La Gran Belleza: retrato cínico de una Roma «culta», opulenta y decadente
Jep Gambardella tiene 65 años, un apartamento frente al Coliseo y una vida acomodada. El éxito de su única novela, publicada cuando era joven, lo ha arrastrado a las altas esferas de la sociedad romana. Sin familia, pasa los días de fiesta en fiesta, teniendo romances fugaces y realizando un trabajo periodístico que no le genera mayor satisfacción. La frivolidad de su círculo social empieza a despertar en él una inquietud que no sabe bien cómo encaminar, pero que se aquieta cuando ve el techo de su habitación transformarse en un mar.
Inspirado en La dolce vita de Federico Fellini, el director italiano Paolo Sorrentino logra en La gran belleza (2013) formular una cruda crítica a la alta sociedad romana actual, que se ha estancado en la banalidad y ha olvidado la importancia de la milenaria cultura que tiene frente a sus ojos y sobre su espalda. Esta joya del cine italiano obtuvo el primer premio en la categoría Mejor película extranjera en el Oscar, el Globo de Oro y el Bafta en 2013.
En La gran bellezza, la evocación de su primer amor impulsa a Jep Gambardella (representado de forma magistral por Toni Servillo) a cuestionarse a sí mismo sobre sus prioridades, sobre la base de su realidad y sobre lo que considera fundamental para su vida ¿Será que el escritor se ha olvidado del amor? ¿Por qué no ha vuelto a publicar un libro?
Mientras mueve las piezas de su interior, el protagonista choca con sus iguales y los increpa con un cinismo brillante. Les da a entender así, que su vida labrada con excesos y pretensiones, no les hace mejor que nadie.
Al contrario, esto le permite ir descubriendo que la triste realidad de esos políticos, intelectuales y empresarios que comparten con él a diario, no es nada envidiable. A pesar de tener riqueza, mucha riqueza, por dentro las miserias y los demonios los golpean como a nadie más. Y en él no ocurre nada distinto.
En La gran belleza, la fotografía juega un papel supremo y no podía ser distinto considerando la ambientación de la majestuosa capital italiana. Adentrarse en Roma a través de este largometraje, es un placer incómodo. Los lugares comunes de esta ciudad se vislumbran desde otra perspectiva: una Plaza Navona vacía, sin turistas; un Coliseo que no sorprende, que se esconde.
Sorrentino es capaz de mostrar el silencio de una capital usualmente ruidosa; la quietud de una mil veces visitada metrópoli… lo único que rompe con esta sosegada bellezza es, precisamente, las escandalosas fiestas que se viven en casa de Gambardella. En ellas, el alcohol, la comida, el sexo y la música se descontrolan, las exuberancias alejan a los personajes de la majestuosidad que se encuentra a escasos metros de su celebración.
Este contraste finalmente toma vuelo cuando Jep Gambardella asume que es incapaz de llevar una vida distinta, que no se atreve a conocerse realmente a sí mismo, ni siquiera a explorar aquello que ronda su mente desde lo intelectual. Entonces, el escritor elige seguir naufragando en ese recuerdo y en esa ilusión, un mar que ya no está, una carrera literaria que pudo ser y no séra.