“Come and See”, el perturbador retrato del horror de la guerra
Cuando uno escucha sobre un filme perturbador, por lo regular esperaría encontrar en él escenas sumamente explícitas, sangrientas, gráficas y repletas de tal sadismo y gore que sólo podrían catalogarse dentro del cine de terror. Sin embargo, no son pocas las cintas fuera del género que nos han demostrado que lo verdaderamente traumático es el comportamiento humano y su naturaleza violenta, como bien lo hace el filme bélico de culto Come and See (1985), del director Elem Klímov.
Florya (Alekséi Gaishun) es un joven bielorruso cuyo mayor deseo es hacer oposición al movimiento nazi, por lo cual termina por enlistarse con un grupo de soldados de su país. En su camino conocerá a Glasha (Olga Mironova), una joven y hermosa mujer con quien simpatiza rápidamente luego de que sus planes no salen como esperaba; sin embargo, cuando los dos caigan presos de los alemanes serán testigos de las más crueles y atroces barbaries.
Elem Klímov nos entrega una película bélica como pocas, pues si bien es una cinta que aborda una vez más el tema de la invasión nazi y a pesar de que se ha hecho fama de ser un filme perturbador, cabe recalcar que esto último es un mérito que no se ha ganado tanto por su violencia gráfica, sino por algo mucho mejor y a la vez más terrible: el horror con el que destroza anímicamente al espectador.
Esto sucede porque durante las casi 2 horas y 30 minutos de metraje la trama nunca da un respiro de tranquilidad, sino que siempre se mantiene en constante tensión y envuelta en una atmósfera sofocante no solo por las atroces situaciones que experimentan sus protagonistas, sino también por su fotografía llena de colores fríos y su banda sonora capaz de poner los nervios de punta a pesar de incluir piezas clásicas de Mozart. En pocas palabras, es una película que golpea todos los sentidos.
Ahora, si bien la fotografía y la musicalización impactan en todo momento, estos elementos tienen mayor presencia durante la primera mitad de la película que, por decirlo así, es la parte “tranquila de la historia” (incluso con ciertos momentos un tanto cómicos), donde la violencia de la trama aún no se hace muy presente y por lo cual es posible apreciar más los panoramas fríos y solitarios, aunque siempre bajo una banda sonora estresante.
Además, gracias a que la primera hora de la película ocurre en una relativa calma se nos deja saber un poco el carácter tanto de Florya como de Glasha, al igual que sus resistencias y flaquezas ante ciertas situaciones.
Por un lado tenemos que Florya es un adolescente dispuesto a abandonar a su familia con tal de servir a su país y combatir a los nazis, aunque en el fondo continúa siendo un niño al que ya sea por su edad o simplemente por ser el recluta novato, sus compañeros no lo toman tan en serio para ser partícipe de grandes misiones. Claro, esto solo consigue que el joven vea frustrados sus esfuerzos y comience a preguntarse si en verdad valió la pena dejar solas a su madre y hermanas para unirse a la causa.
En cambio, aunque la aparición de Glasha no es tanta como la de Florya, basta con los momentos que ella aparece en pantalla para entrever que es una mujer que al igual que su compañero apenas ha dejado la infancia, queriendo demostrar una madurez que aún no tiene, o al menos no la suficiente como para afrontar sola la situación histórica tan dura por la que pasa. Es por ello que si bien la trama también infiere de forma muy ligera cierta relación sentimental entre ella y uno de los soldados, son más los momentos en que se le mira divirtiéndose como una niña bajo la lluvia o atemorizada ante situaciones de gran estrés.
Por supuesto la calma que mencionamos se termina gradualmente, pues el horror de la película evoluciona casi de forma imperceptible hasta llegar a un punto en el que no se sabe en qué momento comenzó la desgracia y comenzó lo perturbador, pues aunque no ocurre de forma tan abrupta, tras conocerse ambos adolescentes comienzan a ser partícipes de una serie de eventos que van de mal en peor y que, encadenados unos con otros, terminan por llevarlos no sólo a ser testigos de la tragedia, sino también a ser partícipes de ella tras ser capturados por los soldados alemanes.
Así, no es sino hasta la segunda mitad de la cinta cuando se desata la crudeza de la que tanto se ha hecho fama este trabajo del director Klímov. Sin embargo y como dijimos antes, no se trata de una violencia exageradamente gráfica, sino que el pavor e impotencia que la misma genera es gracias al comportamiento tan salvaje y bestial que los soldados nazis tienen hacia los protagonistas y hacía los pobladores de la tranquila aldea que por desgracia cae bajo los seguidores de Hitler.
Es por ello que durante la última hora de metraje la película es capaz de causar una enorme sensación de angustia, desesperación, impotencia y terror gracias al proceder tan despiadado y perturbador de los alemanes, a quienes vemos cometer los actos más viles y crueles contra niños y adultos sin tentarse el corazón y, lo que es más, con una sonrisa en el rostro.
Es precisamente la forma tan despectiva de actuar de estos soldados lo que dota a la cinta de una sensación que llega a lo repugnante y atroz, pues como mencionamos antes, el paso de la “tranquilidad” a la violencia en esta historia ocurre de forma gradual, pero con un impacto tan brutal que incluso por momentos hay secuencias que llegan a lo ofensivo.
Claro, no está de sobra mencionar que los más afectados son ambos protagonistas, pues aunque jóvenes, tanto Florya como Glasha deben ser testigos y víctimas de la más cruel naturaleza humana a su corta edad; aunque cabe decir, el primero lo hace más en el aspecto anímico, mientras que la segunda debe soportar un perturbador horror en su propio cuerpo.
Además, aunque los momentos finales de Come and See otorgan cierta justicia a las víctimas, es una justicia que de igual manera deja un sabor agridulce, pues demuestra que la perversidad humana no tiene fronteras, nacionalidades ni limites cuando se trata de pagar sangre con sangre, demostrando por qué es una cinta que sin la necesidad de llegar a lo grotesco entra el terreno de lo perturbador.