The End Of The F***ing World: Bonnie Parker conoce a Dexter

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Nunca he sido fan de los romances adolescentes. De ese amor pocas veces terrenal y siempre hiperbólico. “No puedo vivir sin ti”. La única manera de digerirlos, en mi caso, es transformarlos en comedia. Me funciona con Riverdale (2017-actualidad), una serie cargada de estudiantes con dilemas que la disfruto riéndome, aunque esa no sea probablemente su intención. Sin embargo, tras ver en maratón The End Of The F***ing World y declararme fan fatal, me he dado cuenta de algo interesante. El nuevo hito británico de Netflix cuenta, de fondo, ese relato teen que tanto me chirría. Aquí la diferencia es el envoltorio: uno tragicómico, cínico y tan romántico como perturbador.

The End Of The F***ing World es una adaptación libre del cómic homónimo de Chuck Forsman. James (Alex Lawther) es un estudiante inadaptado de 17 años, sin sentimientos, impasible e inexpresivo. De pequeño metió la mano en una freidora porque quería sentir algo, y poco después comenzó a tomarle el gusto a degollar animales con su cuchillo. Está convencido de que es un psicópata, y quiere probar a cazar algo más complejo. Alyssa (Jessica Barden), de 17 años y rebelde, siente que la vida le supera. Es experta en irritar a la gente y buscar problemas, y siempre se arrepiente de lo que dice, aunque algo tarde. Un simple “te he visto patinando, y das asco” de Alyssa despierta el interés de James, quien ve en ella la presa perfecta que ha estado buscando tanto tiempo. Pronto Alyssa le propone escapar juntos de aquella vida que tanto les odia, y James no tiene reparos en seguirle el juego, aunque signifique pegar un puñetazo a su padre y robarle el coche. Así de alocado comienza el viaje que propone The End Of The F***ing World.

Fuente: indiehoy.com

La serie es una road movie muy británica cuya premisa se mueve entre Bonnie and Clyde (1967), True Romance (Amor a quemarropa, 1993) y Dexter (2006), con un piloto que recoge mucho de la comedia visual de Edgar Wright. Se puede comprender como una película, como un viaje de 8 capítulos que no exceden los 22 minutos. El formato es todo un acierto, e invita descaradamente a verse del tirón, más con ese automatismo tan malvado que integra Netflix. Sin embargo, lo que seduce y lo que hace que The End Of The F***ing World funcione tan bien es su pareja protagonista y el tono que maneja.

La química que desprenden Alex Lawther y Jessica Barden es mágica. Son adolescentes desequilibrados y detestables, pero la narración logra que empaticemos con ellos poco a poco, a medida que conocemos sus traumas y detonantes. Es una vertiente extrema de El dilema del erizo de Schopenhauer, sin distancias óptimas: son dos individuos fríos por una evidente falta de afección en sus vidas, y cuanto más se acercan el uno al otro para darse calor, por incómodo que sea, más se dan cuenta de lo mucho que se necesitan. Lo que comienza como un experimento y una vía de escape, se acaba convirtiendo en algo sustancial que les hace crecer.

Esa curiosa relación se envuelve de un tono y un estilo muy apropiados, construidos entre contrastes: inocencia y maldad, emotividad e impasibilidad, cinismo y sinceridad. James y Alyssa nunca dicen lo que piensan ni piensan lo que dicen, y gran parte del humor de la serie se genera en ese espacio; aquí se nota la influencia de Peep Show (2003), una sitcom británica cuyo humor se basa en esa disparidad. El soundtrack también ayuda a generar esa antítesis, poniendo clásicos románticos a la peor pareja posible, además de acentuar un dulce sentimiento apocalíptico que recuerda a la textura de Diamond City, la radio que podemos escuchar en la saga de videojuegos Fallout. The End Of The F***ing World une piezas que no pertenecen al mismo puzzle, y es divertidísimo ver cómo las fuerza hasta hacerlas encajar. Y lo consigue.

Fuente: worldofwonder.net

Con un final perfecto que demuestra que algunas series todavía saben cuándo morir (hasta que desgraciadamente renuevan por otra inevitable temporada), The End Of The F***ing World se ha ganado a pulso ser la primera gran sorpresa del año. Es un viaje tan salvaje como ingenuo, tan distante como emocional, tan estúpido como relevante. Un trayecto en el que dos individuos antisociales se juntan y, poco a poco, van creciendo como personas. Y, quizá, uno de los primeros relatos románticos entre adolescentes realmente disfrutable.