“Audición”, el romanticismo del dolor
Para nadie es un secreto que el cine de terror oriental es uno de los más escalofriantes que existe, aunque tanto por la repetitividad de sus finales -casi siempre felices y espirituales- así como por la exagerada similitud entre sus fantasmas, termina por ser un tanto cliché. Afortunadamente hay otras cintas que rayan en lo sublime en cuanto al nivel de horror y suspenso que manejan sin la necesidad de un espectro, sino de algo más peligroso aún: un ser humano ávido de sangre. Tal es el caso de Audition (Audición, 1999) de Takashi Miike.
En esta película, un viudo llamado Shigeharu Aoyama (Ryo Ishibashi) recibe el consejo de su hijo Shigehiko (Tetsu Sawaki) de conseguirse una nueva esposa. Así, el padre decide darse una nueva oportunidad en el amor, recibiendo para esto la ayuda de un amigo quien le ayuda a realizarle una audición a varias mujeres bajo el pretexto de convertirlas en actrices, aunque el verdadero objetivo es encontrar a la “esposa adecuada”. Al casting asiste Yamazari Asami (Eihi Shiina), una bella mujer que cautiva por completo a Shigeharu; ahora, lo que en un principio parece ser un tierno romance, pronto adquirirá tonos por demás retorcidos, dolorosos y, sobre todo, sangrientos.
El director Takashi Miike se ha distinguido por presentar cintas extremas y brutales tanto visual como narrativamente, siendo esta película uno de sus mayores exponentes, pues resulta una extraña mezcla entre un filme romántico y uno de terror no sólo por sus escenas, sino por su trama bastante perturbadora.
Lo romántico
Aquí los protagonistas forman una especie de amor tabú al ser una pareja cuya diferencia de edad podría ser un impedimento para su unión; sin embargo, desde el primer momento en que se conocen se percatan que entre ellos existe una fuerte atracción; además, claro, de que la perspectiva que tienen sobre la vida y la muerte es el principal aderezo de este romance. Estos elementos ya nos dan lo suficiente para saber que podríamos estar mirando una obra romántica y, por supuesto, bastante melancólica y tal vez hasta con un final feliz.
No obstante, es apenas pasados los 40 minutos que el filme da un giro bastante brusco con una escena llena de intriga, lo que nos da a entender que la joven no es precisamente lo que se llama un encanto de mujer.
Lo perturbador
Es aquí cuando entramos al segundo elemento que es el terror: Si bien en un principio todo parecía perfecto, poco a poco se van revelando oscuros secretos de la misteriosa dama, quien demostrará que su aspecto angelical sólo es superado por su perversidad; perversidad que oscila entre una locura enfermiza y que, por desgracia, su enamorado deberá sufrirlo en carne y mente propia.
Ahora bien, son los últimos 20 minutos de la película los que la transforman en una obra imprescindible de lo perturbador, pues apenas salimos de una trepidante escena contada a manera de flashback –y en donde se nos revela el porqué de que la protagonista actúe de tal forma- cuando ya estamos entrando en una de las mejores escenas de tortura que el cine oriental nos ha dado.
A partir de este momento la tensión irá en aumento, pues el espectador deberá ser un testigo mudo de los atroces actos de Yamazari. No obstante, quizá el mayor impacto de la cinta es el hecho del golpe anímico que recibe el público al ver cómo una bella historia de amor se transforma en una de las venganzas más atroces contra un hombre que sólo deseaba volver a amar.
No queda más que decir que, después de ver esta cinta, seguramente la próxima vez que alguien les recomiende buscar pareja…bueno, lo pensarán dos veces.