“Vamos a jugar al infierno”: yakuzas, masacres, cineastas y carcajadas
Siendo sinceros y hablando de cinéfilo a cinéfilo, ¿cuántos no hemos imaginado, aunque sea sólo una vez, grabar nuestra propia película? Seguramente muchos, pero la mayoría hemos dejado esta idea sólo en eso, en una simple idea, pues los costos de una buena producción pueden llegar a ser excesivamente altos. Pero ahora piensa en esto: si un día los más letales y peligrosos criminales de tu país te ofrecen todos los recursos necesarios para filmar tu cinta, y sin ponerte restricción alguna, ¿aceptarías? Si la respuesta fue sí, entonces quizá quieras ver Vamos a jugar al infierno (Jigoku de naze warui, 2013), del director Sion Sono.
Hirata (Tatsuya Nakayama/Hiroki Hasegawa) y sus amigos son un grupo de jóvenes aspirantes a cineastas que pasan su tiempo libre grabando pequeños clips de video, pues tienen la intención de algún día hacer una película. La oportunidad se les presenta 10 años más tarde, cuando la pandilla de los yakuza les ordena filmar una cinta donde Mitsuko (Fumi Nikaido), la hija de su jefe Muto (Jun Kunimura), sea la protagonista; ahora estos amateurs podrán cumplir su sueño y, de paso, exterminar a uno de los grupos criminales más peligrosos de Japón.
El director Siono Sono nos presenta una comedia de acción totalmente irreverente, llena de situaciones exageradas pero a la vez sangrientas y, además, se toma la molestia de plasmar todo esto mediante una trama por demás graciosa y sin sentido. Por supuesto y pese a todas las probabilidades, estos elementos hacen que la película funcione, pues le otorgan al espectador poco más de dos horas de risas y mutilaciones.
Esto sucede porque en ningún momento la cinta pretende ser seria, sino que desde un inicio nos deja en claro que lo que veremos no es más que una serie de eventos desafortunados pero hilarantes. Así, la media hora inicial se enfoca en presentarnos a los personajes principales: en primer lugar tenemos a dos grupos de yakuzas, de quienes se nos explicará brevemente la sangrienta razón por la que serán enemigos; en segundo lugar está el grupo de amigos que sólo quieren ser directores, camarógrafos y actores de cine; mientras que en tercero está la hija del jefe de los criminales, quien resulta ser una niña más que peculiar.
Sin embargo cada una de estas presentaciones ocurre en un escenario y situaciones totalmente disparatadas, incluso absurdas, lo que fácilmente haría pensar que lo que se verá durante toda la película no será más que una comedia bastante simple y sin gracia. Por fortuna la trama da un salto de 10 años en el tiempo para presentarnos a estos mismos personajes pero en un futuro totalmente contrario al que pensaban vivir.
Así, veremos a Hirata y sus amigos cuestionarse qué tanto vale la pena seguir con sus planes de ser grandes cineastas, pues mientras algunos de ellos todavía albergan la esperanza de llegar a serlo, otros se dan cuenta que sólo han vivido en una fantasía. Sin embargo es aquí cuando la historia se pone interesante, pues de una forma bastante inusual y tan increíble que rozaría lo vergonzoso, se les presenta la oportunidad de su vida, aunque más pronto que tarde se darán cuenta que al aprovecharla también aceptan meterse en una situación que podría terminar con varios de ellos muertos.
Esto no sólo es porque aceptan la ayuda de una de las dos pandillas, sino porque Mitsuko, la joven protagonista e hija del hombre más peligroso de Japón, resulta ser toda una rebelde a quien sólo le importa terminar la grabación para que su padre la deje en paz. Todo esto es una fórmula perfecta para el desastre, pues si sumamos yakuzas, espadas, pistolas, cámaras de cine y jóvenes inexpertos (además de uno que otro enamoramiento), los resultados no pueden ser más que una catástrofe, pero una muy graciosa y sangrienta.
Además, Vamos a jugar al infierno poco a poco va desarrollando una trama que si bien en un inicio se siente basta floja, conforme avanza adquiere tintes no sólo cómicos, sino también de acción e incluso melodramáticos, pues entre los personajes se presentan conflictos de amistad y hasta familiares, siendo estos últimos los que dotan a la película de cierta seriedad.
En cuanto a las situaciones cómicas, si bien dijimos que en momentos llegan a ser absurdas, estas mismas son aceptables cuando se comprende que esa es su intención, es decir, la de ser exageradas y sin sentido. Además, debido a ciertos homenajes que se hacen al cine de samuráis pero sobre todo a la figura del legendario Bruce Lee, es que este largometraje resulta bastante entretenido, pues sin ser una cinta de artes marciales está dotada de una cantidad bastante buena de acción y risas.
No obstante el punto fuerte de la cinta son sus últimos 30 minutos, pues es el tiempo en que veremos una enorme masacre que si bien es por demás divertida, no por ello deja de ser sangrienta e incluso un tanto gore, ya que contiene una que otra mutilación que seguramente sacarán varias carcajadas por parte del espectador.
En resumen, Vamos a jugar al infierno es una película que puede llegar a sentirse un tanto pesada, sobre todo por su duración de poco más de dos horas -más aún porque los primeros 30 minutos no son propiamente emocionantes-, pero que conforme avanza, muestra una cantidad enorme de conflictos familiares y personales pero, sobre todo, una serie de situaciones totalmente irreverentes y sangrientas de las que es imposible no reír.