Basada en Hechos Reales, de la comedia, al thriller, a la miseria

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Basada en hechos reales, última entrega del director polaco Roman Polanski, debería ser recordada como una de sus piezas más altas: una pieza de relojería que funciona con precisión y belleza.

Adaptada de la novela homónima de la autora francesa Delphine Vigan (la novela está editada en español por Anagrama), Polanski pudo conjurar para este filme un auténtico dream team: Olivier Assayas en el guion; Pawel Edelman en la cámara, con quien ha trabajado desde El Pianista; Alexandre Desplat en la composición del soundtrack, recientemente ganador del Óscar, y Emmanuelle Seigner, esposa de Polanski, junto a Eva Green en los papeles estelares.

La historia de Delphine, por otro lado, ofrecía a Polanski terreno conocido: situaciones peculiares que taladran en la psique de los personajes hasta llegar a un centro mental y emocional, tras el cual se encuentra el derrumbe (pensemos por ejemplo, en Rosemary’s baby, Cul de Sac, Repulsión); la historia de un libro y las relaciones que se tejen alrededor (Ninth Gate y Ghost Writer); y un conflicto suficientemente poderoso como para mantener la tensión narrativa y dramática durante 120 minutos.

No había demasiado riesgo en este proyecto de Polanski; sin embargo, tenía dos retos importantes, el primero de ellos, la adaptación. Adaptar una novela a una película no es cosa sencilla. Son lenguajes muy diferentes los que operan en una y otra disciplina, y aunque ambas se dedican a contar historias, puede haber casos en los que tal o cual novela no puede llevarse al cine. Aunque se lo intente.

Un caso concreto es el hecho de que la novela esté escrita en primera persona. ¿Cómo representar la primera persona en el lenguaje cinematográfico? La respuesta más rápida sería una voz en off; pero la voz en off en el cine es un recurso limitado, pues es la imagen, y no la voz, la que construye la historia.

Polanski, en lugar de recurrir a la voz en off, sostiene la historia representando, a través de su montaje, sus diálogos, y sus direcciones a los actores, el juego especulativo y ambivalente entre realidad y ficción, la médula de la novela.

Y he aquí el segundo reto: su trabajo directoral tenía que ser preciso, de tal forma que sus actores introdujeran, en el momento exacto, la duda en el espectador, y así poder jugar con sus emociones, con sus expectativas. El verdadero juego del gato y el ratón no es entre Delphine (Seigner) y Elle (Green), es entre Polanski y el espectador. Todo esto lo logra la película con gran soltura y maestría.

La sinopsis es simple: Delphine ha escrito una novela sobre sí misma y su madre muerta, y este libro ha tenido un gran impacto personal: los eventos publicitarios la han dejado exhausta, se ha separado de su marido, y algunos familiares de ella la acusan de haber robado la historia familiar y por ello le exigen un pago económico en compensación.

En este estado de trauma, Delphine conoce a Elle, una bella y cautivadora mujer que parece conocerla íntimamente por alguna razón. Elle es también una escritora, una escritora fantasma, y su carisma y empatía para con Delphine la llevará a tener una íntima relación con ella.

Esta relación se va torciendo hasta grados insospechados, hasta grados, incluso, incómodos e inaceptables para el espectador. Las críticas iniciales de la película es lo que le han reprochado: que no tiene un plot twist, las cosas simplemente se van complicando hasta su resolución natural. ¿Por qué? En opinión de quien esto escribe, por el juego especulativo entre realidad y ficción del que hablábamos antes.

El plot twist, la vuelta de tuerca, es uno de los trucos narrativos más viejos en la paleta literaria; Polanski recurre a una solución más posmoderna: el plot twist es que no hay plot twist, y así la comedia, que se convierte en thriller, acaba en miseria, como la vida real.