“Martyrs” 2008 vs “Martyrs” 2015: La real tortura de un clásico
Una vez que la brutalidad insidiosa y sin sentido reinó entre las películas de horror, el subgénero del Torture Porn parecía haber establecido una forma de carnicería a favor de justificarse a sí misma. Franquicias como Hostel (Hostal, 2005 al 2011) y Saw (El Juego del Miedo, 2004 al 2017) lo demuestran con las ventas conseguidas gracias al morbo de la audiencia. La misma que aceptó la invitación a incomodarse (o disfrutar) con el destino de víctimas indefensas, victimarios sin pizca de compasión y una crueldad sin mayores méritos dramáticos.
Es por esto que, cuando el Nuevo extremismo francés se despojó –en parte –de dicha estética superficial para presentar un escenario conceptual nuevo, películas como Frontière(s) (La frontera del miedo, 2007), À l’intérieur (Instinto siniestro, 2009), Haute Tension (Alta tensión, 2003), Ils (Ellos, 2006) y Martyrs (Mártires, 2008) encontraron un lugar especial en la memoria colectiva.
Con la última cinta mencionada, Pascal Laugier demostró que la violencia puede trascender lo físico y sensorial para reptar por nuestros criterios más personales. La violencia puede provocar un dolor filosófico, a través del drama existencial que viven los personajes y de lo que despiertan en nosotros. Sin embargo, para abrirnos los ojos a su mar de interpretación, primero debió maltratarnos. Darnos minutos incansables de tortura ajena en que dudásemos qué acción era la más correcta o si nuestra moral cedió un poco para descubrir lo que la fuerza antagónica perseguía sirviéndose de jóvenes inocentes.
Este crudo método para dar un mensaje, como era de esperarse, no complació a las masas poco acostumbradas al gore más realista (contrario a los litros de sangre y sexo del cine hollywoodense). Aun así, la industria yankee quiso manipular la idea comerciable que Martyrs tenía de base, adaptándola a un público de paladar más cómodo. Como consecuencia, siete años más tarde se realizó un remake a cargo de Mark K. Smith.
Con esta versión, la poética y la complejidad emotiva de la original fueron las principales afectadas. Así como los distintos niveles expresivos que Laugier nos enseñó que eran posibles para denigrar a un ser humano.
Considerando lo anterior, el conflicto resulta un total despropósito en la nueva entrega, que podría considerarse otra muestra del “cine parásito”. O, de forma desarrollada, un largometraje que nace en exclusiva para generar ganancias, sirviéndose de una producción de mayor calidad que marcó un hito con su estreno.
Martyrs 2015 apela a una sensación creada por su antecesora, sin esforzarse en crear impacto por mérito propio. Y poco podría hacer al respecto, ya que su ambición por “normalizar” la historia que nos mantuvo rechinando los dientes es su principal condena. Mientras que la francesa nos arranca de nuestra zona de comodidad para reflexionar, la norteamericana no nos hace ningún aporte significativo fuera de matar el rato.
Si bien la falta de vejaciones podría compensarse con un guión bien estructurado y variaciones significativas en la trama (que aportaran otras aristas a la historia), la cinta de 2015 nos regala todo en bandeja. No tiene suspenso. Nos subestima ante la posibilidad de crear teorías que expliquen el proceder de los personajes. Debido a esto, ellos no son los que luchan constantemente en el filme, sino que lo hace el espectador por la falta de intriga. Y por la casi nula posibilidad de conectar en algún minuto con lo que está viendo.
“Es fácil crear una víctima”
Así como en la obra de Laugier no encontramos consuelo, salida de emergencia, ni tampoco un indicio de que la situación mejorará, la reedición sufre a la par por su pobre desarrollo.
Sin importar que la invasión del hogar y el miedo al Otro –ambos factores del Nuevo extremismo francés –estén presentes en la película de Smith, su ejecución no nos permite pasarlo mal ni reaccionar. Y esto se debe, en gran medida, a las escenas poco trabajadas, a las actuaciones carentes de realismo y a la poca química entre los personajes.
Lucie, la protagonista, en el remake se presenta absolutamente compuesta y decidida, sin dar atisbos de la vulnerabilidad que nos cautivó en la Lucie de 2008. Por mucho que veamos sus acciones irascibles, no logramos saborear los demonios internos que surgieron de la traumática experiencia que vivió cuando era niña. En esto se incluye su esquizofrénica proyección de la mujer que no logró salvar y a la que cree culpable de sus autoflagelaciones.
La narrativa, en vez de apoyarse en el carisma trastornado de sus personajes, utiliza flashbacks de Lucie y su amiga Anna en la época de orfanato, suplicando porque nuestro sentimentalismo reaccione a una complicidad que no existe.
Como consecuencia, la sucesión de eventos pierde impacto y se transforma en una línea artificial que aburre por su simplicidad predecible. Los cambios que Smith incorpora producen quiebres que no contribuyen significativamente a la trama, sino que surgen por el mero capricho de poder asegurar que la cinta no es una copia literal (y mediocre) de la original.
Es fácil fracasar en la reformulación de un clásico. Así como es fácil crear una víctima por las decisiones creativas que se tomen. La mayor afectada aquí es Anna, quien pasó de ser una fuerza protagónica a sólo una herramienta para que cada problema que surja sea resuelto sin obstáculos graves. El hecho de convertirla en un medio para que la historia forzosa avance, nos depara lo que se vuelve evidente desde la primera mitad del largometraje: toda la evolución de acontecimientos resultará abrupta e infantil.
El sufrimiento de la mártir y el significado que guía toda la ficción tampoco se encuentra en la obra más reciente, la cual opta por un sucedáneo mal sazonado que pide, una vez más, que el público se conmueva con una relación amistosa que no llega a importarnos. Quizá ése es el peor defecto del remake: no sentimos al verlo, nada nos duele.