El Reino, la superficie de la corrupción
La 66ª edición del Festival de Cine Internacional de San Sebastián fue el escenario elegido para estrenar El Reino, el tercer largometraje del director madrileño Rodrigo Sorogoyen (Stockholm, Que Dios nos perdone) que aborda el tema de la corrupción en España. A pesar de no conseguir ningún premio de la Sección Oficial, sí obtuvo el beneplácito general de crítica y público, aunque su estreno en cartelera no ha sido del todo satisfactorio con apenas 340 mil euros recaudados la primera semana.
«Lo primero es el partido»
En El reino, Antonio de la Torre da vida a Manuel López Vidal, un político autonómico en ciernes de dar el salto a la política nacional, que se ve atrapado en una trama de corrupción. Desde el inicio, Sorogoyen asocia el partido político con un trasunto de mafia. La cámara sigue al protagonista a través de cocina de un restaurante, lo que recuerda indudablemente al plano secuencia de Buenos Muchachos/Uno de los nuestros (Goodfellas, Martin Scorsese, 1990). Este travelling de seguimiento finaliza en el salón del restaurante, donde entre risas y carabineros se mofan de otros compañeros de partido y se vanaglorian de sus excesos e ilegalidades. El montaje adquiere un papel principal en esta escena, ya que se narra a través de una rápida consecución de primeros planos cerrados y estridentes que elevan la sensación de comunión de los políticos.
Sin embargo, el mentor de López Vidal, Frias (José María Pou), no parece estar tan alegre y en una conversación en los servicios del restaurante le dice a su discípulo que es el momento de dar el salto a la política nacional. Una secuencia marcada por los claroscuros, las dualidades y un halo de misterio; tanto por el diálogo como por las motivaciones de ambos personajes. Dos secuencias en armonía con los contrastes de la luz, que muestran los dos lados del mismo espejo, la falsa camaradería y la intriga política.
La historia detona debido a una infiltración, la trama de corrupción, que llevaba funcionando desde tiempos inmemoriales y afectaba incluso a la presidenta del partido, que será destapada por la policía y truncará todas las ambiciones de López Vidal. Este se ve envuelto en una carrera a contrarreloj por sobrevivir en la que él es la cabeza de turco elegida por el partido. El uso (y abuso) de travellings de seguimiento inciden en la presión y amenaza que sufre el político, pero a medida de que avanza el metraje, los planos empiezan a abrirse, la vida privada de López Vidal es más pública que nunca y es un rostro reconocido y señalado por todos, también por la cámara.
La no-ideología de la corrupción
Sorogoyen decide no señalar a nadie directamente en un tema de actualidad tan polémico en España. Obviamente, hay referencias a las investigaciones y tramas de corrupción que se conocen, así como ciertos personajes representan con mayor o menor sutileza a políticos reales. No obstante, no hay una toma de posición sólida porque no hay un objetivo político en el filme. El thriller político es un marco donde se desarrolla cómo un personaje se ve acorralado por sus camaradas y señalado por la sociedad, una huida hacia adelante para salvar a su familia y a sí mismo (si es posible).
Llegados a ese punto, López Vidal encuentra en la periodista Amaia Marín (Bárbara Lennie) una oportunidad para limpiar su imagen y destruir el reino de corrupción montado a su alrededor. Tras un frenético asalto al domicilio de uno de sus compañeros de partido –con un plano secuencia cuyo plano de seguimiento deja de ser trasero para pasar al frente de López Vidal con sus consecuentes reminiscencias simbólicas– y una huida donde paranoia y realidad se alinean, el político se enfrenta en una entrevista en directo con la periodista. La dureza de Amaia descoloca a Manuel, que se vuelve a sentir enclaustrado, pero ya sin nada que perder, decide atacar al conglomerado de influencias mercantiles y políticas existentes detrás de los medios de comunicación.
“El poder protege al poder”. Estas palabras son utilizadas por ambos personajes en distintos momentos de la película para acusarse de hipócritas y de mantener el estatus quo aunque parezcan atacarlo. Así han surgido programas de televisión que han encontrado en la indignación del pueblo un nuevo nicho comercial y que reparten dosis de ira sin que resulten peligrosas.
¿Pero no es esto exactamente lo que hace Sorogoyen? Se trata de un doble juego: por un lado vemos una crítica social dirigida al sistema, y por el otro descubrimos que el capital del filme lo proporciona Atresmedia (una de las corporaciones de medios de comunicación más importantes de España) y en los agradecimientos aparecen nombres marcados por la corrupción.
En su intento final por buscar la reflexión del espectador cae en la condescendencia y el relativismo y, de este modo, incurre en la ofuscación de su discurso sin una conclusión sólida, como los propios debates sobre política contra los que arremete.