«Cry Macho»: Eastwood se pone reflexivo en su nuevo western
Todavía no sabemos si Clint Eastwood está diciendo adiós con Cry Macho (2021), pero si fuese así, la despedida encajaría muy bien con su más reciente papel, el de un vaquero viviendo una aventura más en el ocaso de su existencia. En su última película, el legendario actor y director hace una meditación sobre su papel como una superestrella forjada en los westerns. Estamos ante un vaquero sabio y sensible en plena reflexión acerca de que si todo lo que lo llevó a este punto valió la pena. Se trata de un ejercicio con tintes muy personales que pone en entredicho la casi incontestable figura del cowboy, y, sin embargo, Eastwood y un guion muy flujo se las ingenian para contradecir su discurso en determinados momentos.
Mike (Eastwood) es una exestrella del rodeo que ha dejado ya muy atrás su época de gloria. Un día, Howard (Dwight Yoakam), su exjefe, acude a él para pedirle un favor: viajar a México y traerle a su hijo, quien podría estar sufriendo de abuso viviendo con su desobligada madre. Aunque reacio, Mike acepta y cruza la frontera para cumplir con la misión. Tras un encuentro poco agradable con Leta (Fernanda Urrejola), la mamá, el vaquero da con Rafo (Eduardo Minett), un adolescente bribón que prefiere vivir en la calle —participando en peleas de gallos— que estar en casa. Después de convencerlo de ir con él, y en contra de los deseos de Leta, Mike y Rafo emprenden del viaje de regreso. Pero los obstáculos no tardan en surgir.
En Cry Macho, Eastwood, de 91, explora la antítesis del papel de justiciero por el que se le identificó por décadas. Dejando de lado los balazos y las golpizas, el estadounidense, consciente de su edad y de que el final no está muy lejano, entrega una apacible y ultraligera historia en sintonía con esta nueva faceta. Y aunque el actor construye un personaje con el que es sumamente sencillo simpatizar, todo lo que lo rodea deja bastante que desear. Si bien es posible alabar el hecho de que estamos hablando de un nonagenario que filmó en plena pandemia —dirigiendo y actuando—, varias de las decisiones creativas no permiten tomar tan en serio esta carta de amor a sí mismo.
El Eastwood actor, por supuesto, es lo más rescatable de la película. Su voz, áspera e inconfundible, emana ahora de un viejo bonachón y pacifista que lo que menos quiere son problemas. Solo y con un legado vivo únicamente en incontables fotografías y trofeos, Mike se enfrenta ante la última crisis de su vida, una que desnuda la reputación de macho que lo distinguió por tanto tiempo. ¿Qué hay detrás de la careta?, ¿cómo un hombre se reconecta con su lado más sensible cuando ya no es necesario aparentar ser el tipo duro? A través de Mike, Eastwood ofrece un vistazo a su sentir y a lo que significa ser un cowboy a los 90 años.
Pero los problemas vienen cuando el guion de Nick Schenk y N. Richard Nash —basado en la novela del mismo nombre de este último— comienza a contradecir la reflexión del protagonista.
Resulta curioso que, a pesar de que una de las temáticas de la historia es desmitificar la figura del macho, Mike continúa derrochando un atractivo sexual inesperado; los únicos dos personajes femeninos en la trama muestran un inmediato e irresistible deseo por acercarse a él. Aunque un acercamiento es sexual y el otro romántico, las escenas parecen ir en contra de la renuencia de Mike por continuar siendo un macho. Si bien este se resiste al menos a uno de ellos, es como si el personaje estuviera luchando en contra los designios del relato. Y no porque no pueda tener una relación a la tercera edad, sino porque esa idea muy masculina de rendirse en todo sentido ante el vaquero no tendría por qué tener cabida aquí.
Y luego está la pobre ambientación de México, algo recurrente en Hollywood, pero que aquí realmente sobrepasa cualquier límite. Si bien la trama se desarrolla en los 70, Cry Macho apela a una visión Tex-Mex para representar CDMX y otros puntos. Para un país que ya había organizado unos Juegos Olímpicos, que Mike recorra una capital que parece un pueblo de paso no tiene sentido alguno. La critica podrá sonar severa y hasta fútil, pero realmente cuesta trabajo tomar en serio una película que no realizó el mínimo esfuerzo para diseñar una ambientación que no haga lucir al equipo de diseño de producción como ignorante.
El Eastwood director también muestra su lado más errático. Rafo, el acompañante de Mike durante casi toda la cinta, es interpretado por el debutante Eduardo Minett, quien muestra no solo toda su inexperiencia, sino la falta de guía por parte del cineasta, que parece solo dejar que el joven actor haga lo suyo como pueda y con el tono que mejor crea adecuado. Lo mismo ocurre con las mujeres ya mencionadas, quienes son caracterizadas como personajes de telenovela, sobre toda la villana. Y si a eso agregamos la falta de alguien encargado de homogeneizar los acentos — Urrejola, por ejemplo, es chilena — , nos queda una mezcla desigual en todo sentido, lo cual es comprensible cuando recordamos que todos los latinos son tomados como mexicanos por los estadounidenses.
Ante todos estos errores y omisiones en la producción, lo único que queda es aferrarse a Eastwood, quien nos regala algunos momentos emotivos. “Las tonterías de machos están sobrevaloradas”, le dice Mike a Rafo durante el viaje de regreso. Con estas palabras, Eastwood sigue con el sombrero bien puesto, pero resignificando su papel como estrella de cine, como vaquero y como ser humano. No sabemos si volverá a estar frente a la cámara, pero se agradece al menos estos esfuerzos por reconfigurar el concepto del vaquero. Chloé Zhao recientemente lo hizo en The Rider (2017), otra cinta que muestra la vulnerabilidad del personaje estadounidense por excelencia.
Cry Macho está actualmente en cartelera. En unas semanas más llegará a HBO Max.