«El Sonido del Metal»: la prisión que significa la negación
Cuando Ruben (Riz Ahmed) acude a una comunidad para sordos, el jefe explica su objetivo: una solución mental para los que llegan, no una física.
De esta premisa parte El Sonido del Metal (2019), cinta que cautivó en el Festival de Toronto el año pasado obteniendo el Platform Prize por “una fuerte visión de dirección”. En ella, la discapacidad a la que se enfrenta el protagonista no solo es representada como una pérdida, sino como la oportunidad de darle sentido a una vida que está lejos de estar perdida.
Ruben, adicto en recuperación e integrante de un dúo de punk metal, se percata de un serio problema en su oído. Cuando es incapaz de oir lo que sucede a su alrededor, la desesperación no tarda en apoderarse de él. Este temor lo lleva a visitar a un médico, quien, después de unas pruebas, le informa que su sentido se ha deteriorado gravemente, y que no pasará mucho tiempo antes de que quede completamente sordo si no hace algo al respecto.
Lou (Olivia Cooke), su novia y compañera de banda, trata de ser un apoyo para él; sin embargo, su agresiva obstinación le impide acercarse. Aunque renuente, este llega a una comunidad para exadictos sordos por consejo de un conocido; ahí, Ruben encuentra la posibilidad de adaptarse a su nueva condición, pero fantasmas del pasado resurgen para atormentarlo aún más.
Darius Marder, guionista de El Lugar Donde Todo Termina (The Place Beyond the Pines, 2012), hace su debut como director con El Sonido del Metal, la cual nos permite adentrarnos en un mundo silencioso que trae consigo nuevos retos y posibilidades para sus habitantes.
Para ello, el cineasta se vale, por supuesto, de un entorno musical para acentuar la pérdida del protagonista, quien en breve se muestra impaciente por recuperar el oído para volver a tocar, algo que para cualquiera luce casi imposible, menos para él. Esta negación es la que guía todas las acciones de un personaje que no se da un momento para tratar de entender su condición.
En un comienzo, Marder nos muestra a un apacible Ruben, quien gusta de tocar la batería con ímpetu, viajar en su camper hacia el próximo concierto y convivir con Lou. Esta normalidad se ve interrumpida cuando, de pronto, el músico de desconecta de su entorno ante la rápida degradación de su oído. La forma en la que afronta el problema se convierte en un obstáculo igual de importante.
Desde una perspectiva externa, resulta complicado entender la manera en la que el hombre pretende aislarse durante estos momentos de extrema dificultad; pero la ira que va mostrando progresivamente proyecta una inconmensurable angustia que permite empatizar con él a pesar de sus malas decisiones.
Cuando Ruben es aceptado en la comunidad por Joe (Paul Raci), un hombre sordo que también lo perdió todo, El Sonido del Metal ofrece un vistazo al mundo de estas personas. Si bien el hecho de que Marder haya echado mano de actores verdaderamente sordos le da un toque de realismo a la trama, es la forma en la que estos tratan de involucrar a su compañero lo que verdaderamente nos permite apreciar cómo se vive en una comunidad como esta.
Ensimismado por su negación, el baterista se rehúsa a integrarse a un grupo del que no se considera parte; pero la apertura de sus nuevos compañeros le abre las puertas a un mundo en el que el silencio no tiene por qué ser abrumador.
Por supuesto, el director y coguionista hace uso del diseño de sonido para poder adentrar al espectador en la frustración de Ruben. Con sonidos huecos y lejanos, conversaciones entrecortadas y silencios absolutos, la cinta da solo una pequeña muestra de lo que significa perder este sentido.
El lenguaje de señas se convierte en la única forma de entender a estos personajes, quienes nunca dudan en enseñarle todo lo que saben a Ruben; desafortunadamente, los errores del pasado y una obsesión insana por el futuro inmediato resultan determinantes para llevar al protagonista por un rumbo incierto.
Pero la trama toma un camino poco claro cuando entra en el último acto. Es aquí donde la relación con Lou vuelve a tomar un papel preponderante en la vida de Ruben, quien insiste en buscar una salida física a su problema. Marder pierde de vista su discurso inicial para enfocarse en una resolución que incorpora demasiados elementos que poco tienen que ver con la resignación del personaje principal, como el trasfondo familiar de su novia.
En suma, la reaparición de Lou supone una prolongación innecesaria de la historia, por más bienvenida que resulte la aparición del actor francés Mathieu Amalric.
Aunque El Sonido del Metal se muestre redundante con las malas decisiones de Ruben, las cuales lo conducen inevitablemente hacia un desenlace poco favorable para él, la cinta genera una notable ansiedad con sus incesantes silencios, distorsiones e imperfecciones sonoras.
Con un Ahmed que se echa al hombro la película y una historia que comienza muy bien a pesar de su irregular final, Marder emerge como una nueva voz que, al menos en su debut, demuestra tacto social al incorporar una temática muy pertinente y pocas veces vista en su relato sobre la imposibilidad de aceptar un tipo de ayuda que, a la larga, resulta la más valiosa.
El Sonido del Metal está disponible en Prime Video.