“Trauma”, horror chileno que desafía la moral y la historia
La historia, nuestra historia es, quizá, la herida que más tarda en sanar tanto en la memoria como en la piel y que, en el peor de los casos, nunca cierra pero, ¿por qué? La respuesta más acertada podría dárnosla el buen Doctor Hannibal Lecter cuando nos dice que “las cicatrices nos recuerdan que el pasado fue real”, y el pasado, como sabemos, puede ser bastante doloroso. Ejemplo de ello es la cinta chilena Trauma (2017), del director Lucio A. Rojas, la cual, se presentó como parte del Festival Internacional de Cine de Horror Macabro.
Cuatro mujeres deciden pasar un tiempo alejadas de la ciudad para emborracharse, fumar y divertirse tranquilamente en una cabaña. Sin embargo, lo que se suponía que serían unos días de descanso se convierten en un infierno cuando dos sádicos y pervertidos hombres las atacan, haciéndolas pasar por las peores vejaciones posibles.
La película de este director chileno es, de principio a fin, un golpe a la moral y una crítica al pasado de Chile, más precisamente a la dictadura de Augusto Pinochet, donde, en palabras de Lucio A. Rojas, “se vivió una de las peores y más violentas épocas en que ser humano alguno pudo vivir”. Esto, por supuesto, lo retrata muy bien en su filme.
Así, esta cinta es un producto que contiene prácticamente los mayores tabúes, filias y crímenes que causan un gran escozor entre las sociedades aún hoy en día, a saber: incesto, canibalismo, pedofilia, violaciones, homosexualismo y asesinato.
Los primeros momentos de la película nos explican, literalmente y de forma muy visual, el porqué la película lleva por título Trauma; después de todo, para el espectador no es nada fácil ver que un niño es obligado a violar a su madre, y más aún, al cadáver de ésta. Por supuesto, este hecho provocará que el infante de la cinta llamado Juan (Daniel Antivilo) años más tarde se convierta en un hombre lleno de oscuras perversiones y trastornos.
Luego de esto la cinta da un drástico salto en el tiempo para situarnos en el año 2011, donde la cinta nos muestra a Camila (Macarena Carrere) y Julia (Ximena del Solar) manteniendo relaciones sexuales antes de que la hermana de la primera, Andrea (Catalina Martín), llegue para que juntas se vayan a pasar un tranquilo fin de semana acompañadas de su prima Magdalena (Dominga Bonfil).
Una vez que las mujeres llegan a su cabaña, por la noche son atacadas por Juan –ahora un imponente y enorme hombre- y otro sujeto, quienes no sólo se encargan de atormentarlas psicológicamente, sino también de violarlas de una forma tan brutal que prácticamente las dejan incapacitadas para reaccionar ante cualquier ataque.
A partir de aquí el filme se vuelve un rape and revenge en el que las víctimas, acompañadas de dos policías, tratarán de vengarse a toda costa de sus violadores.
De esta manera la primera parte de la trama nos presenta momentos totalmente violentos y explícitos pero, sobre todo, controversiales. Esto lo consigue al presentar flashbacks del oscuro y traumático pasado de Juan, cuyo padre lo obligaba a cometer los actos más impuros (entre los que se incluye la violación a una recién nacida) en medio de un contexto tan violento como lo fue la dictadura chilena de ultra derecha.
Como era de esperarse, tales actos ocasionan que este personaje se convirtiera en un ser que ve la violencia y la perversión como partes normales de su vida, lo que provoca que incluso llegue a mantener cautiva a su hermana menor y al hijo de ambos. Por supuesto, no está de sobra decir que se trata de una relación incestuosa.
Así, entonces, los primeros 50 minutos son violentísimos tanto en lo visual como en la crítica social, pues es una película que critica el machismo y la homofobia de un país -así como la inmunidad política con la que cuentan algunos sectores de la sociedad- valiéndose del gore y el horror.
Por desgracia, el filme decae bruscamente en su ritmo y en su trama a partir del último cuarto de metraje, pues cae en el cliché de “la última sobreviviente», ocasionando que algunas escenas sean innecesarias (e incluso un tanto absurdas) con tal de que haya un enfrentamiento definitivo entre víctima y verdugo, lo que la vuelve bastante lenta en algunas secuencias. Por fortuna, los minutos previos antes del término retoman nuevamente la crudeza que se planteó desde un principio, otorgando un final tan desolador como sólo el cine de terror lo sabe dar.
En pocas palabras, Trauma es una obra interesante que mezcla tabués y gore para criticar una sociedad con una doble moral bastante marcada, y aunque por momentos su violencia puede llegar a sentirse muy exagerada, siendo un poco tediosa en los últimos instantes, no lo es más que la cruda realidad en que vivimos.