Mulholland Drive: donde se quiebran los sueños
Siempre recordaré la primera vez que vi esta película de David Lynch como una de las experiencias más intensas de mi vida. Fue en una función especial en la cinemateca de mi ciudad, inmediatamente después de ver Blue Velvet y con la promesa de Eraserhead una vez finalizada la proyección de Mulholland Drive. Mi intención era quedarme hasta el final y sacarle jugo a la inversión de una entrada que valía por las tres películas. Todavía era un estudiante de psicología emocionado con el tema del psicoanálisis lacaniano y alguien, creo que maliciosamente, me dijo que si quería poner a prueba esos nuevos conocimientos tenía que someterme a una maratón de Lynch. Después entendí por qué. Y, si no les molestan los spoilers, acá se los explicaré.
Mulholland Drive es una película que maneja una de las temáticas más recurrentes en la obra de Lynch: los sueños. Todo lo real que hay en ellos, lo oscuro detrás lo hermoso, lo extraño en lo familiar. En la película seguimos a Diane Selwyn, quien se sueña como Betty Elms en una realidad exagerada y muy colorida… mejor digámosle posada. Una realidad que parece unidimensional, donde hasta la enunciación es algo que se siente falso y que establece un tono con el que nos quedamos intranquilos. Al menos así me sentí yo. No entendía de donde venía esa incomodidad, pero se sentía como cuando un desconocido te abraza en el funeral de un ser muy querido. Tal vez es por eso que cuando la narrativa se empezó a quebrar, también lo hice yo. Estaba tan metido en el sueño que Lynch presenta en la primera parte, que el despertar fue tan pesadillezco como el de Diane.
Tuvieron que pasar unos cuantos años hasta que me animé a verla de nuevo. Al estar más advertido, pude notar otras cosas que antes pasé por alto. Y sólo así entendí bien el drama del personaje de Naomi Watts. Claro. Es más lindo creer en el sueño donde no hay más que planitud emocional, nostalgia, donde la vida no es horrible y Diane puede ser Betty en una fantasía que le permite no enfrentar lo que hizo en lo real.
Todos los elementos están ahí. Cada personaje de la parte del sueño aparece en la parte de la realidad. Cada elemento de la realidad es puesto al revés, se convierte en un perfecto contrario y empiezan a poblar el sueño donde se proyecta Diane. Ese Hollywood a la Norman Rockwell donde ella puede reinventarse y no enfrentar nada. Pero, tal como le sucedió en Mulholland Drive, todo cae. Su sueño se quiebra pues se empieza a filtrar lo real.
Pienso que la clave para entender este filme está en cómo lo miras y cómo lo vives. Si uno quiere tener la experiencia intensa y devastadora, no se necesita mucho más que poner atención, pero si eres de esos que se sienten muy cínicos, o de los que se precian de haber visto A Serbian Film por enésima vez la semana pasada, pues la clave está en entregarse a las expectativas. Lynch juega mucho con ellas. Es por eso que nos introduce primero al sueño, a este mundo tan posado y exagerado. Para que nos convenzamos de él, de su tono, del ambiente y no solo sintamos, sino que estemos seguros de que todo apunta a algo… hasta que eso cambia.
Es un coitus interruptus. De pronto la protagonista despierta y ya no es Betty Elms. Es otra mujer, que vive en un mundo gris, torcido y sin salida. Una actriz fracasada, abandonada por su pareja, enterrada en una profunda depresión y un terrible resentimiento que la han llevado a tomar medidas drásticas contra todo lo que ella considera que son los problemas que la mantienen miserable. Una mujer que prefiere morir en lugar de enfrentar lo que hizo.
Por eso Lynch nunca nos muestra la resolución a muchas de las escenas en esta película. Por eso la película es más colorida y cinematográfica, al principio, y gris y deprimente, después. Por eso personas y elementos se repiten en ambos mundos pero como perfectos contrarios en cuanto a su rol en la vida de Diane/Betty. Porque todo fue un sueño que se empezaba a quebrar como cuando Camilla la dejó en Mulholland Drive.
Lacan decía que los sueños son una metáfora del deseo. Aquello que no ha sido satisfecho y que viene a expresarse de alguna manera en lo que soñamos y cómo hablamos de eso que soñamos. El sueño de Diane es todo aquello que ella quisiera que hubiese pasado en su vida. Su violento final es, quizá, la aceptación de su impotencia frente a la imposibilidad de sus deseos. Por eso me sorprendió cuando la vi por primera vez… gracias a mis vagas nociones lacanianas entendí que los sueños se quiebran. Que incluso mientras uno escapa en ellos, lo real luchará hasta lograrse imponer.
Feliz cumpleaños, David Lynch.