“Familia de medianoche”, el triste y crudo retrato de la salud en México
Uno de los principales derechos que cualquier gobierno debe brindar a sus ciudadanos es la atención médica, y aunque hay naciones que por fortuna cuentan con este privilegio, otras deben conformarse con una mera caricatura de esto. México se encuentra en el segundo caso al contar con un precario sistema de salud, como bien lo expone Familia de medianoche.
La Ciudad de México tiene menos de 45 ambulancias de gobierno para satisfacer a una población de poco más de 21 millones de habitantes. La familia Ochoa sabe de esta problemática y saca provecho de ello al contar con una ambulancia privada que usan para transportar heridos por su cuenta.
Su negocio no es fácil, ya que además de competir con otras ambulancias para quedarse con la mayor cantidad de pacientes, también deben afrontar los problemas éticos y morales de tomar la vida de los demás como un negocio, todo con tal de ganarse unos pesos extras.
Luke Lorentzen, director de este documental, nos entrega una de las mejores propuestas mexicanas en lo que va del año, pues a través de los ojos de los Ochoa nos enseña un poco (tan solo el mínimo) de las carencias del sistema de salud mexicano.
Al mismo tiempo, se preocupa por exponer la forma de vida de esta familia, dejándonos ver que aunque su negocio puede ser bastante cuestionable ―y sus métodos no siempre los mejores―, en realidad hacen lo más humanamente posible por ayudar a los demás. Todo esto mientras lidian con sus propios problemas personales y se apoyan unos a otros.
Así, somos testigos de la vida nocturna de esta familia de medianoche, cuyos días se inician cuando los nuestros terminan, ya que todas las madrugadas deben salir a la “caza” de heridos.
Por desgracia para los pacientes, no todos los hospitales de gobierno tienen el cupo ni los recursos para atenderlos; por fortuna para los Ochoa, ellos conocen nosocomios donde además de atender a quienes llevan, reciben una comisión por cada uno de los heridos. Es aquí cuando nos percatamos de que si bien la ayuda que brinda esta familia puede ser sincera, también hay cierta conveniencia detrás.
¿Se los puede culpar de esto? ¿Son seres despiadados? Nos atrevemos a decir que no, pues en un país donde el trabajo escasea y en el cual las mayores oportunidades de trabajo son las que se obtienen al valerse de las necesidades y de las carencias de los demás, los Ochoa sencillamente hacen su trabajo de la forma más honrada y remunerativa que pueden.
Por esto es fácil entrar en conflicto tanto con ellos como con nosotros, pero tampoco es difícil comprenderlos y estimarlos. Por una parte, somos testigos de cómo hacen lo posible por ayudar, por la otra, vemos la forma en la que su trabajo no siempre es bien pagado (o siquiera agradecido) por aquellos a quienes socorren.
Si a esto sumamos que por breves momentos se nos hace partícipes de su amor para con los suyos, al igual que sus intenciones de apoyarse, entonces nos damos cuenta de que estamos frente a una familia mexicana cualquiera que vive sin lujos ni comodidades, sino únicamente con lo necesario para afrontar un día a la vez.