inmensidad de una carga feminista, sí, pero también social.
Margaret Atwood escribió esta obra mientras vivía en el oeste de una capital europea dividida por la desolación y por una infame muralla; el imperio soviético se había establecido en esas tierras y no ocurriría el derrumbamiento del famoso Muro de Berlín por otros cinco años. En varias ocasiones, la escritora canadiense ha mencionado este evento histórico como una de sus más fuertes influencias, o catalizadores, en la creación de The Handmaid’s Tale.
En una entrevista con el New York Times, admitió: Durante mis visitas a varios países detrás de la Cortina de Hierro- Checoslovaquia, Alemania Oriental- experimenté la cautela, la sensación de ser espiada, los silencios, los cambios de tema, las formas oblicuas en que las personas podían transmitir información, y estos tenían una influencia en lo que estaba escribiendo.
Quizá, de la impresión de estar siendo observada persistentemente surgió en The Handmaid’s Tale el alegórico Under his eye, sentencia que indica que en esta sociedad de totalitarismo, cada uno de sus habitantes está bajo la mirada de un ojo poderoso, de espías y agentes encubiertos; todos están siendo observados por los ojos de Dios.
Dicha expresión podría constelarse con la de El gran hermano te vigila, de otro de los escritos icónicos de la literatura universal: 1984.
No pretendo descubrir el hilo negro; en varias publicaciones han sido comparada las distopías de Atwood y Orwell. Hay quienes dicen que ambas historias podrían existir en el mismo universo, que hay paralelismos que no pueden ser descartados, como el que en ambos mundos la lectura sea un acto de insumisión y que exista un ambiente de ‘paranoia orwelliana’. Asimismo, de la represión social brutal que impera.
Haciendo a un lado las innegables semejanzas, y hablando sólo desde mi experiencia y opinión, The Handmaid’s Tale supera por mucho a la obra de Orwell. Esto debido a la profundidad del personaje principal, Offred, y a la construcción de una colectividad que deambula en un escenario bastante inusual, uno que rememora a la época pre-victoriana y da pie a fanatismos y tiranías de tipo sexual. Es el ejemplo perfecto de cómo sería el futuro que nos espera, si continúa en las culturas contemporáneas la percepción de que la mujer no es más que una cosa.
Aunque, claro, puede tratarse más de una predilección personal que de un hecho. Lo que sí es que dentro del marco de la ficción especulativa, estas obras van de la mano, incluso acompañadas de Un mundo feliz, de Aldous Huxley.
Un victorioso recibimiento
La serie ha tenido un recibimiento avasallador. El cuento de la criada es un clásico muy vigente (editoriales como Océano están reimprimiendo este libro). Más allá de la genialidad de la novela y de la película que le precede, así como de las diversas adaptaciones a teatro, la producción de Hulu ha sido aclamada tanto por sus brillantes actuaciones como por la pulcritud de su dirección y fotografía. Sobra decir que es una adaptación fiel y con un valor agregado enorme que difícilmente podría ser superada por cualquiera otra. Rotten Tomatoes la califica con 97 % de aprobación.
Gilead no pudo haber sido creado tan magistralmente sin la iluminación, aquellos claroscuros tan perfectos y románticos que envuelven a la protagonista, o la fotografía nítida y gélida a la vez, contrastante, que enmarca las escenas más fuertes, como las lapidaciones de los traidores a manos de las criadas. ¿Qué decir de las tomas excesivamente cerradas? Los close up al agonizante rostro de Offred, o de Offglen, no hacen otra cosa más que generarnos ansiedad y sufrimiento. Son tomas que perturban intencionalmente para complejizar la trama, para hacernos más difícil el hecho de presenciar esta serie, como si estuviéramos siendo testigos de algo que no deberíamos ver.
El creador de esta joya televisiva, Bruce Miller, y todo su equipo han tenido un acierto millonario.
Podemos asegurar, casi sin temor a equivocarnos, que tanto libro como serie marcharán unidos hacia la posteridad, de ahora en adelante. Y que son dos obras maestras que deben ser relacionadas juntas; tal vez, en el imaginario general, una ya no pueda existir sin la otra.
La segunda temporada se estrena este 26 de abril, y, aparentemente, idea alimentada por el trailer oficial, viene más recrudecida y brillante que nunca. Blessed be the fruit.