Alucarda, la hija de las tinieblas: una obra llena de belleza y satanismo

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En este mundo, en sus diversas sociedades y en sus bastas culturas, pocas cosas se pueden considerar tan profanas como el ofender a una entidad que es tratada como un dios, y más aún si el nombre de esa deidad es el de Jesús de Nazaret. Por supuesto, el mundo del celuloide ha retratado esta situación en diversas ocasiones, pero sólo en muy pocas cintas se ha conseguido mezclar lo profano con lo sublime en un perfecto equilibrio, siendo uno de los mejores ejemplos la película mexicana Alucarda, la hija de las tinieblas (1978), del director Juan López Moctezuma.

En esta cinta, Alucarda (Tina Romero) cae rendida ante los encantos de Justine (Susana Kamini), la nueva joven que llega al convento donde se encuentra recluida. Ambas mujeres comienzan una relación de amigas inseparables, al menos hasta que en ellas se enciende una llama de amor que las hará jurarse lealtad eterna. Ahora, lo que en un principio parecía ser un tierno romance pronto se transforma en una historia llena de paganismo, aquelarres, herejías y, por supuesto, posesiones demoníacas.

Desde sus primeros momentos, la película de Juan L. Moctezuma se muestra bastante sombría tanto por sus escenarios casi dantescos como por la música de fondo, la cual siempre está presente en sonidos eclesiásticos. Por supuesto, el hecho de que la historia esté inspirada en personajes del Marqués de Sade (Justine) y de Sheridan Le Fanu (Carmilla) le otorga a la trama una fuerza no sólo de erotismo y perversidad, sino también de vampirismo y satanismo.

Esto lo podemos ver desde la primera secuencia de la cinta, en donde vemos a la madre de Alucarda (también interpretada por Romero) dar a luz a su hija, la cual es, en estricto sentido, ella misma; hecho que nos revoca a la “inmortalidad” del personaje principal en el cuento de Carmilla. Con esto el espectador queda advertido sobre la clase de personaje que será Alucarda –siendo un anagrama de “Drácula”- y el peligro que correrá alguien tan frágil como Justine al ser el objeto de amor de un personaje tan malévolo.

La personalidad de Alucarda y la de Justine resultan ser polos opuestos desde su misma vestimenta, pues mientras una goza de vestir totalmente de negro y se mira siempre predispuesta a profanar todo tipo de lugares sagrados, la otra es una mujer cuyas ropas siempre son más coloridas y se presenta como una jovencita temerosa de Dios. Esto ocasiona que en ellas brote una fuerte atracción no sólo sentimental, sino también erótica y sexual. En pocas palabras, se mira al Eros y al Tánatos enamorados desde el principio.

Alucarda. Fuente: Krell Laboratories.com

Alucarda. Fuente: Krell Laboratories.com

Sin embargo, no será hasta que las dos tengan un encuentro con un par de gitanos que la cinta comienza a presentar situaciones sobrenaturales, pues serán estos personajes quienes adviertan a las jovencitas sobre los hechos que les depara el futuro; futuro que no tarda en llegar y alcanza a ambas dentro de un templo, lugar en el que se declaran su amor y juran amarse hasta el fin de los tiempos.

Es a partir de este juramento –y el descubrimiento de un cadáver dentro de dicho templo- que las dos comienzan a comportarse de manera extraña, pues se vuelven incapaces de estar frente a imágenes religiosas y mucho menos a escuchar el nombre de Dios. Sin embargo, el dolor parece ser más presente en Justine, cuya fragilidad la hace ser más vulnerable a la seducción del demonio. Y aunque se pudiera pensar que quizá fue su amor homosexual el causante del dolor que las aqueja, será este mismo amor el que las salvará, sólo que en esta ocasión su devoción no se dirigirá al creador, sino hacia el mismo Lucifer, esperando encontrar en éste la compasión y la comprensión que el primero les negó.

Alucarda. Fuente: Pinterest.com

Alucarda. Fuente: Pinterest.com

No está de sobra mencionar que el juramento anterior se genera en medio de una de las secuencias más trepidantes de la cinta, pues entre rezos, aquelarres y una orgía de sangre bastante erótica, el amor entre Justine y Alucarda queda saldado. A partir de este momento la película presenta dos posibilidades: las amantes se han vuelto locas y sufren de una gran demencia; o bien, el pacto con el demonio surtió efecto y se han convertido en dos concubinas del diablo.

No obstante, no pasa mucho tiempo para que el espectador sea capaz de sacar sus propias conclusiones, ya que si bien los padres del monasterio que albergan a Justine y Alucarda están convencidos de que han sido poseídas, el doctor Oszek (Claudio Brook) se muestra renuente a creerlo, por lo cual hará lo que esté en sus manos para salvar a las dos mujeres.

Ahora bien, el verdadero clímax de la película se presenta en un épico enfrentamiento entre el doctor y Alucarda, lo cual no es más que la representación de la razón sucumbiendo ante la locura, ya que los eventos que la cinta nos muestra en sus momentos finales son un verdadero frenesí de sangre y dolor pero, sobre todo, de una de las mejores muestras de satanismo que el celuloide nos ha regalado.

En pocas palabras, “Alucarda, la hija de las tinieblas” es una perfecta mezcla que conjunta la fe, el erotismo, lo diabólico y la cultura vampírica en una cinta llena de éxtasis y horror.