“La masacre de Texas”, horror de la carne a la pantalla
En el mundo del cine no son pocas las películas que han dejado una huella en la memoria del espectador, pero sí son escasas aquellas que lo han hecho mediante la sangre, las torturas y el horror. Tal es el caso de The Texas Chainsaw Massacre (La masacre de Texas, 1974), del director Tobe Hooper, la cual no sólo nos mostró las atrocidades que algunos se ven orillados a cometer con tal de sobrevivir, sino que también tiene el honor de posicionarse como la primera película “slasher” del género de terror.
Sally (Marilyn Burns) y Franklin (Paul A. Partain) son dos hermanos quienes junto a sus amigos viajan hacia la parte más desolada de Texas con la intención de verificar que la tumba de sus abuelos esté bien, pues en días recientes se dio a conocer una serie de profanaciones dentro del cementerio donde están enterrados. Lamentablemente, en el camino se toparán con una familia bastante peculiar y con un gran gusto por el sadismo y la carne humana.
Esta película se ha ganado muy merecidamente su posición como una las mejores obras del cine de terror, pues en sus poco más de 80 minutos de duración, The Texas Chainsaw Massacre es quizá lo más cercano que el celuloide ha estado de plasmar una pesadilla en pantalla. Por supuesto existen cintas con contenidos más sangrientos y monstruos más tenebrosos, pero ninguna contiene la crudeza de esta obra, la cual nos enseñó que los peores miedos no sólo provienen de la misma sociedad, sino que el verdadero horror puede nacer dentro del núcleo más simple y sencillo como lo es la familia.
Tobe Hooper logró esto valiéndose de dos elementos clave: la familia de caníbales conocida como los Sawyer; y las locaciones tan sofocantes que usó para la filmación; esto último en parte gracias a su bajísimo presupuesto. Comencemos por lo segundo:
La película inicia con la imagen de un par de pútridos cadáveres, los cuales se muestran en un panorama sofocante al estar bajo un terrible calor; esto, de cierta forma, ya nos está resumiendo la cinta, pues nos dice que lo único que veremos será muerte y desesperación. Luego de ello vemos al grupo de amigos conducir hacia el cementerio donde yacen los restos de sus abuelos, por supuesto, todo esto se da en un panorama lleno de incertidumbre.
Apenas se aseguran de que todo está bien con los cadáveres de sus familiares, los jóvenes deciden ir de vuelta a casa, aunque para ello harán tres fatídicas paradas: la primera de ellas será para recoger a un extraño en la autoestopista, quien tras una pequeña y bizarra conversación con ellos termina por herir gravemente a Franklin. La segunda parada será en una gasolinera, donde además de cargar combustible, compran algo de “barbacoa” para saciar su hambre. Sin embargo, no es sino hasta su tercera y última parada que el destino de todos ellos quedará sellado, pues es a partir de aquí es cuando conocerán el verdadero horror.
El tercer destino al que nos referimos es la antigua y abandonada casa de Sally y Franklin, quienes deciden aprovechar su viaje a Texas para visitarla. Sin embargo, como en toda buena cinta de terror estos jóvenes no pueden quedarse en un sitio y pasar una velada tranquila; así que deciden explorar los alrededores sólo para encontrarse con el hogar de los Sawyer, quienes harán lo posible porque estos desafortunados amigos se queden a cenar…sin imaginarse que ellos se encuentran en el menú.
No contaremos más de la historia, pues es mejor que los fatídicos destinos de cada uno de estos muchachos los descubran por ustedes mismos. En lugar de eso, expliquemos un poco mejor por qué esta cinta ha logrado posicionarse como una de las grandes del género.
