«Bliss»: la realidad está sobrevalorada
Lejos quedaron los días en los que Mike Cahill maravilló al público con Otro Planeta (Another Earth, 2011) una cinta de ínfimo presupuesto que, además de darle su primer protagónico a la brillantísima Brit Marling, incorpora efectivamente elementos psicológicos en una trama con ligeros trazos de fantasía y un discurso científico especulativo.
En Bliss (2021), el director estadounidense continúa desarrollando esta fascinación por lo ¿plausible? con una historia que, al igual que sus trabajos anteriores, enfrenta a la humanidad de sus personajes con conceptos extraordinarios a los que figuras como Lars Von Trier se acercaron en algún momento. Pero, en esta ocasión, el resultado simplemente no es el esperado.
Greg (Owen Wilson) es un empleado de una empresa de TI visiblemente harto de su trabajo. Cuando un accidente en la oficina amenaza con arruinar su vida, una misteriosa mujer llamada Isabel (Salma Hayek) aparece no solo para ayudarlo, sino para revelarle que nada de lo que acontece existe, y que la realidad se encuentra fuera de aquella. Mientras conviven, Greg poco a poco descubre que las palabras de Isabel tienen algo de verdad; pero cuando finalmente tiene la oportunidad de dar un vistazo al mundo del que le ha hablado, la añoranza por lo que dejó atrás, y una inesperada fusión entre realidades, lo ponen en un dilema.
Vaya que resulta complicado explicar o tratar de sintetizar la trama de esta enredada cinta, y no en el buen sentido. Cahill, apoyado ahora por Amazon, regresa tras un largo receso con su proyecto más ambicioso hasta ahora, una película que se mete de lleno a la ciencia ficción para hacer un comentario sobre la condición humana y su eterna necesidad de socavarse a sí misma. Desafortunadamente, el cineasta se somete a una serie de intrincadas y francamente absurdas reglas para concebir un universo tan poco atractivo como ridículo. Basta con unos cuantos minutos de la trama para darse cuenta del desastre narrativo que viene a continuación.
Por si fuera poco, el director y también guionista toma las peores decisiones para hacer realidad su idea. Owen Wilson y Salma Hayek, quienes hubieran sido la elección perfecta para una comedia romántica de principios de siglo, pero no para algo de esta naturaleza, encarnan a dos extraños personajes que pareciera que son obligados a convivir. La química entre ambos actores no funciona para lo que Cahill tiene en mente. Las bombásticas y sonoras reacciones de Hayek, que recuerdan a Sofía Vergara, nunca consiguen conectar con la apacible y opaca interpretación de Wilson.
Por supuesto, como lo comprobó no hace mucho el mismísimo Adam Sandler, protagonizando magistralmente un tenso drama como Diamantes en Bruto (Uncut Gems, 2019), los actores curtidos por completo en la comedia también pueden internarse en otros géneros; por supuesto, la dirección juega un papel decisivo para asegurar un buen desenvolvimiento. Aquí, Cahill abandona a Wilson a su suerte mientras trata de diseñar un mundo insostenible en lo narrativo.
Es difícil involucrarse en un relato que, después de la mitad, exige recordar una serie de reglas sobre cómo funcionan las cosas. Que si deben tomar cristales amarillos para tener poderes, que si deben tomar cristales azules para escapar de la simulación, que si los personajes que habitan en ella no pueden hacer ciertas cosas… Las comparaciones con Matrix (The Matrix, 1999) resultan inevitables, tanto en lo filosófico como en lo narrativo. Aunque se tratan de enfoques completamente distintos, las Wachowski tienen perfectamente definidos los límites de su propio universo, al menos en la primera parte; en cambio, en Bliss, Cahill se pierde entre sus propias reglas. Al final, uno estará rascándose la cabeza no por una aparente complejidad narrativa, sino por una incoherente historia con bastantes cabos sueltos.
Ya desde Orígenes (I Origins, 2014) el director había mostrado una inclinación por introducir cierta dosis de melodrama para hacer más atractiva su propuesta. Aquella película, que todavía contó con la participación de Marling, se vale de un burdo gancho emocional para darle un giro «inesperado» a la trama. En Bliss, Cahill vuelve a incurrir en el mismo error al desarrollar una subtrama que apela a lo mismo. Las irregulares intervenciones de Emily (Nesta Cooper), la hija de Greg, un personaje que se mantiene al margen en todo momento, son evidencia de un guion fallido que pretende acentuar el conflicto interno del protagonista a partir de un vínculo emocional inexistente.
El filme asume con una extraña seriedad todo su concepto, a tal grado que, en una escena en la que Greg e Isabel acuden a una fiesta de intelectuales y artistas en la “realidad”, el filósofo Slavoj Žižek y el educador científico Bill Nye tienen unos notorios cameos. El primero incluso aporta un comentario sobre la posibilidad de que el infierno probablemente no sea tan malo como pensamos. La idea es rescatada por Greg cuando declara su deseo por regresar a la simulación por varias razones. Entre todo esto podemos encontrar un cuestionamiento filosófico que podría ser interesante en una película mejor construida, pero no en esta.
Bliss presenta una premisa aparentemente compleja y original, cuando en realidad se trata de una amalgama de ideas incoherentes y poco emocionantes. Poner absoluta atención a los acontecimientos es un reto tan grande como tratar de discernir cuál era realmente la intención de Cahill. Quizá lo mejor sea olvidarla y volver a la simulación.
Bliss está disponible en Prime Video.
Crédito de la imagen del encabezado: Endgame Entertainment, Big Indie Pictures, Amazon Studios