[Crítica] “Cielo de medianoche” de George Clooney
Esta nueva incursión como director de George Clooney lo lleva a un escenario en el que la aventura espacial y el contexto postapocalíptico confluyen. “Cielo de medianoche” pone de manifiesto nuevos intereses suyos detrás de las cámaras al salir de su ruta habitual. La película ya se encuentra disponible a través de Netflix.
Actor consagrado aun cuando tiene varios pecados en su juventud como “Grizzly: Garras de la muerte 2” (1983) o “El regreso de los tomates asesinos” (1988), lo cierto es que esas faltas han quedado en el olvido conforme fue creciendo como actor y habiendo dejado magníficas muestras de ello como en “Tres reyes” (1999), “La tormenta perfecta” (2000), “Syriana” (2005) o “Michael Clayton” (2007), por citar algunos de sus más destacados trabajos. Pero mientras fue asentándose como una figura influyente en Hollywood, en paralelo, su interés por la dirección también ha recorrido un promisorio camino.
Desde su debut con “Confessions of a Dangerous Mind” (2002), dejó muy en claro su vocación por la comedia negra y cínica, vertiente que ha mantenido en historias como “Leatherheads” (2008) –evidentemente influenciada por los hermanos Coen-, “Operación monumento” (2014) y “Suburbicon” (2017), siendo esta última más desbocada y exagerada en sus intenciones.
El otro campo de interés de su cine lo ha sido el drama ligado a dilemas derivados de conflictos políticos y éticos. “Good Night, and Good Luck” (2005) –acaso su trabajo más notable- y “Poder y traición” (2011) dan cuenta de ello.
El espacio: La última frontera
Para la película número siete de su filmografía como director, Clooney eligió adaptar la novela “Good Morning, Midnight” de la debutante Lily Brooks-Dalton y que ya había cosechado muchos elogios en los círculos literarios estadounidenses. En manos del guionista Mark L. Smith –autor de la oscarizada “El renacido” (2015)– la obra mutó su título a “Cielo de medianoche” manteniendo el espíritu de sus principales ejes narrativos.
El argumento nos sitúa en un futuro poco promisorio en el que la Tierra colapsa debido a una serie de desastres globales que la van haciendo inhabitable. En dicho contexto, la historia deriva en dos escenarios: el de la estación ártica Barbeau, donde el astrónomo Augustine (George Clooney) se encuentra en un destierro voluntario tras la evacuación oficial del lugar.
Mientras que en el espacio exterior, los miembros de la estación espacial Aether: Sullivan (Felicity Jones), Adewole (David Oyelowo), Mitchell (Kyle Chandler), Sánchez (Demián Bichir) y Maya (Tiffany Boone), vuelven a casa luego de una expedición a un lejano planeta que podría ser habitable, teniendo el tiempo en contra ya que las condiciones de vida terrestre se van reduciendo y se ha perdido toda comunicación con los equipos en tierra.
Evidentemente, ya no estamos en los terrenos de la Guerra Fría, donde la aventura espacial estaba reservada a astronautas del espejo de la América blanca. Realidad que la presente obra pretende romper más por obligación que por real identificación con una inclusión social a la que Hollywood cede ahora con urgencia para lavar la fachada de su negocio.
Realismo vs ciencia ficción
Si bien la película reposa en un entramado tecnológico que se filtra en cada instante de la cotidianeidad en ambos ambientes, ha primado una premisa que viene directamente del libro y que está anclada a la continua reflexión sobre la naturaleza de las relaciones humanas. Así, esa condición prevalece a lo largo del desarrollo como un eje más fundamental que la sapiencia científica que mantiene la esperanza de supervivencia en momentos extremos.
A diferencia de otros referentes inmediatos del género espacial como “2001: Odisea del espacio” (1968) de Stanley Kubrick o “Solaris” (1972) de Andréi Tarkovski, “Cielo de medianoche” se aleja de las reflexiones metafísicas o en la búsqueda de respuestas al misterio de la vida desde la contemplación de la inmensidad del espacio exterior, concentrándose más bien en auscultar las emociones humanas desde los recuerdos y la memoria emotiva que cada personaje arrastra consigo.
Así, los dilemas inmediatos de un Augustine víctima de un cáncer al que la ciencia le permite mitigar, encuentra una reconexión emocional en la convivencia con Iris (una sorprendente Caoilin Springall), una niña abandonada por error en la base.
Por su parte, en la estación espacial el protagonismo recae en Sullivan, quien comparte la preocupación por retomar el contacto con la Tierra con su condición de gestante, fruto de su relación en aquel encierro con Adewole. El resto de los tripulantes tiene sus pensamientos centrados en el reencuentro con sus familiares y amigos, siendo el futuro incierto debido a la incertidumbre por la incomunicación.
La aventura en sí
Llama la atención el camino que ha tomado Clooney al momento de querer interiorizar a sus personajes con el espectador. Por momentos, la narración se desenvuelve con calma y sosiego cuando cada quien explora en sí mismo, mientras que en otros la vocación por la aventura frente a lo inesperado rompe el tedio súbitamente para sacarlos de su marasmo. Es de destacar al menos dos momentos puntuales en los que ambos grupos se ven sometidos por lo inesperado.
Aunque el director consigue demostrar su pericia en la cobertura visual de las secuencias de acción, también incurre en lo previsible al hacer que dichos momentos figuren como “muy avisados” en su agenda narrativa.
Particularmente, cuando la estación espacial es sorprendida por una tormenta de hielo, la invasiva música de Alexandre Desplat subraya demasiado lo obvio y la intención de las imágenes acerca la secuencia más a los regodeos visuales de “Gravity” (2013) de Alfonso Cuarón. Estos detalles denotan una idea desigual en el andamiaje de la película, que parece querer ceder a su propia melancolía y al mismo tiempo cumplir con la cuota de entretenimiento que le demanda la platea, pero que finalmente, sucumbe frente a la imposibilidad de complacer ambas ideas.
Reflexiones finales
Aunque el puente entre los escenarios paralelos se da en un momento determinado y hay un detalle en particular que lo resalta (y que no vamos a spoilear), la sensación que deja la confrontación de ambos por largo rato es de desconexión. Cada historia avanza en paralelo con ritmos desiguales que no terminan de encontrarse.
En el caso del personaje de Clooney, los continuos flashbacks para explicar cómo su vocación científica lo llevó al fracaso matrimonial, son más bien un elemento recurrente que lejos de hacer crecer al personaje, entorpecen el desarrollo de la historia por su solemnidad y por ser un recurso de fórmula del que se pudo prescindir.
Cuando el clímax de la película se acerca, la resolución destaca la prevalencia de los valores familiares por encima de las caóticas circunstancias desde una mirada más conservadora y concesiva, a tono con un espíritu de corrección política que contradice el natural temple cínico de un director que parece ceder más a la tentación de un Hollywood que quiere enmascararse detrás de “la manera correcta de hacer las cosas”.