Independientemente de que The Texas Chainsaw Massacre esté inspirada en la vida de Ed Gein (mas no basada en él), presenta una historia llena de horror y, como su nombre lo dice, masacres. Sin embargo, la mayor fortaleza de este filme es precisamente la violencia con la que cuenta pero que no muestra, pues en sí es más el miedo que causa su historia que sus escenas explícitas, tan así que roza el terror psicológico en vez del visceral, ya que el gore es prácticamente inexistente en esta película. No obstante, esto no es malo -lo que resulta irónico al ser el arquetipo del slasher- sino todo lo contrario, pues esto da pauta a un mejor desarrollo psicológico de sus antagonistas.
Y es que como dijimos antes, el mayor horror que genera esta obra es saber que ahora el terror ya no proviene de seres de otras galaxias, ni siquiera de demonios salidos de lo más profundo del infierno ni mucho menos de zombis que regresan de la tumba; no, sino que ahora el director nos enseña que las atrocidades más grandes y perturbadoras son llevadas a cabo por el monstruo más peligroso y horrible de todos: el ser humano.
Este horror se nos presenta encarnado en la familia Sawyer, un grupo de cuatro hombres -cada uno más loco y desquiciado que el anterior-, quienes han encontrado en la carne humana el único medio de supervivencia tanto literal como económicamente hablando. Sin embargo, es principalmente el personaje del asesino conocido como Leatherface (Gunnar Hansen) el que nos interesa.
Leatherface es un hombre severamente trastornado y con un retraso mental que no le permite diferenciar entre el bien y el mal, lo cual es aprovechado por su familia para que éste sirva como una perfecta máquina de matar, pues haciendo uso de sus casi dos metros de estatura, un mazo, ganchos de carnicero y una motosierra, tiene todos los elementos para convertirse en uno de los mayores psicópatas de la historia (cinematográficamente hablando, claro).
La psicología de este villano es por demás exquisita, pues haciendo uso de tres máscaras diferentes durante toda la película, nos deja entrever algo de su fraccionada y trastornada psique, ya que es mediante esta tercia de aditamentos que se nos exponen sus trastornos y perversiones, entre los que destacan el sadismo, el travestismo y el complejo de Edipo. Será mejor que dejemos para otra oportunidad una explicación más detallada sobre estas máscaras, pues cada una de ellas merece en sí un análisis propio.
No nos queda más que abordar la locura en la familia, pues si bien Leatherface es tenebroso por sí sólo, el miedo que provoca no es nada comparado al que se genera cuando se sabe que pertenece a un grupo de psicópatas caníbales cuya locura es mayor al ser compartida y comprendida por cada uno de sus integrantes.
Esto lo podemos ver en los 15 minutos finales de la película, cuando estos personajes hagan pasar por un infierno a la protagonista, haciéndola sumirse en una gran angustia y desesperación que el espectador casi podría tocar y saborear. Nos referimos a dos secuencias en específico; siendo la primera de ellas una bonita cena familiar que puede ser catalogada como una de las mejores escenas en el cine de terror pero, más aún, en la escena final cuando vemos a Sally hacer uso de su último soplo de vida para escapar de un horror al que nadie, pero absolutamente nadie en este mundo debería experimentar.
Otra de las razones por las que este filme de Hooper se posiciona como una cinta de culto es debido a los temas tabú con los que juega y la época en la que los expone, pues luego de que en EU se viviera una de las peores crisis económicas a causa de la guerra de Vietnam, no es raro que antes de pensar en el desolador futuro que les esperaba en la vida real, la sociedad de aquel entonces haya preferido ver el horror del canibalismo, la locura, las desviaciones sexuales y la profanación de cadáveres mediante una pantalla. A fin de cuentas, esto alimentaba su ilusión de saber que había personas aún más desafortunadas que ellos.
The Texas Chainsaw Massacre es una película demasiado basta como para resumirla y recomendarla en unas cuantas líneas, pues gracias a su crudeza se consolidó como uno de los principales pilares del cine de horror. Es por ello que esperamos que al menos este breve –aunque indigno– escrito sobre tan bella obra, baste para que todo cinéfilo se dé la oportunidad para contemplarla al menos una vez en su vida.