“El encierro”, el sádico y macabro caso de Sylvia Likens
El ser humano, por mucho que se quiera negar, contiene dentro de sí una gran cantidad de violencia que, en el mejor de los casos, puede ser controlada y canalizada de formas productivas pero, en el peor, corre el riesgo de ser liberada no sólo de una forma bastante cruel, sino que también puede recaer sobre los más inocentes, aquellos que nunca han hecho daño a nadie y que, por una mala jugada del destino, deben soportar las más terribles consecuencias. Ejemplo de ello lo vemos en la cinta An American Crime (El encierro, 2007), protagonizada por Ellen Page y Catherine Keener, película que retrata uno de los crímenes más atroces en la historia de los Estados Unidos.
Sin embargo, a pesar de la fidelidad con la cual el filme expone los hechos que sucedieron en la vida real, no deja de tratarse de otro triste caso en el que la ficción queda rezagada por la triste realidad. Así, les advertimos desde este momento que lo que están a punto de leer no se trata, ni por asomo, de una historia con final feliz.
La cruda ficción
Luego de que Sylvia (Ellen Page) y Jennifer Likens (Hayley McFarland) son dejadas por sus padres al cuidado de Gertrude Baniszewski (Catherine Keener), ambas jóvenes viven un infierno lleno de golpes y torturas después de que esta mujer les imponga los más duros castigos. Sin embargo, cuando la desesperación de su nueva tutora alcanza nuevos límites, el verdadero horror llegará a la vida de una de estas chicas quien, tras ser secuestrada en el sótano, deberá soportar las más despreciables bajezas y maltratos tanto físicos como psicológicos por parte de vecinos y extraños que son invitados a divertirse con ella de las maneras más dolorosas y humillantes.
Esta película no sólo es un retrato de la desolación y el quebrantamiento físico y mental al que puede ser reducido ser humano alguno, sino que también es una fiel representación de la impotencia que puede experimentar cualquier hombre o mujer al ver cómo uno de sus semejantes es maltratado de las formas más brutales sin que éste se defienda pero, más aún, sin que uno mismo pueda hacer algo para protegerlo.
Todo comienza cuando los padres de Sylvia y Jennifer deben ausentarse durante varios días debido a su trabajo, por lo cual, dejan a las niñas al cuidado de Gertrude, una mujer mentalmente inestable y que debido a los fracasos amorosos a lo largo de su vida pero, más aún, a la desesperación de tener que criar sola a sus siete hijos con el poco dinero que tiene, comenzará a desquitar su furia con las dos jovencitas a su cuidado.
Por desgracia estos arrebatos de ira sólo recaerán sobre Sylvia, quien deberá soportar en su cuerpo castigos (por no decir torturas) tales como golpes, cortadas, quemaduras y hasta la introducción de objetos vía vaginal. Más aún, pues la cinta también es una muestra de manipulación psicológica por parte de Gertrude hacía sus hijos, a quienes poco a poco deshumanizará con tal de que ellos mismos lastimen a la pobre adolescente.
Sin embargo, el mayor castigo será para el espectador, quien no sólo debe observar (si es que se atreve) todo el sufrimiento por el que Sylbia debe pasar, sino que tendrá que conformarse con ver todo sin poder hacer nada, lo cual, se vuelve más horrible al saber que el filme está basado en un lamentable hecho real.
Aunque la película cumple su objetivo de ser totalmente desgarradora y mostrarnos la maldad a la que el ser humano puede llegar cuando la única salida es infligir dolor con tal de escapar de la realidad, cabe mencionar que la historia que aquí se presenta no es, ni de broma, la mitad de dolorosa y repulsiva de lo que lo fue la historia real, de la cual, te damos los pormenores a continuación.
Trailer de la película:
La brutal realidad
Sylvia Likens nació el 3 de enero de 1949 en Indiana, EU. La niña, hija de Lester y Bertha Likens, desde un principio vivió junto a sus hermanos una triste infancia debido al disfuncional seno familiar en el que se desarrolló. Sin embargo, a pesar de su tierna edad y de que su hogar no es lo que se habría llamado un lugar feliz, no se imaginó que el futuro le deparaba un horror aún más grande.
Todo comenzó cuando sus padres, quienes trabajaban en una feria, tuvieron que salir de la ciudad sin poder llevar a Sylvia y a su hermana menor Jennifer con ellos, por lo cual, vieron una opción viable el dejarlas al cuidado de Gertrude Baniszewski, a quien le prometieron una paga semanal de 20 dólares con tal de que las cuidara. Sin embargo, además de las atenciones que les pudiera brindar, esta mujer recibió el permiso de los padres para “corregir” a las niñas en caso de ser necesario.
Gertrude era una mujer que forjó su vida mediante el dolor y el sufrimiento, pues su infancia no sólo estuvo carente de cariño y comprensión, sino que desde su adolescencia nunca conoció a su pareja ideal, sólo varias decepciones amorosas que culminaron con el nacimiento de 6 hijos de diferentes matrimonios; por supuesto, siendo ella quien tuvo que hacerse cargo de todos ellos sin ayuda de nadie.
Sin embargo, cuando esta mujer tenía 34 años conoció a un joven llamado Dennis Lee Wright, de apenas 23 años de edad, de quien se enamoró y tuvo otro hijo, pensando que quizás en él habría encontrado al hombre que se haría cargo de ella y de sus otras seis crías. Por supuesto esto no fue así, sino que fue Gertrude quien tuvo que mantener al hombre; aunque ahora que se le había presentado la oportunidad de cuidar a las dos niñas Likens por 20 dólares semanales, creyó que su situación podía mejorar.
