“Ana y Bruno”, una historia infantil llena de locura, muerte y fantasía
Cuando de locura, muerte y amor hablamos, nuestra mente suele evocar desde los escenarios más sombríos hasta los seres más perversos o románticos, sin embargo, hay ocasiones en las que los peores síntomas de esquizofrenia se combinan con el cariño más puro para dar pie a hermosas historias que, aunque infantiles y tiernas, pueden llegar a tener un trasfondo y un mensaje un tanto perversos, sí, pero también emotivos. Ejemplo de ello es la animación Ana y Bruno (2017), del director mexicano Carlos Carrera.
Ana es una pequeña niña quien, junto con su madre, ha sido internada en un hospital psiquiátrico de México. Ahora, con tal de salvar a su mamá, la niña escapará en búsqueda de su padre; aunque para ello necesitará la ayuda de siniestras y amigables criaturas imaginarias que la acompañarán en un macabro viaje lleno de fantasía, locura y amor familiar.
Carlos Carrera nos presenta en Ana y Bruno su primer largometraje de animación -y el primero con clasificación A en su filmografía-, en cuya historia mezcla perfectamente elementos sombríos y retorcidos pero a la vez tiernos y carismáticos, pues mediante el personaje de Ana (voz de Galia Mayer) nos lleva de la mano por la inocencia y la imaginación infantil, mientras que con Bruno (voz de Silverio Palacios), un pequeño monstruo color verde, nos introduce a un mundo de esquizofrenia y trastornos mentales.
Asimismo la película hace hincapié en las relaciones familiares, centrándose en el dolor que causan algunos eventos irreparables y por demás dolorosos; por ello la historia también se centra en Carmen (voz de Marina de Tavira) y Ricardo (voz de Damián Alcázar), padres de Ana, a quienes veremos enfrentarse a sus demonios tanto literales como personales, poniendo a prueba su amor y, por qué no, también su cordura.
Todos estos elementos generan que si bien la cinta inicie con un tono infantil, poco a poco vaya tomando un rumbo más oscuro pero sin llegar a lo terrorífico, sino más bien a lo siniestro, pues mediante los diversos ”amigos imaginarios” de los que Ana se hace amiga –todos ellos producto de la locura y los traumas de los pacientes del psiquiátrico-, no sólo se nos lleva por un mundo de fantasía y amistad, sino que también nos introducen a un tema tan sensible como la muerte.
Claro que todo esto no ocurre de forma rápida y abrupta, sino que se presenta poco a poco, en específico luego de que Ana escapa del manicomio para ir en busca de su padre, pues a raíz de su huida vivirá una serie de aventuras bastante emocionantes y por demás divertidas a lado de Bruno y sus compañeros.
Ahora, todos estos seres imaginarios son los que dotan al film de un humor sumamente atractivo que pueden entender tanto niños como adultos, pues no sólo cada una de estas criaturas representa tanto psicológica como físicamente una manía o un trastorno mental, sino que cuentan con la capacidad de contar chistes infantiles pero también para un público más adulto, ya que incluso llegan a hacer alusión a ciertos actos sexuales como la masturbación o hasta aludir a situaciones más adultas como los “celos enfermizos y destructivos”.
No obstante, en diversos momentos este humor desaparece por completo para dar paso a situaciones bastante melancólicas y en algunos casos hasta macabras, pues a fin de cuentas Ana y Bruno no se trata de una cinta de humor, sino más bien de reflexión sobre la muerte y la sensibilidad sobre las enfermedades mentales.
Por ello las aventuras de Ana también están envueltas de secretos que, si bien no son turbios, sí pueden llegar a herir la susceptibilidad de los más pequeños o frágiles, pues conforme éstos se van revelando nos dejan al descubierto una historia llena de tragedia, dolor y separación. Aunque por otro lado, uno de los recursos más bellos de esta obra es que una vez que se sabe qué es lo que está ocurriendo en verdad, se entienden perfectamente todos los simbolismos que conectan unos hechos con otros, logrando que los temas de la muerte y la enfermedad se tomen de una forma más ligera y hasta divertida por varios momentos.
Y aunque la cinta cuenta con muy pocos tropiezos en cuanto a la coherencia de algunos hechos –lo cual la hace un tanto predecible-, esto no resulta tan grave a comparación de todo el trasfondo que se cuenta.
Asimismo, si bien esta historia termina por ser una película para niños que puede disfrutar –y por qué no, hasta sufrir- cualquier adulto, concluye con un final feliz que, aunque bastante bueno, tal vez pudo ser mejor si éste hubiera sido un poco (y solo un poco) más sombrío tomando en cuenta las partes más macabras de la trama; aunque aun así dejará más que satisfechos y contentos a quienes gusten de ver cintas animadas en familia, pues al final contiene enormes dosis de melancolía y alegría.
En resumen, Ana y Bruno termina por ser una película que al igual que muchas otras, se basa en la amistad y el amor familiar para demostrar que este tipo de cariño puede vencer cualquier obstáculo. Sin embargo cuenta con la particularidad de abordar temas como la locura y la muerte para convertirla en una historia que nos enseña que hasta las cosas más bellas e inocentes pueden estar dotadas de oscuridad y esquizofrenia.