“The Wicker Man”, la perfección del folk horror y el miedo a lo desconocido
Hablando de cine de terror, se suele pensar que el miedo debe provenir de temibles monstruos, espectrales fantasmas o infernales demonios (y cada vez más se cree erróneamente que el jumpscare es un requisito para ello). Sin embargo, muchas veces el verdadero horror de estas cintas proviene de la parte más oscura, primitiva y natural del mismo ser humano, como la cinta de folk horror The Wicker Man (1973) lo demuestra.
The Wicker Man es una cinta del director Robin Hardy que, sin importar el paso de los años, no deja de ser considerada como la mejor obra de folk horror de la historia. Y es que la película es la definición perfecta de este subgénero del cine de terror (que hoy en día vuelve e tener un nuevo aire con Midsommar) al crear terribles escenarios y mórbidas situaciones –así como una enorme sensación de claustrofobia y horror– sin la necesidad de elementos sobrenaturales, sino simple y sencillamente haciendo uso de escenarios rurales, cultos siniestros y paganismo.
Además, a pesar de no contar con escenas explícitas ni de grandes torturas físicas hacia sus personajes, cuenta una violenta historia tanto visual como anímicamente mediante la travesía del sargento Howie (Edward Woodward), un hombre que debe encontrar a una niña perdida en una apartada comunidad de una isla, la cual, está bajo las órdenes del misterioso Lord Summerisle (Christopher Lee).
Así, el horror que The Wicker Man crea es hermoso en todo sentido precisamente por la aparente ausencia de éste, pues además de que la trama se desarrolla a mitad del día, en increíbles y bellos paisajes llenos de verdes campos y despejados cielos azules, durante su poco más de hora y media de duración la cinta envuelve al espectador en una terrible atmósfera inundada de incertidumbre e incomodidad.
Estos sentimientos se logran mediante el extraño comportamiento de toda la población de la isla, quienes no sólo actúan de una manera totalmente hermética pero al mismo tiempo provocativa hacia el protagonista, quien debe hacer uso de toda su fuerza de voluntad para afrontar los rituales paganos de la población; rituales llenos de sexo, libertinaje y promiscuidad, elementos que resultan totalmente desagradables para el extremo pensamiento religioso del sargento Howie.
Todo esto ayuda a que la película transcurra en medio de una constante tensión y una turbia sensación de pesimismo, las cuales se ven acrecentadas al saber que en el fondo los aldeanos parecieran no llevar a cabo malas acciones, sino que simple y sencillamente se limitan a honrar a dioses y fuerzas más antiguas y naturales que el catolicismo, el cristianismo o cualquier otra religión. Es por esto que la película también ocurre al rededor de un enorme simbolismo en cada escena.
Sin embargo, el ver a esta pequeña comunidad practicar sus rituales es precisamente lo que orilla a temerles, a sentirlos desde un inicio como los enemigos, pues aunado a su comportamiento bastante sombrío, sus ceremonias fácilmente podrían considerarse ajenas y desconocidas (incluso primitivas) a la “sociedad civilizada”.
Esto es precisamente el mayor miedo que engendra The Wicker Man, ya que mediante el personaje de Howie el espectador se expone a lo extraño, a la otredad, a todo aquello que está fuera de sus límites culturales y sociales y, por ende, que es tan misterioso como peligroso al no poder controlarlo ni entenderlo.
Asimismo, el sentimiento de pesimismo y horror que engendra The Wicker Man es todavía más explícito al saber que en todo momento se le advierte al protagonista el peligro al que se expone, por lo que sin importar que la película ocurra en los escenarios naturales más bellos y esté aderezada con una banda sonora llena de hipnóticas canciones, termina por ser una obra que a cada minuto derrama terror en cada fotograma y cuyos instantes finales son, con toda certeza, algunos de los momentos más impactantes y brutales en la historia del cine de género.