“Esperanza”, un devastador retrato del abuso infantil
Contar una historia sobre abuso sexual en la actualidad suele ser impactante por los métodos explícitos que utilizan las películas para representar dicha aberración. La delicadeza con la que debiera tratarse el tema suele dejarse de lado para mostrarnos el acto en sí —y sus consecuencias —de forma brutal. Un recurso que busca desmoronarnos como espectadores ante una de las vejaciones más crueles que pueden cometerse contra un ser humano.
Si hablamos de la violación a un menor, el nivel de conmoción aumenta. No sólo por lo condenable que resulta, sino por lo que implica llevar a cabo un filme que exponga a un niño a interpretar el papel de la víctima, y cómo este rol abarcará la dignidad de un ser tan vulnerable.
Esperanza (So-won, 2013) de Lee Joon-ik es una notoria excepción a la corriente. El director, junto a sus guionistas, se basaron en el desgarrador caso real de Na-young para manipular nuestras emociones en un drama que no requiere gore ni extremos para entregarnos una poderosa pieza audiovisual.
Con un tacto perturbador, verosímil y que apela a nuestra cotidianidad, la cinta nos presentará los hechos que desconcertaron a Corea del Sur y que prometerán tocar nuestra fibra sensible en menor o mayor grado.
En un día de lluvia, una pequeña de ocho años camina sola para llegar a su escuela, la cual no está muy lejos de donde vive. Se suponía que iría con sus compañeros hasta la que considera su segunda casa, pero ellos se adelantaron. Su madre, antes de despedirla, le advirtió que siguiera el sendero principal hacia su destino, pero So-won no logra llegar al lugar.
Horas más tarde, su padre recibe una llamada de la policía anunciándole que está grave en el hospital. Sin embargo, al encontrarse con el estado de maltrato que enfrentó su hija, Dong-hoon apenas dimensiona los horrores que ella atravesó y la impotencia que reinará en su vida a medida que se desarrolla la investigación para dar con el culpable del ataque.
El relato, tras este violento encuentro, no escatima en exhibirnos los efectos desoladores que deberá vivir el miembro más joven de una familia que ya enfrentaba dificultades financieras y comunicacionales. Este golpe provocará un intento desesperado de los padres por reconectar con una hija que apenas atendían en un comienzo y con la que existe un lazo que parece muy frágil.
Con actuaciones dignas de ovacionarse, el largometraje se centra en cómo la familia de So-won (y ella misma) batallan por salir a flote, después de la dolorosa experiencia que dejó secuelas crónicas en su cuerpo. Así como ella lucha por continuar su vida con la vergüenza y el miedo generados por el trauma, sus padres también lo hacen para remediar el haber estado tan ausentes. Su madre intenta sobrellevar todo con un embarazo avanzado y oculto, mientras su padre lo hace probando ganar la confianza de la niña, luego de que su imagen de los hombres fuera corrompida por el pánico.
Este último nos conmueve con su transformación desde el aparente desinterés por su familiar hasta el angustioso empeño que realiza para acercarse a ella. Esto sólo lo logra poniendo en segundo plano sus sentimientos y adoptando un corpóreo con la forma de la caricatura favorita de su hija para poder ayudarla con su recuperación.
La calidad del drama tiene su base en una honestidad despiadada por tratar un tema que es tabú en sí y por como describe lo ineptos que son los sistemas de justicia ante estos incidentes. En este caso —como ocurrió con el original en que está basado —el criminal recibió una sentencia menor a la merecida, debido a que no podía recordar lo ocurrido por estar bajo los efectos de alcohol y acreditar una adicción a la sustancia.
Es aquí cuando la interpretación de Sul Kyoung-gu —quien da vida al padre de So-won —cobra su real potencia en el juicio contra el agresor, donde como espectadores viviremos una de las impotencias más grandes. Asimismo, comprenderemos que Dong-hoon en pleno furor por proteger a su pequeña será el que terminará siendo salvado por ella antes de que se convierta en parte de lo que quiere destruir.
A pesar de lo anterior, la película hace honor a su título y, a la par que nos quiebra, nos ofrece gestos muy humanos, reflejados en el apoyo que la comunidad y los cercanos demuestran con la familia afectada.
Escenas devastadoras como el padre limpiando los restos de la bolsa de colostromía desecha de So-won y la reacción de ella paralizada por el terror, son contrapuestas con secuencias como en la que compañeros de clase de la niña decoran la entrada de su casa esperando su regreso.
Y, tras contener la respiración durante casi toda la película, el desenlace nos volverá a abatir con uno de los momentos más conmovedores de la cinematografía surcoreana. Esto, recordándonos que hay filmes que se quedan con nosotros para siempre, sin importar que se miren sólo una vez.