Godless: un western inteligente que combina lo tradicional y lo moderno
Durante estos últimos meses, Netflix se ha asegurado de que no tengamos tiempo para pasar frío: American Vandal, Stranger Things, Mindhunter, Dark, The Punisher. La plataforma de streaming nos ha bombardeado con un estreno tras otro. Es algo que se agradece, pero a su vez supone un arma de doble filo. Con tanta oferta de series estrella (ya he llegado a leer “sobreoferta”, parienta de la sobreinformación de nuestros tiempos), es fácil que se nos escape algo bueno que no haga tanto ruido. Por eso quiero reivindicar Godless: una miniserie western escrita y dirigida por Scott Frank que ha pasado bajo el radar, sin pena ni gloria entre tanto y tanto producto de primera página, y que vale la pena por cómo trata de regenerar un género clásico y adaptarlo a las nuevas audiencias.
¿Un género anticuado?
Hablar de western significa hablar de los orígenes del cine. Un experimental cortometraje de 12 minutos llamado The Great Train Robbery, en 1903, fue probablemente la primera aproximación. Es curioso. A diferencia de los demás géneros, el western no se adaptó de la literatura. Es el único género que nació en el cine, y es algo comprensible; es un espacio que junta todo lo que el cine de atracciones buscaba en aquellos tiempos: algo excitante con lo que pasar el rato, envuelto del ideal americano. Gracias a Stagecoach de John Ford, en 1939, el género se popularizó con John Wayne y vivió su época dorada durante los siguientes veinte años: High Noon (1952), Shane (1953), The Searchers (1956) o The Man Who Shot Liberty Valance (1962), por ejemplo.
Durante las siguientes décadas, directores como Clint Eastwood revitalizaron ese género con cintas como Unforgiven (1992), pero nunca con la misma fuerza. Poco a poco, salvo remakes como True Grift (2010) o The Magnificent Seven (2016), el western ha quedado relegado a hibridarse con otros géneros, a convertirse en unos recursos narrativos y estéticos. Hablo de películas como Gran Torino (2008), Hell or High Water (2016) o Logan (2017). Serialmente, salvo excepciones como Deadwood (2004) o la menos brillante Hell on Wheels (2011), pocos se atreven a construir un universo puramente western, por lo que también tratan de disfrazarlo, como en Westworld (2016).
Lo que quiero dar a entender, es que el género western se ha ido convirtiendo poco a poco en una pieza de museo. Las claves del género que nació en el cine han quedado anticuadas, por lo que es más sencillo sintetizar sus claves formales o narrativas y enmascararlas en otros géneros más populares. Al estar ambientado en un periodo histórico del siglo XIX, el western es indiscutiblemente machista, por ejemplo. Es un verdadero campo de nabos. No me malinterpretéis, sigue siendo un género que adoro, y hay que verlo sabiendo su contexto. Sin embargo, comprendo que ciertos elementos se pueden convertir en una barrera no solo para los creadores, productoras o distribuidoras, sino también para las nuevas audiencias.
Y aquí entra Godless: una miniserie puramente western que pone en pantalla lo más clásico del género, pero que a la vez desecha de manera inteligente ciertos resquicios que han quedado anticuados. El resultado es algo que no reinventa nada, pero sí adapta lo tradicional para las nuevas audiencias.
Un western feminista
Godless desarrolla el tema más clásico del género, la venganza, en siete capítulos que se mueven en torno a los setenta minutos: Frank Griffin, el famoso líder de un grupo de bandidos buscado por las autoridades, está dando caza a Roy Goode, un ex miembro de su banda que le ha traicionado en su último saqueo. Tratando de escapar, Roy se oculta en la afueras de La Belle, Nuevo México, un pueblo mayormente habitado por mujeres viudas a causa de un derrumbamiento en la mina donde trabajaban los hombres.
En su premisa, ya se puede apreciar esa combinación de lo clásico y lo moderno. Es una narración cargada de elementos atemporales que hemos visto en incontables películas del género, pero, a su vez, con un giro muy inteligente que introduce tramas modernas. Porque Godless está llena de bandidos atemorizando pueblos, tiroteos en salones, romances idílicos, conflictos entre blancos, negros y nativos y grandes planos generales que daría gusto verlos en un cine. Sin embargo, también tiene un pueblo habitado por mujeres, y algunas de esas mujeres no están interesadas en los hombres, o algunas de esas mujeres buscan relaciones fuera de su raza.
En esas aguas se mueve Godless, entre lo clásico y lo moderno, con un ritmo pausado pero nunca aburrido que gustará tanto a los más fans del género como a los que no conozcan nada del mismo.
