“Todos lo saben”, la condena del secreto a voces

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A través fábulas morales, secuencias al borde del obsesivo melodrama y un fetiche por el rodaje en zonas apartadas e íntimas, Asghar Farhadi nos presenta con Todos lo saben (2018) su interpretación de lo que él considera un “pueblo chico, infierno grande”.

El cineasta iraní dueño de dos Oscar a Mejor película de habla no inglesa por Nader y Simin, una separación (A Separation, 2011) y El viajante (The Salesman, 2016) enseña un esbozo de lo que ocurre cuando los secretos del pasado pasan factura al ponernos en escena un misterio que, aunque está en boca de todos, se irá destripando a medida que ahondemos en el círculo que rodea a los protagonistas.

Fuente: IMDb
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La trama presenta a Laura (Penélope Cruz), madre de dos que viaja desde su hogar en Buenos Aires hasta España para asistir a la boda de su hermana. En la travesía nos dejamos llevar por la calidez de los habitantes de la zona, por la química tan natural que demuestran los unos con los otros, por el frenesí de colores, música y festejo que envuelven a la ceremonia. Todos parecen eufóricos por reunirse, por cantar a viva voz, por compartir unas copas como en “los viejos tiempos”.

Si bien la sucesión de escenas no es generosa en dejarnos perfilar decentemente a los personajes, ni el vínculo que comparten —exceptuando la tensión entre los ex amantes Laura y Paco (Javier Bardem) —, sí nos regala una evidencia: todos los habitantes se conocen más allá de un saludo; esconden trapos sucios mutuos. Toda la jovialidad que reina en la bienvenida tiene olor a fachada, a una careta que fácilmente se desmoronará ante un hecho decisivo.

Y aquella tragedia llega con la desaparición de Irene, la primogénita de Laura.

Fuente: Telva
Fuente: Telva

Junto a un apagón en pleno matrimonio y, de forma paradójica, aparecen los colores reales de quienes tenemos en pantalla. El guión, a estas alturas, parece una adaptación audiovisual de la estructura narrativa característica de Agatha Christie, al hacernos entender que cualquiera de los individuos posee razones suficientes para cometer las peores atrocidades. 

Ante esta premisa con aspiración a thriller, más un elenco de renombre completado por el argentino Ricardo Darín y una plantilla española de lujo, el largometraje dio que hablar al exhibirse de apertura en la 71ª edición de la Competencia Oficial del Festival de Cannes. Las expectativas fueron aún mayores al saber que fue el segundo filme hispano que ha tenido la oportunidad de abrir la convocatoria tras La mala educación (2004) de Pedro Almodóvar.

Sin embargo, la cinta resulta más seductora en lo que promete que en lo que entrega.

Fuente: IMDb
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La historia es simple y oscila en un concepto clave para dejarnos (o no) satisfechos: la autenticidad del conflicto en ella. Quizá es el único hilo que sostiene los acontecimientos, si lo planteamos con franqueza. La desaparición de una adolescente, la consecuente desesperación de los padres, y una red de infidencias a medio enterrar que esperan el momento más vulnerable para salir a luz.

Con este cimiento dramático transcurre la primera mitad de la película, la que termina por caer en la piscina del cliché sobre los secuestros: el impacto es demasiado para la familia, la búsqueda de cómo conseguir el dinero del rescate, la duda sobre si se debe o no llamar a la policía.

Asimismo, en el proceso de intrigarnos o de entrelazar subtramas, la producción renuncia a toda lógica, recurriendo una y otra vez a invisibles deus ex machina para que la ficción avance. Y eso nos hace inmediatamente lamentar el desperdicio de grandes actores y una atmósfera que da la sensación de improvisada, un recurso pocas veces conseguido en el séptimo arte y que sí puede aplaudírsele a este exponente.

Crédito: BFI
Crédito: BFI

En ese sentido, y a pesar de las esperanzas orquestadas con el pasar de los minutos, Todos lo saben no llega a la altura, ni a la intensidad de otras del género como La sospecha (Prisoners, 2013). La revelación principal se dilata a más no poder y carece de pistas que nos hagan unir cabos sueltos. Cuando llega el momento de saber la identidad del secuestrador tiene tan poca importancia que el desenlace está desprovisto de un clímax.

¿La razón? Junto a lo anterior, los huecos en el argumento resultan insalvables. Pensemos simplemente en la base del largometraje: sobre la mesa hay un secreto que todo el pueblo sabe. Tías, amigos, vecinos, cada Fulanito que transite las calles de tan sofocante comunidad. Todos salvo la persona más comprometida e influyente. El hombre que ha vivido toda su vida en el terreno y que jamás “sospechó” nada hasta que el relato exige que se entere para poder justificarse a sí mismo.

Fuente: Amazon
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Otro punto en contra es lo extensa que se hace la introducción y planteamiento del conflicto versus su desarrollo y resolución. Sacarle la mitad inicial y ponérsela al final habría sido acertado, pues antes de salir los créditos no puede más que quedar gusto a poco, sobre todo teniendo en cuenta la obra previa de Farhadi.

Causa admiración que, sin dominar el español, pudiera extraer la esencia del país europeo y plasmarla en un escrito creado enteramente por él. También que pudiera juntar a la dupla Cruz-Bardem en su quinta colaboración después de Jamón, jamón (1992), Vicky Cristina Barcelona (2008), El abogado del crimen (The Counselor, 2013) y Escobar, la traición (2017).

Pero tanta aspiración le arrebató la oportunidad de disculparse con el espectador ante la incongruencia y el hecho de que mordiera más de lo que podía masticar. En el afán por mantener su burbuja trágica pecó de transformar la producción en una telenovela de la que aún no tenemos (y tal vez nunca) una continuación que nos brinde todo lo adeudado.