Happy End: burguesía, eutanasia y mucho Haneke
Dirigida por Michael Haneke y protagonizada por Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant y Toby Jones, Happy End (2017) es la más reciente producción del aclamado director austriaco y, aunque es la menos aplaudida, estuvo nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cannes, además de los festivales Munich y Sidney. Con la hermosa fotografía de Christian Berger, nominado al Óscar a Mejor Fotografía por The White Ribbon (2009), el filme fue seleccionado por Austria para competir por el Óscar a Mejor Película Extranjera, donde no gustó lo suficiente para quedar entre los nominados.
Lo hanekiano
Los motivos de otras películas están bien presentes en Happy End, donde una serie de problemas laborales y personales pondrán a prueba la estabilidad mental de toda la familia, encontrando el sentimiento ominoso de los secretos revelados, lo que contrasta siempre con la imagen pulcra de la familia perfecta.
No se trata sólo de un “greatest hits” de Haneke, como dicen por montones los críticos, sino también una cinta coral que dota de polifonía el filme, pero descuida las historias individuales. El retrato, hecho sin prisas (al estilo Haneke), es eficaz en generar la atmósfera precisa, que termina por agobiar sin llegar a puerto preciso.
Happy End nos habla de la indiferencia de Europa ante los refugiados, indiferencia que se contagia a las nuevas generaciones; escarba un poco más en el tema de la eutanasia, esta vez con más suavidad que en Amour; nos muestra la psicopatía infantil y reflexiona sobre el peligro de la incidencia, cada vez mayor, que la tecnología tiene en las relaciones amorosas.
El asalto a la burguesía
Aunque seguramente no estará entre las mejores del director, hay que reconocer a Happy End el ser una inteligente crítica a la burguesía, hecha a través de una familia y sus problemas, tan nimios cuando se comparan con lo que tienen que padecer los miles de refugiados que habitan al lado de la empresa familiar en Calais.
Como es usual, el cineasta ataca la podredumbre moral de la clase burguesa, colapsada gracias a las enormes grietas de una familia de ricos industriales en Francia. También deja ver la dificultad que muchas personas encuentran para enfrentar los sentimientos, que no sólo se sienten expuestos ante los propios sino los del otro.
Destacan aquí especialmente los personajes más jóvenes, quienes identifican con mayor facilidad lo repugnante de su realidad, llegando a mostrar cierta rebeldía ante el status quo al que pertenecen. Esto se muestra más claramente en el nieto renegado que no duda en desafíar las convenciones de su clase y se mofa de su hipocresía al tener “esclavos” africanos a su servicio.
Siempre a la vanguardia
Sin duda, lo más destacado de Happy End es la utilización de nuevas técnicas para grabar, mismas que incorporan los videos de snapchat, las capturas de pantalla y el uso de otras plataformas. Con el uso de escenas tomadas por snapchat, que comienza desde el prólogo y concluye la película, muestra el paso de la vejez a la juventud.
Mediante el uso de grabaciones por celular, puede construir un narrador intradiegético que además utiliza la voz en off como mensajes escritos en el celular. Es de aplaudir porque algo que siempre ha caracterizado a Haneke es que suele estar a la vanguardia de las técnicas de filmación, lo que hace de sus filmes obras frescas que podrían pensarse de un joven.
Además, la técnica de Haneke es casi una provocación, una demostración fascinante de ejercicio intelectual. En este rubro destaco la fragmentación del relato que hace al superponer audios externos en ciertas tomas, creando un efecto de disonancia. Ejemplo de ello es cuando, por medio de un travelling, el cineasta sigue al personaje en silla de ruedas mientras recorre las calles en busca de quien le procure eutanasia: no necesitamos el audio original ni el diálogo para entender el segmento.
Lo peor del mejor
Apelando a su manufactura, Happy End es hermosa, pero se siente incompleta cuando se compara con la filmografía de Haneke. Cierto, tiene todos los elementos del cineasta, pero parece hecha por un imitador. Esto nos muestra la posición desde la que se critica la película. Haneke nos tiene acostumbrados a tal nivel de genialidad que medimos Happy End con sus obras, en lugar de compararla con el grueso del cine.
Si así fuera, las calificaciones de “refrito” o “la más floja de sus películas” no valdrían. En cambio, aceptaríamos que estamos ante una película magistral que niega ser complaciente, que aborda con inteligencia la empresa eterna de Haneke de lograr la incomoda confrontación con la oscura condición humana. Quizá también pese para su consideración el llegar tras años (cinco exactamente del estreno de Amour) de espera de un nuevo trabajo de Haneke, quien estuvo coqueteando con un ambicioso proyecto que se titularía Flashmob y que se ignora porque fue abandonado.
Finalmente, hay que destacar las actuaciones de Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert, quienes también interpretaron en Amour a padre e hija. Si bien no se trata de los mismos personajes, si de un fetiche que Haneke tiene con los actores, especialmente con Huppert con quien trabajó en La pianista (2001), El tiempo del lobo (2003) y Amour (2012). Es curioso que el actor Jean-Louis Trintignant se encuentra retirado de la actuación desde 2003, pero afirma que regresará al set cada vez que Haneke, a quien considera el cineasta vivo más importante, se lo pida.