Un buen reparto lleno de personajes icónicos
A pesar de que el arco de venganza entre Frank Griffin (Jeff Daniels) y Roy Goode (Jack O’Conell) es el detonante de la trama, la narración hace más hincapié en los habitantes de La Belle que se ven afectados por ese duelo. Es todo un acierto porque de esa manera se hace hueco para desarrollar una buena cantidad de personajes secundarios interesantes. Y la serie no tiene reparo en conceder más minutos a esas subtramas o a espacios de cotidianeidad que a la propia amenaza de Griffin, la cual está presente desde el comienzo pero no estalla hasta el final.
La primera mención la merece ese Frank Griffin, interpretado por un Jeff Daniels muy contundente. Griffin es un villano complejo. Es consciente de que es el tipo malo, pero al mismo tiempo predica y actúa como si estuviera salvando causas perdidas. Su amenaza no se construye desde la parafernalia; lo más temible es la calma y el conocimiento que demuestra al actuar. Y es esa amenaza a contrarreloj, omnipresente desde el primer capítulo, lo que supone uno de los principales ganchos de la serie. Griffin siempre está en nuestra cabeza, esté o no en pantalla, y sabemos que se está acercando.
Roy Goode, interpretado por Jack O’Connell, es un personaje más arquetipo. Huérfano y sin demasiadas posibilidades, fue adoptado y rescatado por Griffin, quien le crió como a su propio hijo y le introdujo en la banda. Es un brillante pistolero que busca redención, y se nota desde el primer momento que está tratando de huir de un mundo al que no pertenece. Roy es un protagonista que cumple, pero no entusiasma. Quizá por pecar de buenista o caer demasiado en una fórmula que conocemos, o quizá por el nivel de los actores secundarios que le rodean.
De esos actores secundarios, destacaría a Mary Agnes (Merrit Wever), al Sheriff Bill McNue (Scoot McNairy) y a su ayudante Whitey Winn (Thomas Brodie –Sangster):
Mary Agnes es la mujer independiente del pueblo, aquella que no está interesada en los hombres ni en seguir el camino que la sociedad le impone; viste como quiere, sin ver interés práctico en un corsé; hace lo que quiere, como tener relaciones con otras mujeres; si se la molesta demasiado (una vez) no duda en sacar la escopeta para hacer entrar en razón. Fuerte por fuera, medianamente tierna por dentro. Merrit Wever se come la pantalla y abandera esos personajes femeninos sólidos que tan poco acostumbran en el género, junto a Alice Fletcher (Michelle Dockery).
Bill McNue, hermano de Mary Agnes y sheriff de La Belle, es un personaje con el que es imposible no empatizar. Debido a una enfermedad que le está dejando cegato, es consciente de que sus días de gloria están acabando. Se siente inútil, y las damas de La Belle no tienen problema en recordárselo. Tampoco le espera su mujer en casa, aunque sí dos hijos. Con la esperanza de intentar hacer una última cosa bien, decide ir tras Frank Griffin armado con ese par de ojos que no serían capaces de distinguir a un búfalo de un árbol. Scoot McNairy logra ese personaje desecho, inútil, terco y honrado.
Su ayudante, el joven Whitey Winn, interpretado por Thomas Brodie-Sangster (quizá le recordaréis de Game of Thrones), es probablemente la sorpresa más grande. Huérfano desde bien joven, vive en una casucha más sucia que el peor establo, y come de los tuppers que Mary Agnes le prepara. Diestro con las pistolas pero poco educado en las letras; más desaseado que un cochino pero más leal que el mejor caballo; respetuoso, algo prepotente y demasiado valiente. Insisto, le echaréis de menos. El actor borda un personaje que parece escrito para él.
Una gran miniserie y el western del año
Con un final algo más típico de lo que se esperaría pero igualmente satisfactorio, Scott Frank nos recuerda que no pretende reinventar el género, sino incorporar toques modernos a unas tramas atemporales, y logra su propósito por todo lo alto.
Eso vais a encontrar en Godless: un western inteligente que desecha algunos resquicios del género pero que continúa haciendo uso de todos los lugares y situaciones que conocemos; un espacio en donde las palabras pesan, cargado de situaciones tensas donde se disparan miradas; una narración que se toma su tiempo para llegar del punto A al B, deteniéndose en el pasado de los protagonistas y desarrollando por el camino a varios personajes secundarios inolvidables, y que cuando llega a su destino, explota haciendo todo el ruido posible en un espectáculo de tiros, filigranas y mucha sangre.