“Canoa”, la ignorancia de la religión y el brutal asesinato de los inocentes
El odio, la desconfianza, así como la sed de justicia y venganza en zonas dominadas por la corrupción, la violencia y la impunidad, son sentimientos tan grandes que cada vez es más común ver al mundo alegrarse ante el linchamiento y la muerte del delincuente, aunque también existen inocentes cuyo único delito fue estar en el lugar y momento equivocados, falleciendo a manos de una turba enardecida. En México uno de los casos más lamentables ocurrió en 1968 en el pueblo de Canoa, donde cinco jóvenes fueron masacrados brutalmente a causa de un extremo fanatismo religioso.
La fecha es el 14 de septiembre de 1968, el lugar es el pueblo de San Miguel Canoa. Los hechos: cinco jóvenes que se disponían a acampar en el volcán de la Malinche son erróneamente acusados de ser comunistas y delincuentes, por lo que terminan linchados a manos de miles de pueblerinos bajo las órdenes de un sacerdote ebrio de poder.
Julián Gonzáles Báez es el único sobreviviente del grupo de cinco jóvenes linchados por los pobladores de Canoa, aunque a más de 50 años del suceso los recuerdos de la tragedia siguen frescos en su memoria y cuerpo, pues le basta con mirar su mano izquierda y notar la falta de tres de sus dedos –los cuales le fueron cercenados con un machete- para recordar el horrible pasado.
Julián, Ramón Gutiérrez Calvario, Jesús Carrillo Sánchez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre fueron los cinco trabajadores de la Universidad de Puebla que se dispusieron a ir de campamento al volcán de la Malinche en San Miguel Canoa, lugar donde pasarían un par de días divirtiéndose alrededor de una fogata mientras comían, bebían y cantaban.
No obstante su llegada al pueblo fue tormentosa desde un inicio tanto literal como metafóricamente hablando, pues fueron recibidos por una fuerte lluvia que les impidió ir al cerro y los orilló a buscar refugió en alguna casa cercana, aunque la desconfianza de los habitantes impidió que consiguieran un lugar donde dormir.
Fue tanta la hostilidad con la que los amenazaron que dos de ellos rogaron por irse del pueblo, algo que hubiera sucedido de no ser porque decidieron echar su suerte en un volado: si la moneda caía sol, se quedaban, y si caía águila, se iban. Cayó sol. Así, su destino fue sellado por el simple azar.
Además y como una serie de eventos desafortunados, la noche quiso que en su camino se cruzara Odilón García, un joven que los invitó a quedarse a dormir en casa de su hermano, Lucas, uno de los pocos pueblerinos que se revelaba ante los abusos del sacerdote de Canoa, Enrique Meza, quien se aprovechaba de la ignorancia y la extrema religiosidad de los habitantes para su propio beneficio. Fue así que los jóvenes fueron a parar al hogar de uno de los más grandes enemigos de aquel padre.
No era para menos, pues Meza era un sacerdote cegado por la impunidad y ebrio del poder que le otorgaban sus influencias con las autoridades municipales, lo que le daba todo el derecho y libertad de quitarle las tierras a los campesinos con el solo argumento de “entregárselas a Dios”; así como imponer el cobro de diezmos elevados cada semana o el pago obligatorio de diversos servicios como la electricidad con tal de llevar el “progreso” a Canoa.
Sin embargo, para ser un hombre que buscaba el progreso era alguien a quien le gustaba mantener en la ignorancia a la gente, pues usaba la religión y el miedo para imponer su forma de pensar a los demás, asegurando que en aquel momento el mayor enemigo de Canoa era el comunismo, una ideología que según este padre sólo representaba el infierno, los pecados, la anarquía y la muerte. Por ello no era raro que los habitantes del pueblo vivieran bajo un temor constante hacia los extraños, temor que llegó a su límite y terminó por explotar con la llegada de los cinco trabajadores de la universidad.
Por ello el miedo de Julián y sus amigos creció cuando, en medio de la noche y encerrados en la casa de Lucas, comenzaron a escuchar grandes estruendos en las afueras, pues no sólo se oían sonar las campanas de la iglesia, sino que por los altavoces colocados a lo largo y ancho del poblado se oían consignas como “llegaron los comunistas”, “ladrones”, “los asesinos ya están aquí”, “están saqueando las casas, robando los animales y ultrajando a mujeres y niñas”.
Más pronto que tarde los amigos se dieron cuenta que estaban hablando de ellos, pues cuando la horda llegó al lugar donde se encontraban se percataron de una cosa: habían sido confundidos, o mejor dicho convertidos, en los comunistas de los que tanto se había advertido.
La pesadilla comenzó en un parpadeo, pues sin esperar explicación alguna la multitud entró a la casa, asesinó a su dueño Lucas de un machetazo en el cuello y un balazo de escopeta en el cuerpo, todo con tal de sacar de allí a los supuestos comunistas.
Fue así que Julián y los otros cuatro fueron atados y expulsados de la casa, siendo acusados a gritos de ser portadores de propaganda comunista y conspiradores en contra de la iglesia, aunque antes de que les permitieran decir cualquier cosa el machete volvió a caer en repetidas ocasiones sobre Ramón y Jesús, ocasionándoles una sádica muerte.
Julián, Ramón y Jesús fueron conducidos por las calles de Canoa atados de brazos y recibiendo golpes, pedradas y patadas a cada paso, siendo tal su dolor y confusión que fueron reducidos a simples despojos de carne sangrante y latente en segundos, pues su cuerpo ya ni siquiera era capaz de reaccionar ante las hostilidades, al grado que Julián asegura no haberse dado cuenta del momento en que tres de sus dedos de la mano izquierda fueron cortados con el machete.
Por fortuna (¿?) para estos tres jóvenes las autoridades llegaron antes de que los pobladores dieran por concluida su “misión divina”, aunque no sin haberles dejado secuelas y lesiones de por vida. Hoy en día Julián es el único que sobrevive a sus compañeros.
“Canoa: denuncia de un hecho vergonzoso”
En 1976 el director Felipe Cazals estrenó la cinta Canoa: denuncia de un hecho vergonzoso, una representación de este lamentable suceso que retrata fiel y brutalmente la tragedia que vivieron estos jóvenes.
Sin embargo y contrario a lo que se pensaría, los mayores sentimientos de desconsuelo, enojo y frustración que transmite esta película no son ya gracias a sus escenas violentas, pues es el comportamiento de los campesinos lo que en verdad desata el terror en la historia al ser quienes, cegados y manipulados por una fe ciega, se vieron orillados a arrebatar la vida de un par de inocentes y dejar marcados de por vida a otros tres desafortunados.
Claro, tampoco se les puede culpar del todo, pues a fin de cuentas los pobladores de Canoa no fueron más que el instrumento de una mente perversa que, valiéndose de la ignorancia y el poder, uso la religión para manchar de sangre las manos de aquellos que menos tienen con tal de mantener limpias las suyas.