“Operación final”, a la caza del último nazi
“Mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en un villano”, una frase bastante usada que reconocerán sobre todo los fanáticos de Christopher Nolan, sin embargo, aunque estas palabras parecen estar muy trilladas hoy en día (y mucho más los párrafos que inician citándola, como este), no por eso dejan de ser bastante ciertas, más aún si del mundo actoral se trata. Pues, ¿cuántas veces no hemos visto a un actor o actriz personificar al malo de la historia, deleitándonos con su increíble maldad, para luego verlos en otra cinta donde nos conmuevan con su bondad y sus buenas intenciones? Uno de estos casos lo encontramos en el británico Ben Kingsley, quien junto a Oscar Isaac protagoniza Operation Finale (Operación final, 2018) la nueva producción de Netflix dirigida por Chris Weitz.
Este drama histórico narra la historia de la operación realizada en 1960 por el Mossad (servicios secretos israelíes) en Argentina para llevar a cabo la detención de Adolf Eichmann (Kingsley), uno de los principales autores de la “Solución final”, mejor conocida como el “Holocausto judío” a cargo de los nazis. No obstante, mediante el personaje de Peter Malkin (Isaac) y su relación con Eichman, la cinta intenta profundizar en el lado más humano de este criminal de guerra.
De esta manera, mientras años atrás vimos a Kingsley interpretar al judío Itzhak Stern en Schindler’s List (La lista de Schindler, 1993), quien fuera la mano derecha de Oskar Schindler para llevar a cabo ciertas tareas de rescate, ahora lo vemos como un genocida nazi en esta producción de Netflix, la cual fue grabada en Buenos Aires, Argentina. Sin embargo, aunque pareciera que la historia y el peso de alguien como Kingsley bastarían para que la trama llame la atención, es un hecho que este filme pudo retratar de mejor forma los acontecimientos que quería plasmar.
Inicia mostrándonos una misión fallida del israelí Peter Malkin, quien poco tiempo después convence a sus superiores de llevar a cabo una misión de infiltración-secuestro-escape tras conocer que Adolf Eichmann se encuentra escondido en Argentina –uno de los países que aceptó albergar nazis en aquella época- bajo la identidad falsa de Ricardo Klement, quien ahora tiene su propia familia y vive la vida de un hombre normal e inocente. Por ello, Malkin viaja a este país con ayuda de un equipo especial conformado por los actores Mélanie Laurent, Nick Kroll, Ohad Knoller y Lior Raz, principalmente.
Aunque la película suena entretenida tomando en cuenta que se trata prácticamente de una “misión suicida” (al menos diplomáticamente hablando) de un grupo de israelíes infiltrándose ilegalmente en Argentina para capturar a un criminal de guerra, el filme carece de lo que debería ser su principal fuerte: crear la mayor empatía con sus personajes. Asimismo, cuenta con algunas fallas que no generan la atmósfera necesaria para sumergirse totalmente a su trama. Comencemos por lo segundo.
Si bien la escenografía recrea de buena manera una Argentina de los años 60, las exageraciones tanto en la forma de hablar de los nativos como algunos de sus comportamientos, ocasionan que se mire un panorama bastante forzado; dejando de lado ya el que estando en un país donde el idioma que predomina es el español, prácticamente el 90% de los diálogos son en inglés, dividiendo el otro 10% entre español y alemán. En segundo lugar, aunque se intenta retratar el problema jurisdiccional que significó el que estos agentes entraran al país albiazul de manera ilegal, como lo es un diálogo en el que se menciona que “toda la gente dirá que es una conspiración internacional judía”, este tema no tiene tanto peso como se esperaría, aunque resulta justificable debido a que no es el punto principal de la película.
Sin embargo, el mayor problema reside en la forma de actuar de todos los personajes, pues se incluyen ciertas cosas que son innecesarias –y que incluso pasan desapercibidas- como lo es un romance entre el personaje de Malkin y Hanna (Laurent) que no aporta nada a la historia. Asimismo, aunque en el grupo de agentes existen ciertas rivalidades, éstas tampoco sobresalen a pesar de que todos están la mayor parte del tiempo encerrados en una “casa de seguridad”, por lo que se esperaría más énfasis en los conflictos internos del grupo.
A pesar de esto, lo que vale la pena resaltar es la relación entre Malkin y Eichmann, es decir, de secuestrador y secuestrado, pues conforme avanza la cinta y ya sea por estrategia o no con tal de que el nazi acepte ir con ellos para que se le enjuicie en Israel, entre ellos comienza a surgir una relación de entendimiento, lo que se convierte en la mayor fortaleza de esta obra. Por desgracia este punto tampoco es tan fuerte como debería ser, sino apenas aceptable.
Así, aunque el director comenta que “Creo que es importante para todos que Eichmann sea presentado no como un monstruo, sino como un ser humano presente”, pese a la actuación de Kingsley esto no se logra a lo largo de la película, ni siquiera mediante los flashbacks a los que se recurre. Y es que a pesar de que la historia nos presenta al nazi como un hombre que ahora es un padre y esposo amoroso, y que incluso se muestra arrepentido por el holocausto, tampoco se llega a un nivel en el que el espectador en verdad vislumbre un rastro de verdadero arrepentimiento en este hombre, por lo que tampoco se llega a sentir lástima ni entendimiento por él aunque esto haya sido el objetivo de Weitz.
A pesar de ello la película entretiene lo necesario, aunque con esfuerzos, pues cabe recordar que es un filme que no busca mantener al límite al espectador mediante misterios ni grandes clímax, sino más bien el contarle lo sucedido en un evento histórico lo más fiel posible.