«The Dark and the Wicked»: posesión en medio de la desolación
En un año en el que películas como Su Casa (His House, 2020) y Relic (2020) han enarbolado lo mejor del cine de terror, The Dark and the Wicked (2020) emerge como una notable decepción. Aunque, en un comienzo, la cinta apunta a un territorio cercano al de los títulos ya mencionados, esta pronto queda atrapada en el rincón más convencional del género.
Si bien el filme tiene sus mejores momentos cuando se concentra en la soledad y desesperación de sus personajes, la falta de una historia más grande y atractiva le impide generar cualquier tipo de reacción más allá de lo físico.
Louise (Marin Ireland) y Michael (Michael Abbot Jr.) son dos hermanos que han regresado a la granja donde crecieron para darle el último adiós a su padre, quien se encuentre en su lecho de muerte. La madre (Julie Oliver-Touchstone), además de estar visiblemente consternada por la situación, comienza a presentar un comportamiento poco ordinario y perturbador.
Alarmados, los hijos tratan de entender la condición de su progenitora; pero una repentina tragedia no tarda en poner prueba su entereza una vez más. Y mientras lloran por esta pérdida, una fuerza siniestra comienza a hacerse presente para atormentar a lo que queda de la familia.
Bryan Bertino (The Strangers, The Monster), director curtido por completo en el terror, concibe The Dark and the Wicked como una historia de desolación y aislamiento, temas que sin duda resuenan en un público todavía encerrado en casa.
Apelando al miedo de quedarse solo, el también guionista nos interna en la ruina emocional que agobia a los personajes, para luego dejarnos a la deriva por completo sometidos a una trama genérica que no se dirige a ningún sitio. La ambigüedad a la que hace referencia bien podría estar justificada en otro contexto; sin embargo, la falta de ideas originales lleva al director a optar por algo derivativo y poco estimulante.
La oscuridad que reina en las primeras imágenes augura que algo anda mal en la granja de la familia. Con un padre al borde de la muerte y una madre sucumbiendo ante sus propios demonios, la desesperanza reina en este pequeño y lúgubre enclave.
Desde un comienzo, resulta evidente que algo o alguien acecha a la anciana y a su moribundo esposo; pero, en casi hora y media, Bertino es incapaz de ofrecer algún tipo de contexto sobre lo que está sucediendo. Y no es que una explicación sea necesaria. Lo incierto siempre resulta más inquietante, pero aquí las cosas van demasiado lejos cuando tenemos que hacer nuestras propias conjeturas y suposiciones sobre lo que acabamos de ver.
The Dark and the Wicked podría verse como una historia sobre un demonio que decide torturar a un grupo de personas de forma totalmente arbitraria. En distintos momentos, Bertino parece sugerir que, antes de estos horrores, la familia ya luchaba contra otro tipo de problemas más terrenales. Louise, por ejemplo, apenas y tenía contacto con los padres; por otro lado, Michael ha encontrado el amor fruto de su esposa e hijas.
La desconexión entre padres e hijos adultos es evidente. Su regreso incomoda extrañamente a la mamá, quien adopta un comportamiento destructivo para sorpresa de todos. Estos conflictos apenas y son tocados por Bertino conforme la trama se adentra aún más en lo sobrenatural. ¿Acaso Louise y Michael fueron víctimas de maltrato cuando eran niños? ¿Qué tipo de confrontación causó su alejamiento? Las pistas brillan por ausencia.
Bertino trata de ofrecer un tipo de explicación haciendo referencia a la religión. En una escena, por ejemplo, un sacerdote (Xander Berkeley) visita a los hermanos sorpresivamente, pero en breve es señalado como el culpable de haber depositado ideas fatalistas en su difunta madre. Este, antes de irse, sugiere que su falta de fe podría estar detrás de su infortunio.
Más adelante, la enfermera (Lynn Andrews) y devota católica que se hace cargo del padre, le advierte también a Michael que ha llegado el tiempo de creer. Pero esta lógica pierde todo sentido cuando, al menos esta última, se encuentra de frente ante la malévola entidad sin posibilidad alguna de escapar. ¿Por qué ha caído entonces esta maldición sobre la familia?
Con esta falta de dirección, la soledad surge como la única temática a la que podemos aferrarnos para tratar de encontrarle sentido al relato. Después de que Michael escucha con atención las palabras de la enfermera, su convicción por cuidar a su padre crece en demasía a pesar de la podredumbre que ha comenzado a rodearlos. De igual forma, sin ningún otro tipo de lazo afectivo al cual dirigirse, Louise insiste en quedarse hasta el último instante pase lo que pase.
Pero, una vez más, Bertino rompe sus propias reglas cuando, súbitamente, Michael cambia de opinión y se va para siempre. De pronto, lo de “no hay nada peor que un alma que queda sola al final” pierde todo su significado. Claro, estamos ante un ser humano abrumado por lo que está viviendo, la cuestión es que las aparentes reglas de este universo oprimen en todo momento el sentir de quienes lo habitan.
Quizá lo mejor de The Dark and the Wicked son sus actuaciones. Como Louise, Ireland consigue acercarnos al intenso drama que vive al regresar a su antigua casa. La actriz proyecta el duelo que vive su personaje y lo adecúa a la extrema situación que experimenta. Como el elemento más convincente de la película, Ireland nos recuerda a Emily Mortimer en Relic, quien también vuelve a su antiguo hogar para, eventualmente, empatizar con lo último que queda de su madre enferma.