“Bird Box”, un apocalipsis de dudas
No hables, no escuches, no mires. Tres indicaciones que pueden servir de esencia para sacar lo peor de nosotros y ponernos al borde del asiento como espectadores. Un soporte inquietante que ha servido —como inspiración o concepto completo —, para narrarnos situaciones que ponen al límite al ser humano.
Si nos centramos en la premisa de estar privados de nuestra visión, somos conscientes de que la apuesta sube. Sin embargo, ¿qué pasaría si realmente tenemos la capacidad de ver, pero utilizarla supone nuestra muerte? Un conflicto similar a enfrentar un callejón sin salida, sobre todo si nos encontramos en pleno fin del mundo.
Con esta invitación, Netflix nos presenta Bird Box: A ciegas (Bird Box, 2018), un drama de la mano de la cineasta Susanne Bier (The Night Manager, 2016-2018) que abarcará los vaivenes de tratar de sobrevivir sin uno de los sentidos vitales a la hora de valernos por nosotros mismos.
Siendo el debut de Sandra Bullock en la plataforma de streaming —y seguidilla del recorrido de otra gran actriz como Natalie Portman con Aniquilación (Annihilation, 2018) —, el filme cuenta las peripecias de una madre para llegar a su última esperanza de sobrevivir: un refugio que queda al final del río. Esta travesía la deberá llevar a cabo con una enorme desventaja, al no poder contar con sus ojos para guiarse, ni a través del caudal de las traicioneras aguas, ni en medio del bosque que le espera una vez toque suelo firme. Todo a ciegas.
Lo increíble del caso es que, sumado a lo anterior, deberá cuidar a sus dos hijos en el viaje y llevarlos con ella en las mismas condiciones. La incertidumbre, obstáculos y peligros del exterior significarán un cóctel de lo increíble, donde nos cuestionaremos más de una secuencia (sin importar que la actuación sea correcta y plausible).
Carencia de explicaciones
El cómo Malorie (Bullock) llega a ese escenario, aunque es una idea interesante, no logra evolucionar del todo. Sin más, la única descripción que se nos da al respecto es que la población mundial es casi erradicada por misteriosas entidades que provocan que toda persona que las vea, se suicide. Seres sin rostro ni forma que traen una profunda desesperanza a quienes se topen con ellos, llevándoles a su propia muerte dentro de la vorágine por lograr escapar.
El fenómeno comenzó con muertes masivas en Europa del Este y plagó sin demoras al resto de naciones que se enfrentan a una primicia de terror y ciencia ficción que, si bien no es del todo original, sí da abasto para haber construido un guión más elaborado, ingenioso o que, al menos, no dejara un caótico desorden de preguntas sin responder y de expectativas cortadas abruptamente con la llegada de los créditos, y con la llegada de un final que pierde la connotación trágica del libro homónimo de Josh Malerman en el que fue basada la producción.
Y ya está. Es todo lo que sabemos sobre la fuerza antagónica. No sabemos su propósito, su origen o las distintas formas de combatirla fuera de cubrirnos la mirada. ¿Se trata de una patología colectiva? ¿Del resultado de una guerra biológica? ¿De un virus alienígena o, quizá, del mismísimo juicio final?
Diversas teorías en las redes apuntan a extraterrestres, seres interdimensionales, histeria generalizada o, inclusive, monstruos propios del universo de H. P. Lovecraft —como Cthulhu —, que son capaces de traer la locura por el simple hecho de existir. No obstante, el relato no se molesta en detallarnos nada fuera de lo estrictamente necesario para «pseudo justificar» las acciones de quienes intentar salvarse.
Junto a estas criaturas, también está la constante amenaza de todo escenario dantesco: la verdadera naturaleza del hombre. Para demostrarnos dicha mescolanza de atípicas personalidades que deben congeniar en orden para subsistir, el largometraje no escatima en un elenco renombrado con Sarah Paulson, Trevante Thodes, Tom Hollander, B. D. Wong, Machine Gun Kelly y John Malkovich.
Aun así, la historia vuelve a no dar la talla a la hora de desarrollar más sus personajes o de explicar cuál fue el destino de algunos, en el vaivén de pasado-presente que posee la narrativa cinematográfica para exponernos el comienzo de la catástrofe y la situación actual de Malorie, cinco años más tarde.
Con lo anterior, también surge la interrogante del porqué las muertes que vemos son tan abruptas o carecen de verosimilitud. Más de una cadena de hechos está orquestada para sacar el máximo provecho al estrés y presión, pero el fallo llega cuando deben ser verídicas, considerando que los personajes están privados de observar y —para decirlo sin rodeos —, privados de sentido común a la hora de tomar decisiones.
Los recursos están allí: en el personal, en los efectos y en la representación de un miedo latente para apelar a la audiencia. Asimismo, el atractivo de la cinta es innegable al saber que logró 45 millones de reproducciones a la semana de su estreno. Tampoco puede acusársele de insípida o aburrida por sí misma. Todo lo contrario: logra cautivar porque trae consigo el suspenso de la duda. Todos queremos saber qué es lo que realmente está sucediendo.
Lo lamentable, es que Bird Box no se dedica a mostrárnoslo. No aprovecha todo el potencial que promete con rostros como el de Bullock o dirección como la de Bier. La esencia de la trama, siendo generosos, debería extenderse no más de media hora, si tenemos en cuenta que el resto son momentos que no prosperan en sucesos relevantes y que sólo funcionan como ganchos para hacernos especular sin sentido.
La síntesis es que nos llenemos de preguntas. ¿Por qué algunas personas no se suicidan al ver a los entes? ¿Qué buscan obligando que otras los vean y se quiten la vida? ¿Cómo alguien navega en un río totalmente desvalido y llega a su destino con apenas un rasguño? ¿Por qué la gente cuenta con electricidad y agua durante meses en medio de un apocalipsis?
Y así un sinfín de vacíos argumentativos que asfixian una película que pudo dar mucho más de qué hablar.