Lady Macbeth: el poder, la culpa y el castigo

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Lady Macbeth, el film con el que ha debutado el director William Oldroyd, tiene una larga tradición literaria detrás. El referente más claro e inmediato es la propia Macbeth de William Shaeskpeare, que existe desde hace aproximadamente 400 años. Pero su guion, escrito por la también debutante Alice Birch, ha sido adaptado de una novela homónima (1865) del escritor ruso Nikolái Leskov, que a su vez fue adaptada en 1934 como una ópera por Shostakovich.

Acaso sea este sólido pilar literario en el que está soportada lo que le otorgue la potencia y claridad que tanto le han celebrado los críticos alrededor del mundo, desde que debutó en el Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre de 2016.

Es, como diría Isaac Newton, y también el recientemente fallecido Steven Hawking, una película que cabalga a hombros de gigantes.

Pero es el talento de sus artífices, sin duda, lo que lo ha posicionado como uno de los filmes independientes más aclamados de los últimos años: la plataforma Rotten Tomatoes le ha otorgado un 89% de aprobación, con una calificación de 7.7 de 10.

Periodistas de medios como Vouge, Variety y el San Francisco Chronicle la han calificado como “una mesmerizante y potente tragedia victoriana”, “poseedora de una rudeza inusitada, que no se revela a primer cuadro, sino que es comunicada a través de una clara y efectiva comunicación entre su protagonista, Florence Pugh y su director Oldroyd”.

En festivales y certámenes europeos como Les Arcs, el Dublin Film Critics y el National Board of Review la han premiado a mejor filme del año, mejor largometraje independiente y mejor actriz. De hecho, ha sido precisamente Florence Pugh, de 22 años, la que ha captado la mayor atención mediática.

Su interpretación de Katherine Lester, una joven dama inglesa que vive aburrida y a veces violentada por su matrimonio con Alexander Lester, dueño de una gran propiedad en la Inglaterra rural, en donde viven con su padre, es la primera gran revelación de la película.

No es tanto su belleza, sino la claridad de sus pensamientos, y de su conocimiento de las redes de poder que tejen a su alrededor, lo que define su papel; y es que todo lo que Katherine piensa, calcula y después ejecuta, es comunicado al espectador en silencio. No se necesitan demasiados diálogos para entender lo que sucede con Katherine.

Ni aun con Sebastian, interpretado por Cosmo Jarvis, amante de Katherine y por el cual se derramará una ola de sangre, es necesario hablar demasiado. La tensión sexual y la pulsión homicida, tanto en Katherine como en Sebastian, son la misma cosa; y se comunican y revelan a través de miradas, gestos, muy pocas palabras que, por esquivas, revelan su verdadera intención.

“Por momentos, Lady Macbeth se antoja como un noir victoriano, género que quizá haya inventado el propio Shakespeare. Bien este film podría inaugurar un nuevo subgénero, una nueva línea en las adaptaciones de los clásicos”, escribe Peter Bradshaw para The Guardian.

Y es que el poder, el erotismo, la sangre y la muerte son tratadas por Oldroyd, y por su equipo de actores, con una brillantez pocas veces alcanzada por los jóvenes debutantes. Profundamente teatral, sus hilos tensores están amarrados como un corsé; y no precisa de tiempos muertos o diálogos circunstanciales para dotar de contexto y vida a la escena. Todo está crudamente retratado en silencio, como crudamente y en silencio se mata en este filme.

Si bien son más de 200 años los que distan entre el presente y el tiempo del film, muchas cosas parecen no haber cambiado; más bien, parecen seguir operando en la oscuridad, en lo no dicho. La película lo que hace es regresar esos valores a la superficie, y mandar a la oscuridad los valores contemporáneos. Ahí radica su brutalidad, y también por eso habla de forma tan directa a la sociedad de hoy.

En un mundo y en una industria constantemente asediados por la sombra del machismo, del acoso sexual, incluso del feminicidio, Lady Macbeth es como un Breaking Bad feminista que finca su poder en esa otra narrativa: la de lo femenino. Acaso por eso Florence Pugh saltó al estrellato después de esta pieza cinematográfica. Se convirtió en una sensación del Instagram y en una actriz mucho más cotizada. Pero ella se niega a bajar de peso para “entrar” a ciertos papeles: no por nada ella es Lady Macbeth.