“Tag”, el gore como musa del surrealismo
En cualquiera de sus formatos, la expresión artística japonesa suele ser una referencia obligatoria dentro de la ficción. No sólo por su estética, sino que también por la interpretación singular que tiene sobre las problemáticas que nos aquejan a diario.
Es así como el manga, las novelas y el cine asiático tienen la virtud de inquietarnos con una sencillez aguda, a través de una idiosincrasia visual que podemos experimentar en complejas capas de dramatismo, comedia y horror. Allí yace su encanto. El mismo al que han apelado tantos directores: exponernos a situaciones descabelladas que difícilmente podrían suceder, pero que requieren de acciones que nos ponen a prueba como personas y conjunto humano.
Por ejemplo, ¿cómo actuaríamos si estuviéramos en un interminable bucle donde somos los únicos capaces de sobrevivir? Con esta premisa, Tag (Riaru Onigokko, 2015) nos adentra en un universo onírico de realidades paralelas en el cual no importa cómo proceda Mitsuko, pues el resultado final parece siempre catastrófico.
La protagonista del filme basado en la novela homónima del escritor Yusuke Yamada, sobrevive a la masacre de toda su clase en un accidente automovilístico insólito, donde una fuerza paranormal en forma de ráfaga corta –literalmente –por la mitad a sus compañeras. Tras el impacto de lo sucedido, la sobreviviente vaga por el bosque hasta toparse con una escuela. Lugar en que, para su sorpresa, se reencuentra con las jóvenes que hace unos minutos habían sido descuartizadas frente a ella.
Sin embargo, la pesadilla no permite descansos. Pronto el ciclo se repite: todo el alumnado es brutalmente asesinado por los profesores, excepto Mitsuko, quien en su nueva huida vive la transformación completa de su historia. Ahora su rostro pertenece a Keiko, una adulta que va camino al altar y que corre una fortuna similar a los sucesos anteriores cuando, al momento de ser deposada, se enfrenta a una feroz aglomeración de mujeres que la insultan y empujan hacia un esposo que resulta ser un híbrido con cabeza de cerdo.
Al emprender otra lucha por escapar, Keiko aparece en una maratón donde es identificada como Izumi, una deportista que competirá con los antagonistas de la escena anterior, quienes buscan atraparla de una vez por todas.
El mensaje feminista
Dentro de un frenesí para escabullirse del genocidio y encontrar respuestas, el largometraje nos reitera un mensaje muy crudo de cómo existe una opresión sexista hacia la mujer, a medida que vive el desarrollo de su adolescencia y adultez.
En el mundo de Tag no existen hombres. En cambio, aparecen metáforas y simbolismos de cómo se trata la identidad de género femenina, en una deconstrucción cómica y provista de altas dosis de violencia. El director Sion Sono utiliza un surrealismo ético y visceral que se sirve del gore para contarnos las exigencias que viven Meiko, Keiko e Izumi ante una sociedad que las ahoga con sus estándares establecidos.
En Meiko podemos apreciar los estigmas hacia su orientación sexual, así como en el matrimonio de Keiko está la obligación de cumplir con los cánones de “una vida común”. Para ambas, Izumi personifica la fuga de todo lo que se les ha impuesto desde que tienen memoria, cuando decide alejarse del sendero de su carrera para optar por uno que finalmente la libere.
Las agresivas vivencias de los personajes, a su vez, son respaldadas por escenas de solidaridad entre mujeres, teniendo como principal exponente a Aki, la única amiga constante de la protagonista en los distintos capítulos que atraviesa en la película.
Ella misma es la que sirve de sacrificio para que Meiko pueda encontrar su emancipación, cuando abre un portal originado de las entrañas de su confidente. Ese viaje termina en una atmósfera postapocalíptica nominada Man’s World, donde se exhibe un cartel promocional de un videojuego donde aparecen las tres protagonistas. Una alegoría bastante literal de cómo han sido manejadas para consumo y entretención masculina, idea que será desarrollada en los últimos instantes con un sinfín de alegorías.
Con este exponente cinematográfico se nos reitera que los baños de sangre también son un recurso útil para aterrizar un discurso que muchas veces se tilda como denso o lleno de prejuicios antes de conseguir que la audiencia empatice con él. Ergo, el relato se abastece de capturas poéticas, una fotografía cuidada, impactantes saltos de escenas y pasajes, y de un guión hecho a conciencia para que el espectador reflexione sobre las creencias que normaliza sin cuestionamientos.