“Canción Sin Nombre” (2019): La búsqueda incansable

Canción sin nombre trata sobre Georgina, una mujer de origen indígena que, tras dar a luz, es despojada de su hijo por una mafia. Junto a Pedro, un periodista también en busca de su identidad, intentarán resolver el caso. En un país sumido en crisis y terrorismo, ambos intentan salir adelante frente a lo que parece un caso sin solución aparente.
En su ópera prima, la directora Melina León presenta un trabajo muy claro en forma y contenido, basado en subvertir lo esperado. Primero, el estilo visual que maneja, con una fotografía en blanco y negro, busca estar en mayor sintonía con el ambiente decadente y violento que el Perú vivía en esa época. La destacada dirección de fotografía de Inti Briones retrata un país apagado, opaco y con poca profundidad de campo, evocando también la pérdida que siente la protagonista.
Hay un amplio rango de encuadres, predominando los planos abiertos. La directora sabe que ni ella ni nosotros podríamos sentir de cerca aquello que se muestra, y por eso otorga la distancia adecuada. Aunque no ocurre en todos los momentos, esa sensación observadora —como la que ofrece una película como Roma— no se mantiene siempre. Los planos más cerrados se reservan para situaciones donde el conflicto es más interno, lo cual está bien, aunque quizá podrían haberse usado un poco más.
El mayor uso de planos abiertos funciona también por otro motivo: hay un sólido trabajo de diseño de producción. Recrear el Perú en épocas pasadas suele resultar complicado, sobre todo por la falta de presupuesto. Aun así, Canción sin nombre manejó bien sus limitados recursos y logró una labor detallada al elegir las locaciones y la utilería adecuada.
Es interesante que se haya optado por contar una historia situada en este contexto. El cine peruano ha estado frecuentemente ligado a tramas sobre el terrorismo, ya sea durante (La boca del lobo) o después (Magallanes). En este caso, se presenta uno de los tantos daños colaterales dejados por ese trágico periodo.
Por supuesto, la película también refleja problemáticas que aún persisten. El ninguneo a ciertos peruanos por su origen o nivel social es un mal que todavía existe. Tanto Georgina como Pedro experimentan esa alienación por parte de su entorno, y es por eso que los vemos unirse.
Por este motivo se retoma la idea de la subversión de expectativas. Sin entrar en muchos detalles de la trama, esta cinta despoja su historia de cualquier glamour o épica que un relato así podría tener “tradicionalmente” hablando. Este tipo de películas, que se centran en una búsqueda —y más aún si involucran a un ser querido— suelen recurrir al melodrama y a momentos “épicos” para decorar el tono melancólico sin abandonar del todo la esperanza. Sin embargo, la cineasta deja de lado todo esto porque entiende que la vida, esta vida, no es así.
Cabe destacar el buen trabajo actoral. Pamela Mendoza es desgarradora como Georgina y genera un agrado instantáneo en el espectador. Desde la distancia que la puesta en escena impone, logra compartir un sufrimiento interiorizado. Tommy Párraga tampoco está mal como Pedro, aunque, a diferencia de la protagonista, no alcanza una mayor tridimensionalidad y su personaje queda algo inconcluso.
Por último, aunque no todo es perfecto. Si algo se le puede objetar a la película es principalmente su duración o, mejor dicho, el poco provecho que le saca. En algunos momentos, la fuerza de su cinematografía invita a la contemplación, pero esto termina jugando en contra, sobre todo en el desenlace, donde el conflicto se cierra de forma apresurada.
En conclusión, Canción sin nombre se suma a ese reducido grupo de películas peruanas recientes verdaderamente destacables. No busca conmover, sino funcionar como un llamado de atención frente a males que en el Perú parecen no tener solución. No cabe duda de que Melina León quiere abrirse paso como una autora a seguir.
Canción Sin Nombre está ahora disponible en Netflix