La catarsis autobiográfica de Hong Sang-Soo
La primera vez que el espectador se enfrenta a la obra de Hong Sang-soo es probable que experimente una yuxtaposición de sensaciones agridulces. La extrema sencillez de sus historias se antoja tan refrescante como insustancial. Así como la falta de pretensión en sus películas puede aplaudirse o ser confundida con poca ambición.
Si nos adentramos en su prolífica y constante filmografía notaremos la insistencia de emplear saltos cronológicos, sentimientos interrumpidos y triángulos amorosos que mostrarán en la pantalla, sin falta, la cobardía y patetismo de los personajes, debido a las consecuencias que trae el desafecto.
Estos tintes se agregan al recurso autobiográfico que dirige todo el trabajo del director surcoreano. Con cada entrega cinematográfica somos testigos de un nuevo año de evolución personal de Hong, revestido de una humanidad enfatizada por zooms y la honestidad propia de varias botellas de soju en reuniones que afloran todas las emociones hasta entonces calladas.
El ritmo narrativo lento –para muchos somnífero –de sus películas se rompe, justamente, en estos encuentros de confesión gracias al alcohol. Un espacio común en que los afectados por la traición, los angustiados por la espera y los terceros involucrados se desahogan, permitiéndonos ver cuán cruda es la herida que han acarreado por tanto tiempo.
Sin embargo, para llegar a estas cúspides de tensión dramática, debemos ser pacientes y comprender que sus tramas no son el frenesí de acontecimientos que emplea generalmente el cine occidental, sino que se trata de un estudio irónico de las emociones humanas y de cómo el desarrollo de las mismas puede ser incómodo, torpe y sesgado. Un ejemplo que se nutre de la propia vivencia de Hong, quien terminó abruptamente su matrimonio tras admitir su relación amorosa con la actriz Kim Min-hee, nada menos que la protagonista de los largometrajes que dan origen a este artículo.
La confrontación entre ficción y realidad deja límites pocos claros entre el escándalo que marcó la intimidad del cineasta y cómo lo refleja en sus últimos estrenos. Fenómeno del que no se salvan dos de sus cintas del 2017: On the Beach at Night Alone y The Day After.
La Redención
La espontaneidad y auténtica melancolía son las mayores virtudes de Hong a la hora de hablar sobre la infidelidad, los afectados y las diferentes perspectivas del amor. Es en este último punto donde, quizá a modo de mea culpa, expone sin tapujos la inmadurez emocional del hombre –independiente de que sea varios años mayor que su compañera –, y su narcisismo a la hora de optar por lo que le conviene en la relación.
Esta actitud es evidente en el director de cine que desaparece de la vida de su joven amante tras el escándalo que trajo la relación extramarital que mantenían (On the Beach at Night Alone), y en el editor de novelas que engaña a su mujer con su compañera de trabajo sin querer perder a ninguna de las dos (The Day After).
Dicho alcance, en que se nos muestra un egoísmo que no cabe en explicaciones (y que es tan humano), nos confirma que Hong no desea complacernos con historias románticas ilusas ni sacadas del molde tradicional. Por el contrario: nos exhibe un problema que no resolverá cuando aparezcan los créditos.
Para esto, la narración se sirve de la complejidad del universo femenino frente al afecto y la soledad, a través de conversaciones que no requieren de subtramas elaboradas para hacernos dudar sobre qué es realmente disfrutar la vida.
Lo vemos en la presencia del hombre sin identificar que aparece una y otra vez ante Young-hee (On the Beach at Night Alone), que se traduciría en una representación del amor que tanto la atormenta. El mismo que la rapta al final de la primera parte de la película, transcurrida en Alemania, simbolizando que ella nunca será libre de su pasado, ni de cómo éste la hizo cambiar. El personaje aparece de nuevo cuando la mujer intenta rehacer su vida en la ciudad costera de Gangneung, limpiando con ahínco las ventanas de su nuevo departamento.
Es así como Young-hee está atrapada en la huella que dejó su relación fallida. No importa que rechace la empatía y luego la exija junto a demostraciones afectivas. O que sea sarcástica e implacable estando ebria con sus amigos, despertando el pudor propio y ajeno. La única paz que encuentra, cuando la esperanza ridícula del alcohol se desvanece, es junto al mar y en solitario. Aquella dualidad en su carácter cautiva al espectador y lo mantiene atento a nuevas revelaciones, que se darán conforme el reencuentro con su ex se aproxime.
En el caso de Song Areum (The Day After) nos confunde el por qué vuelve a la oficina de su exjefe después de verse involucrada injustamente en un amorío que éste mantenía con su anterior compañera de trabajo. A pesar de ser golpeada por la esposa de su superior (quien pensó que ella era la amante) y perder su empleo por el regreso de la real, Song se encuentra con él después de haber renunciado para felicitarlo por un premio que ganó. ¿A qué se debe esa atracción sin existir un vínculo más allá de dos conversaciones? Tampoco hay una historia significativa entre ellos, al punto de que el editor la había olvidado.
La redención de Hong Sang-soo tiene esa inquietud e interrogantes inconclusas. También sus alter ego representados en los roles masculinos de sus películas, sin vergüenza ni ánimo de justificarse. Su obra no es para todos, pues el público acostumbrado a una sucesión de eventos maquetada (muchas veces provista de un inevitable deus ex machina), encontrará al director culpable de presentar películas que parecieran narrar cosas intrascendentes. Culpable de entregar historias frustrantes donde “no pasa nada”.
Y es que el arte de Hong no está en pulir la estética, ni en impactar con una ficción que busque vendernos escenas exageradas de cómo se vive, propias de la cultura pop con la que estamos familiarizados. Él quiere que nos deslumbremos con la franqueza de lo real: una conversación con amigos donde se nos va la lengua por los tragos. La zozobra cuando nuestros planes se vienen abajo y perdemos el rumbo. Nuestro luto después de que un atropellado amor llega a su fin. Y, sobre todo, la capacidad de reconocer ante el mundo cuando herimos a alguien para ser felices.