“Suspiria”, un tenebroso y colorido aquelarre
En el cine de terror y sobre todo en aquellas cintas que abordan eventos sobrenaturales, casi siempre lo femenino suele imponerse ante lo masculino, pues a menudo la figura de la mujer toma más fuerza tanto visual como sustancialmente (hablando no sólo de las protagonistas, sino también de sus contra partes), el cual es uno de los motivos por el que los espectros encarnados por ellas sean incluso más aterradores e impactantes que si fueran interpretados por un hombre; basta ver a Regan en The Exorcist (1973) o a Kayako en Ju-on (2003) para darse cuenta de ello. Sin embargo, ya sean fantasmas o monstruos, no cabe duda que las antagonistas por antonomasia continúan siendo las brujas, esos curiosos y exquisitos personajes que se vuelven más tenebrosas por su verdadera historia en este mundo; y por supuesto, pocas cintas retratan la perversidad, el poder y la fatalidad que envuelven a estos seres tal y como lo hace Suspiria (1977), de Dario Argento.
La cinta nos cuenta la historia de Suzy Bannion (Jessica Harper), una bailarina estadounidense de ballet que viaja a Alemania para perfeccionar su técnica en la academia Tanz. Sin embargo, a su llegada se encuentra con el horrible asesinato de Pat (Eva Axén), y aunque todo parece indicar que el hecho fue cometido por eventos ajenos a la escuela, la joven Bannion pronto sospechará que el instituto resguarda un oscuro secreto respecto a esto, lo cual será confirmado por Sarah (Stefania Casini). Ahora, estas dos amigas deberán sobrevivir a una aventura llena de suspenso, magia negra, asesinatos y, por supuesto, brujas.
Dario Argento maneja de forma magistral el miedo y el terror en esta cinta, pues tan sólo sus primeros 15 minutos son adrenalina pura, mas no la que se genera por la acción o la emoción, sino por aquella otra -una mejor y más excitante-, esa que se produce gracias al miedo, al suspenso y la incertidumbre. Además, bastan estos instantes para que el director deje en claro la línea que llevará la trama; pues luego de ver las circunstancias en que ocurre el asesinato de Pat, el espectador se percata que Suspiria lo adentrará totalmente en un mundo sobrenatural.
Por supuesto, el hecho de que Suzy se haya topado con Pat antes de su muerte sólo será un presagio de los terribles acontecimientos que le esperan a ella misma y a Sarah. Y es que a partir de este hecho, ambas jóvenes deberán enfrentarse a situaciones que poco a poco les revelarán oscuros secretos de la academia en la que se encuentran, dándoles a entender que quizá sus profesoras no son simples institutrices, pues el que todas ellas desaparezcan misteriosamente por la noche, además de otros eventos extraños, serán breves indicios de los oscuros secretos que se albergan dentro de esas paredes; indicios que apuntan a una malignidad pura y antigua.
Ahora bien, alejándonos de la trama del filme y enfocándonos en su manufactura, ésta resulta una obra de arte no sólo por el tema de la brujería, sino por cómo nos la presenta. Esto se debe a una de las características mundialmente conocidas de esta cinta: su asombrosa paleta de colores.
Suspiria es una película que vomita colores, los derrocha a diestra y siniestra sin tentarse el corazón, aunque la saturación de estos no significa algo malo, sino que es, en gran parte, la principal fortaleza de la cinta. Ahora, ¿por qué decimos esto? Fácil, porque Argento no usa este recurso de a gratis, sino que inserta los colores para darle un mayor significado a la trama y una mejor experiencia al espectador, pues la película no sólo está hecha para mirarse, sino también para sentirse.
Así, las tonalidades que predominan son el rojo, el azul y en menores cantidades el verde y el amarillo. Ahora, el que este filme de Argento despierte sentimientos de melancolía, frialdad, depresión e inquietud no es raro, pues estas emociones están asociadas e incluso provocadas –al menos en el cine- por el color azul y amarillo; mientras que el color rojo y verde casi siempre son matices que resaltan la sangre y la putrefacción, dos elementos que abundan en esta película no sólo por los asesinatos, sino también por sus elementos sobrenaturales, tal y como lo demuestra una escena en que la academia se infesta de gusanos, lo cual no es sino una metáfora para decirnos toda la podredumbre que se esconde en ese lugar.
En cuanto a la banda sonora, no es de extrañar que ésta cause escalofríos en quien la escuche, pues la composición de la música estuvo a cargo de Goblin, un grupo italiano de rock progresivo que prácticamente se dedicaba a eso: generar melodías que erizaran la piel. En pocas palabras, Goblin es a Suspiria lo que Suspiria es a Goblin, pues ninguno de ellos podría funcionar por separado y, mucho menos, causar las sensaciones que generan en conjunto.
Estos dos elementos, sumados a una trama envolvente, generan una atmósfera llena de incertidumbre, pues gracias a su mezcla entre elementos terroríficos y detectivescos, Suspiria termina por convertirse en un híbrido entre el cine de terror y el giallo (aunque inclinándose más por el primero), pues será gracias a las investigaciones que Suzy y Sarah lleven a cabo que el verdadero horror y la locura se desaten. Además, la cinta está dotada de escenas que sin recurrir a lo extremadamente grotesco ni al susto prefabricado logran generar una buena dosis de miedo en el espectador, sobre todo en los últimos minutos de la cinta, los cuales son capaces de hacer temblar hasta el corazón más valiente.