Fue así que, por tan sólo 20 billetes, la vida de Sylvia y Jennifer les costó un infierno, el cual comenzó cuando el primer cheque de su padre no llegó a tiempo a manos de la señora Baniszewski. Así, apenas la primera semana en que Gertrude no recibió el pago, castigó severamente a ambas hermanas golpeándolas con una tabla en los glúteos; sin embargo, debido a que Jennifer estaba enferma de polio, Sylvia pidió recibir todo el castigo por ella. Fue a raíz de este momento en que la joven Sylvia, de apenas 16 años, firmó su sentencia de muerte.
Aunque en un principio los castigos corporales hacia Sylvia se debían por la falta del pago semanal, poco a poco Gertrude comenzó a golpearla por cualquier razón, dejando en claro que no la castigaba por “portarse mal”, sino que en ella había encontrado un bulto –cual saco de boxeo-en el cual desquitar todo el enojo, la frustración y la rabia que se encontraban dentro de ella debido al estrés y la presión que sufría en su vida.
Además, y a manera de pretexto para seguir maltratándola, Gertrude comenzó a tachar a Sylvia de “promiscua y prostituta” –mentiras que también le contaba a todos los vecinos-, comenzando con ello el verdadero horror. Cierto día que Sylvia llegó tarde, aunque explicando que fue para juntar botellas y poder venderlas para tener algo de dinero, la mujer no le creyó, por lo que la obligó a desnudarse e introducirse una botella de vidrio de Coca Cola en la vagina a manera de castigo por haber “mentido”.
Cabe destacar que esto sucedió mientras Jennifer y todos los hijos de Gertrude estaban presentes. Además, se dice que este castigo con la botella se repitió un sinnúmero de veces –aunque en la primera ocasión la botella se habría roto dentro de su vagina-, lo cual, con el tiempo ocasionó que Sylvia ya no pudiera contener su orina.
A raíz de este evento el mal contagió a toda la familia –excepto, claro, a Jennifer-, pues ahora Sylvia no sólo fue obligada a vivir en el sótano y alimentada únicamente con agua y galletas una vez al día, sino que Gertrude dio el permiso a sus siete hijos de golpear a la joven cuanto ellos quisieran y de la forma en que lo desearan. Además, como era de esperarse, la mala alimentación ocasionó que ya no tuviera siquiera las fuerzas necesarias para probar bocado, por lo que en ocasiones incluso era obligada a comer su propio excremento.
Así, cada vez era más la libertad que los niños de la casa tenían para violentar a Sylvia, al grado de que, además de pegarle, solían arrojarla a una bañera llena de agua hirviendo. Sin embargo, el más perverso de todos era el pequeño John –de tan sólo 13 años en ese entonces-, quien no sólo la golpeaba en el rostro y le daba patadas en el cuerpo, sino que frecuentemente le apagaba cigarrillos en la piel.
Conforme fueron pasando los días el asunto dejo de ser “familiar” (por así decirlo) para convertirse en un hecho público, pues ahora no sólo Gertrude y sus hijos aplicaban los castigos, sino que estos últimos comenzaron a invitar a vecinos y amigos a su sótano para que, con toda libertad, pudieran torturar a Sylvia de las formas en que ellos quisieran; incluso, algunos abusaron sexualmente de ella.
Entre estos invitados destacaba Ricky Hobbs, un adolescente enamorado de Sylvia pero que, al no haberle hecho caso en un pasado, encontró la ocasión perfecta para vengarse de ella de una forma bastante atroz y permanente: ayudando a Gertrude a escribir con una aguja y un cuchillo la frase “Soy una prostituta y estoy orgullosa de serlo” en el vientre de la pobre muchacha.
Los maltratos –a los que se había sumado untar sal en las heridas- continuaron hasta que un día el cuerpo de Sylvia, flagelado y ultrajado desde su primer cabello hasta su último poro, no resistió más, perdiendo la vida un 26 de octubre de 1965. Así, la sádica familia tuvo que reportar el fallecimiento de la joven, no sin antes tener un plan para explicar todo lo que había pasado.
Días antes de su muerte, Sylbia fue obligada por Gertrude a escribir una serie de cartas en las que describía actos sexuales (que obviamente eran mentira) para que la gente se convenciera de que en era una prostituta. Estas cartas fueron mostradas las autoridades para que la familia tuviera una especie de coartada y salir bien librada del crimen (además de decir que quienes habían golpeado a la chica habían sido un grupo de hombres la noche anterior al fallecimiento); aunque por fortuna, Jennifer aprovechó la visita de las autoridades para explicarles qué es lo que en verdad había ocurrido en la casa. La verdad al fin había salido a la luz…aunque por desgracia ya era muy tarde.
Tiempo después se abrió un juicio en contra de Gertrude, su familia y todos aquellos involucrados en las torturas contra la fallecida Sylbia; en el proceso, los adolescentes e hijos aceptaron su culpa, pero no así Gertrude, aunque las evidencias fueron las suficientes para sentenciarla a “cadena perpetua” en 1965, aunque en 1985 obtuvo la libertad condicional. Por su parte, su hijo John –quien como dijimos antes tenía 13 años- fue sentenciado a poco más de 20 años de prisión, convirtiéndose en ese entonces en el preso más joven.
Finalmente, no fue sino hasta el 23 de abril de 2009 que demolieron la llamada “casa de las torturas”. Lo único que quedó para recordar el trágico destino de Sylvia fue un monumento de granito edificado en su honor.
La siguiente es una entrevista a Richard Hobbs: