“Okja”, crear conciencia sin moralismo
Cuando el debate sobre el derecho animal sale a flote, no suelen existir grises para escoger un bando. Se trata de quien, a sabiendas, consume productos henchidos de sufrimiento ajeno y, al opuesto, de quien ha optado por desligarse de la industria y su excesiva gula por sacrificar más de lo que el mundo necesita para subsistir.
Esta dinámica de polos enfrentados –que puede resultarnos poco identificable con la realidad repleta de interpretaciones –es la base de cientos de documentales, conferencias y del activismo a merced de nuestra superficialidad. La misma que puede llevarnos a apoyar una causa debido a un trágico video compartido en redes sociales, o que puede hacernos olvidar fácilmente un evento sin importar su magnitud, como ocurre en la mayoría de los casos en que la opinión pública se torna antojadiza.
Vivimos en una sociedad fugazmente sensible, hambrienta de estar al día, pero sin la obligación de involucrarse. Nos resumimos en un comentario que puede editarse en cualquier momento si la tendencia online lo amerita o si nos agotamos porque nuestro círculo no comparte lo mismo. Avanzamos como si nos sobrara el tiempo a nosotros, al planeta y a los afectados en medio de todas nuestras acciones. Nos desenvolvemos en una corriente que no acepta la imposición de ideas, sino que busca ser convencida por historias potentes que apelen a la humanidad que alguna vez tuvimos (o que aún conservamos en pequeñas cuotas).
Bong Joon-ho (The Host, Mother) lo sabe bien. Lo expone, se burla de ello y nos deja una invitación irresistible a recapacitar sobre nuestro hábito de siempre “jugar seguro”. Nuestro hábito de siempre aplaudir la hazaña cuando está hecha desde nuestras butacas. Sin embargo, no exige que nos pongamos bajo una misma bandera. Tampoco juzga de qué lado estamos, condenándonos por una escasa moral o por un exceso ridículo de ésta. Él, con una generosidad intelectual reflejada en cada diálogo y secuencia, nos da el beneficio de la duda. El reto de si realmente somos capaces de adoptar el mensaje durante las casi dos horas que tiene la película, o si nos limitaremos a transformarlo en un trago amargo que arruine el sabor de nuestro popcorn.
Okja no es la simple odisea de Mija (Seo-Hyun Ahn) para recuperar al animal genéticamente creado que considera familia. Tampoco una crítica exclusiva a Mirando Corporation, la empresa que ideó un plan para que su producción de carne fuera más rentable bajo una mentira ecológica publicitaria. El filme busca desarrollar un abanico de tópicos con los que nos llenamos la boca, sin llegar a ser pretencioso. Se sirve de una mescolanza ligera de humor negro, ironía y una sucesión de eventos conmovedores que tocan la ética del espectador esquivando la cursilería.
Habla de una incursión en las crudas vivencias del ganado y agricultura industrializados, la oposición que lucha porque esto no ocurra y de nosotros, todos los actores en la mitad y sus cercanías.
Okja es real
Como todo director que causa un impacto, Bong no es sólo ficción. Para perfilar con la mayor verosimilitud posible su relato, visitó un matadero en Colorado. Se impregnó de masacre, dolor, miedo y súplicas de cientos de vacas que esperaban el único destino que se les asignó desde su nacimiento.
El eco de esa experiencia apela a nuestros sentidos más básicos, gracias al argumento de la película. Frente a nosotros se exponen los hechos sin decoraciones para que asimilemos algo que sabemos desde siempre, pero que preferimos no hacer prioridad en nuestros pensamientos.
O como expresó Tilda Swinton, actriz detrás de Lucy Mirando, el largometraje “va contra esta idea de volvernos sonámbulos y vivir en una especie de consumismo estúpido”.
Aunque el surcoreano ha aseverado en distintas entrevistas que su interés principal no es convertir a todos los espectadores en veganos o luchadores de los derechos de los animales, sí desea que se cree conciencia en torno a los sistemas de producción detrás de lo que adquirimos en el mercado y todo lo que esto conlleva.
No nos incita a ser una fuerza organizada como el equipo de Paul Dano, sino que quiere acercarse a nosotros con el recuerdo de cuánto quisimos a nuestro perro, gato u otra mascota cuando éramos pequeños o actualmente, y nos plantea la eterna interrogante de por qué entonces un cerdo, un pollo o una vaca son distintos, independiente de nuestra tradición y cultura.
“Okja es real. Está pasando actualmente. Es por lo que me apresuré creando Okja, porque el producto real se acerca”, declaró Bong en The Independent.
Y no está lejos de dar en el clavo con su conclusión. El salmón y el trigo transgénicos están dentro del comercio y es cuestión de tiempo para que el rubro entero decida si apuntar o no en esa dirección, en ese camino que obvia los comentarios de quienes compran sin cuestionar.
El rol antagónico nos pertenece. Lucy Mirando y su compañía son el puente que nos conecta con la historia. Ella equivale a nosotros frente al sistema, nuestro conformismo y la elección de ignorar las circunstancias. “Sé, todos sabemos, que el abuelo Mirando era un hombre terrible. Sabemos de las atrocidades que cometió en este lugar”, recita en los primeros minutos de la película.
Las risas cómplices de fondo no tardan en llegar y ser acompañadas por una mordaz crítica hacia los “nuevos valores fundamentales” que expone Lucy y que están al límite de nuestro cinismo. Porque siempre vendrá “un nuevo sistema” y encontraremos una nueva excusa, un nuevo mando y un nuevo proyecto que desvié la atención –con una solución a medias –de lo que realmente importa.
Puede generar cierto disgusto lo ilustrativo y real que resulta el ritmo del filme, lejos de la esfera complaciente de la corriente Disney, pero la crudeza es su mejor recurso para mantenernos atentos y reflexivos.
El streaming como oportunidad creativa
Cannes tuvo que modificar sus normas. Este año fue la primera vez que se enfrentó a una producción perteneciente a un servicio de streaming (Netflix) que no se estrenó en salas convencionales de cine. Fue la primera vez que una película llevó la contra a sus predecesoras en el festival y al resto de títulos en la competencia. ¿El resultado? Desde ahora sólo se permitirán exponentes que se proyecten en la red habitual de entretenimiento.
Esto trajo de regreso una polémica que afecta a la forma en que estamos relacionándonos con el séptimo arte. ¿Es necesario crear una superproducción digna de nominaciones bajo la industria tradicional? Okja, al parecer, es el claro ejemplo de lo contrario.
Bong encontró otro medio que le proporcionó actores de talla (Tilda Swinton, Giancarlo Esposito, Jake Gyllenhaal, Steven Yeun, Paul Dano), efectos visuales que no tienen nada que envidiarle a grandes estudios y recursos para ejecutar la idea que le otorga reconocimiento y que, en un comienzo, no fue aceptada sin modificaciones en productoras.
Netflix otorgó libertad creativa absoluta a Bong. Y él le proporcionó a la plataforma un antes y un después dentro de su oferta, reiterando la tendencia que le caracteriza como profesional cinematográfico: la conciencia social.
La impronta que podemos hallar en monstruos engendrados por la contaminación (The Host), sobrevivientes de alteraciones de cambio climático errados (Snowpiercer) y, ahora, súpercerdos creados para satisfacer un hambre que jamás terminará, son atisbos del horror al que nos hemos sometido y al que el asiático quiere enfrentarnos sin tapujos.
Quizá para defensores contra el maltrato animal, Okja es demasiado suave a la hora de presentar las agonías diarias del ganado. Quizá para quienes comen carne es muy gráfica. Y, quizá, para la fracción indecisa signifique una llamada de atención.