“Mayhem”, el retrato sincero del salvajismo humano
Uno de los mayores conflictos de hoy es la fragilidad de la ley. Que seamos víctimas de un crimen sin castigo, de un fallo errado de la corte, de la corrupción de grandes esferas de poder o de la traición de nuestros cercanos, son inquietudes muy cercanas cuando el sistema que nos protege está lleno de falencias.
La ficción lleva esta realidad a otro nivel con franquicias como 12 horas para sobrevivir (The Purge, 2013 — 2018), donde un estatuto superior justifica la ruptura de las normas sociales y nos expone lo peor del ser humano cuando no está enjaulado por la barrera ética o, mejor dicho, cuando no teme la consecuencia de sus actos. Ante esto, si bien está el grupo de quienes se resisten a la violencia en primer lugar y otro de quienes se aprovechan de las circunstancias para mostrar todos sus colores, sobrevivir termina siendo la prioridad cuando la vorágine se desata.
El director Joe Lynch nos trae otra variante de ello con Mayhem (2017), donde presenta la feroz masacre corporativa de empleados infectados por una pandemia, en un mix entre un videojuego y la crítica moral narrada en El club de la lucha de Chuck Palahniuk.
Derek Cho (Steve Yeun) es uno de los cientos de abogados que terminó por vender parte de su alma para ascender en uno de los bufete jurídicos más influyentes. El gigante empresarial que acumula un sinfín de amorales y de malas prácticas que terminan por intoxicarnos en los primeros minutos de la película. En este ambiente, el protagonista ve sus ambiciones pisoteadas cuando sus compañeros le tienden una trampa que termina en su despido.
Sin embargo, Cho contará con un inusual aliado para exigir lo que le corresponde: el virus ID7 o virus del Ojo Rojo. Una nueva enfermedad que ataca las inhibiciones de los infectados, haciéndoles actuar bajo los más brutales y carnales impulsos. ¿Lo más conveniente para nuestro hombre? Después de múltiples brotes en otras ciudades (y del homicidio “involuntario” de un empleado a manos de su colega), el sistema judicial decidió que todo delito cometido bajo la influencia del virus no podía imputarse.
En este escenario, las oficinas que antes se veían pulcras y organizadas, se transforman en una orgía de sangre, golpes, insultos y toda clase de vejaciones escondidas en el subconsciente de quienes habitan el edificio ahora puesto en cuarentena. Pronto, las fuerzas especiales encargadas les anuncian que deberán permanecer ocho horas encerrados hasta que la cura haga efecto.
Ocho horas en que Derek podrá cambiar por completo la injusticia cometida contra él.
Para lograr su venganza, contará con la ayuda de Melanie Cross (Samara Weaving), justamente la persona que tiene todas las razones para matarlo. La mujer quedó atrapada en el lugar después de que el protagonista le negara su ayuda para evitar una ejecución hipotecaria ocasionada por las malas prácticas de su compañía. Tras cometer un error y quedar en un callejón sin salida, Cho no tiene más opción que ofrecerle ayuda mutua para enfrentar el caos que les espera.
Quizá la primicia en sí no resulta novedosa, siendo comparada con exponentes como The Belko Experiment (2016). Aun así, la crítica a la vida del oficinista y al sistema de clases que suele oprimirnos funciona en la sátira que se respira minuto a minuto dentro del guión de Matias Caruso. Un relato en que la fuerza bruta se traduce en una fórmula entretenida y honesta (¿cuándo nos hemos aburrido de ver un montón de escorias enfrentarse entre sí para obtener lo que merecen?)
Las lecciones del largometraje, de este modo, no son literalmente severas. Tampoco nos dan un discurso enfocado en destruir un capitalismo lleno de arquetipos caricaturescos que se burlan de nosotros mismos. Es innegable la exhibición de una política decadente, pero ¿sabe tediosa y reflexiva si se nos presenta con la estética y ritmo de una película de zombies?
Quizá ese es el mayor punto a favor de Mayhem: su falta de pretensión. No aspira a ser un éxito de taquillas, ni un clásico del género. Tampoco nos reitera moralejas de alta complejidad que tengamos que discutir aparte de simplemente disfrutar la cinta.
Sí, nos enfrentamos a la degeneración humana, a la violación de los derechos y a la crudeza de la persona en su estado más primitivo, no obstante, no encontraremos una super producción que evada clichés o que persiga premios en distintos festivales. Sólo tendremos una pieza audiovisual que empatizará en lo simple de nuestras frustraciones cotidianas.
Ahí se explica su encanto. Sin tanta decoración logra una proximidad digna de una fantasía común si tuvimos un pésimo día en el trabajo y hemos experimentado la impotencia de ser tratados en menos. Esa misma ira que nos provoca el que todos se laven las manos y nos dejen a la deriva o, como expresa la misma Melanie: “ninguna gota de lluvia cree que causa una inundación”.